Crítica:

Cuestión de peso

Desde los títulos de crédito iniciales, a base de coloristas animaciones y música pretendidamente sofisticada, se adivinan las intenciones de Un engaño de lujo por emular a la clásica comedia americana ambientada en suntuosos escenarios y protagonizada por una pareja que se odia tanto como se ama. Charada, por ejemplo. Pero al guión de Pierre Salvadori (también director) le falla, más que la esencia, el acompañamiento.

La película, enmarcada en los mejores hoteles de la Costa Azul francesa, se basa única y exclusivamente en la relación entre una vividora ansiosa por ser ag...

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Desde los títulos de crédito iniciales, a base de coloristas animaciones y música pretendidamente sofisticada, se adivinan las intenciones de Un engaño de lujo por emular a la clásica comedia americana ambientada en suntuosos escenarios y protagonizada por una pareja que se odia tanto como se ama. Charada, por ejemplo. Pero al guión de Pierre Salvadori (también director) le falla, más que la esencia, el acompañamiento.

La película, enmarcada en los mejores hoteles de la Costa Azul francesa, se basa única y exclusivamente en la relación entre una vividora ansiosa por ser agasajada por ricos hacendados (más o menos viejos) y un camarero de aire zangolotino con el que culmina una equivocada noche de amor.

UN ENGAÑO DE LUJO

Dirección: Pierre Salvadori. Intérpretes: Gad Elmaleh, Audrey Tautou, Marie-Christine Adam, Jacques Spiesser. Género: comedia. Francia, 2006. Duración: 104 minutos.

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Sin embargo, Salvadori se olvida de algo esencial en este tipo de comedias: el peso de las tramas y de los personajes secundarios, aquí casi inexistentes o sin garra alguna, ya que ni el sosaina millonario que mantiene al personaje femenino en la primera mitad de la cinta, ni la engolada viuda de mirada triste que debe ejercer de contrapunto en la segunda mitad tienen la menor capacidad de empatía o de comicidad, con lo cual ejercen más de lastre que de apoyo para la riqueza de la narración.

De modo que las diversas situaciones, que en principio gozan de esporádicos toques de encanto, acaban estirándose demasiado y perdiendo su efecto inicial. De hecho, a los 45 minutos de película da la impresión de que se les ha acabado la anécdota que nutre la primera parte de la historia y no tienen más remedio que empezar otra distinta.

Por cierto, ver la luminosa sonrisa de Audrey Tautou en primer plano es un placer, pero tragársela como objeto de deseo carnal de los hombres resulta particularmente difícil, sobre todo porque más que joyas lo que dan ganas de darle son unos cuantos cocidos.

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