Crónica:LA CRÓNICA

La renovación de nunca acabar

Como observaba un ilustre periodista, ha sido ésta una semana dedicada a la necropsia de la derrota socialista y de sus predeterminados socios del frustrado Gobierno. Los especialistas en el escalpelo han sacado a relucir las claves del episodio y es muy probable que todos tengamos ya, desde la izquierda visto, una idea clara de los errores cometidos y de las circunstancias que han concurrido para propiciar tan descomunal batacazo electoral. Por su parte, la derecha, aunque con menor concurso de analistas y córvidos, ha encontrado motivos por ella misma ignorados para explicar tan portentosa v...

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Como observaba un ilustre periodista, ha sido ésta una semana dedicada a la necropsia de la derrota socialista y de sus predeterminados socios del frustrado Gobierno. Los especialistas en el escalpelo han sacado a relucir las claves del episodio y es muy probable que todos tengamos ya, desde la izquierda visto, una idea clara de los errores cometidos y de las circunstancias que han concurrido para propiciar tan descomunal batacazo electoral. Por su parte, la derecha, aunque con menor concurso de analistas y córvidos, ha encontrado motivos por ella misma ignorados para explicar tan portentosa victoria. A punto estamos de afirmar que ha procedido como los nuevos ricos, que siempre encuentran argumentos ignorados para legitimar su fortuna. Pero no, la derecha siempre ha sido rica de cuna.

Entre los numerosos argumentos aireados para explicar el fenómeno ha tenido una especial relevancia la ceguera de los partidos de la oposición ante el cambio social producido en forma de hábitos y crisis de civismo a caballo de una larga coyuntura de prosperidad alentada, sobre todo, por el maná urbanístico. Quizá sea excesivo afirmar que ha emergido una nueva sociedad, pero sin duda, a lo largo de este último decenio ha primado y calado una sensación felicitaria y lúdica que ni siquiera en lo que tiene de precaria y de cartón piedra ha podido ser desmontada por una izquierda al rebufo siempre de los acontecimientos.

Que esto era así hubo quien lo previó y escribió, con escasa o nula incidencia en los núcleos dirigentes de las formaciones políticas críticas. Pero se nos antoja que sería puro ventajismo pedirles ahora cuentas y concretamente por esta insospechada inopia que, en realidad, ha sido generalizada, incluso en el ámbito del PP, los primeros sorprendidos por los efectos de su política, definida por la prosapia triunfalista y grandes eventos con tal de enmascarar con el estrépito los casos de corrupción, el desmadre de las finanzas públicas y lo que únicamente es aparente crecimiento de nuestro bienestar comunitario.

¿Y qué hacer, visto lo visto? ¿Rendirse a las tesis de Francis Fukuyama y considerar que no hay más cera que la que arde porque no hay alternativa a los modos de gestión y fórmulas liberales al uso? ¿Insistir en el discurso de la ambigüedad -por lo que al PSPV-PSOE concierne- y esperar sine die a que el viento de la historia sople de popa? Claro que, puestos a encontrar remedio a este declive podría echarse mano de un recurso tan imaginativo y eficaz como improbable: fichar al actual consejero de Sanidad, Rafael Blasco, para diseñar una nueva estrategia política con garantía de éxito. A ver de qué eran capaces entonces los cerebritos maniobreros del presidente Francisco Camps.

En todo caso los socialistas valencianos tienen ante sí un problema y un dilema. El problema consiste en reemprender su renovación, equipándose del liderazgo y talento que necesitan para convertirse en una opción de gobierno autonómico, del que tan alejada está ahora. Cuentan a su favor con la experiencia que significó el abrupto tránsito desde el lermismo hasta la actual pacificación. Debemos pensar que no reproducirán los mismos errores fratricidas. Y el dilema consiste en decidir entre ser un partido alineado a la izquierda y con un mensaje coherente e identificable, o sólo una formación con perfil ideológico indefinido para encandilar a según quien, tal cual como la que acaba de estrellarse.

Los del Compromís lo tienen claro, aunque eso tampoco es garantía de que prosperen las tesis más sensatas, que a nuestro juicio son aquellas que postulan consolidar los pactos y ensanchar esas esmirriadas bases fragmentadas. Para el caso concreto de Esquerra Unida suponemos que alguna conclusión habrán sacado de las reticencias y reservas acerca de su acuerdo con los nacionalistas. Quienes lo torpedearon -¿valdrá la pena señalar con el dedo?- son los mismos que se han quedado a la luna del Ayuntamiento de Valencia, teniendo como han tenido un buen candidato, y podrían ser también fantasmas extraparlamentarios que abonan el bipartidismo en ciernes. Quizá un día vean la luz.

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