Análisis:Si yo fuera alcaldesa de Cáceres | Elecciones 27M

Ciudad Europea de la Cultura

Nunca he sentido vocación por la política, aunque siempre me ha interesado. Ni soy de Cáceres, ni vivo en esta ciudad que conocí a principios de los años 90 gracias a mi profesión. Desde entonces, acudo a ella dos o tres veces al año y ya la considero mi segunda casa. La primera la sitúo entre la playa de Las Canteras y Vegueta, entre el alisio y un sol que se niega a perderla de vista a lo largo de todo el año.

Ser alcalde o alcaldesa de una ciudad tan hermosa como ésta debe ser un orgullo al alcance de muy pocos. Y hasta diría que una tentación, si no fuera porque no me considero capa...

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Nunca he sentido vocación por la política, aunque siempre me ha interesado. Ni soy de Cáceres, ni vivo en esta ciudad que conocí a principios de los años 90 gracias a mi profesión. Desde entonces, acudo a ella dos o tres veces al año y ya la considero mi segunda casa. La primera la sitúo entre la playa de Las Canteras y Vegueta, entre el alisio y un sol que se niega a perderla de vista a lo largo de todo el año.

Ser alcalde o alcaldesa de una ciudad tan hermosa como ésta debe ser un orgullo al alcance de muy pocos. Y hasta diría que una tentación, si no fuera porque no me considero capacitada para un cargo así, ni creo que los cacereños necesiten a alguien como yo para gestionar su bienestar. A sus ciudadanos, que son su activo más importante, les agradezco que me hayan hecho partícipes de sus vidas, aunque sólo sea en una mínima porción.

Por eso prefiero imaginarme ejerciendo de alcaldesa solamente del casco histórico de Cáceres, de un conjunto monumental con una magia especial, con un color difícilmente repetible, que en su día despertó la admiración de quienes deciden qué debe ser considerado Patrimonio de la Humanidad.

Y me imagino programando desde esa alcaldía, que hoy se disputan varios candidatos, un buen número de actividades que convirtieran ese núcleo en un referente mundial de la cultura, de la tolerancia entre los pueblos, de la buena educación, entendida ésta como esa acumulación de valores que poco a poco hemos ido perdiendo en beneficio del individualismo y de la banalidad de lo material.

Me imagino a Saramago hablando bajito a un grupito de estudiantes en la esquina de la plaza del Conde de Canilleros; a Gecko Turner actuando en San Jorge, a artistas plásticos como Javier Figueredo proponiendo acciones visuales en las calles del casco antiguo y a muchos otros jóvenes, músicos y creadores, locales o llegados de los más diversos lugares de la geografía planetaria, haciendo de Cáceres su territorio de inspiración y creación.

Si fuera alcaldesa de Cáceres -aunque ya digo que no es mi intención postularme para tal- le pediría a Isidro Timón que siguiera trayendo el Womad a esta ciudad que se transforma con ese festival lo mismo que él lo hace cuando divisa los campanarios poblados de nidos de cigüeñas. Trataría de entusiasmar a los jóvenes cacereños con su ciudad, con la música y con el arte, y conseguiría con la ayuda de todos ellos que la Cáceres que ya es de todos fuera declarada Ciudad Europea de la Cultura en 2016, una aspiración para la que ya ha presentado su candidatura.

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Y si no nos conceden ese privilegio, dimitiría de inmediato para volver a ocuparme de lo único que sé hacer medianamente bien, que no es escribir artículos para El PAÍS, sino entusiasmarme para entusiasmar a la gente con cosas como las que le pasan a Cáceres cada mayo.

Dania Dévora, directora de los festivales Womad España.EFE

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