Crítica:

Madre castradora

¿Se puede querer demasiado a un hijo? ¿En qué momento se traspasa la barrera del cariño, del amor maternal, y comienza a pisarse el resbaladizo territorio de la dominación absorbente rayana en la pedofilia? "Mi hijo es mi hijo", clama la madre protagonista de la película. Demasiados posesivos en tan pocas palabras.

Tras adentrarse en el infierno familiar en un par de cortos, el francés Martial Fougeron debuta en el largometraje con Mi hijo, un drama seco, cortante, quizá demasiado explícito en la radiografía mental de sus criaturas aunque muy bien condensado en apenas hora y cuar...

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¿Se puede querer demasiado a un hijo? ¿En qué momento se traspasa la barrera del cariño, del amor maternal, y comienza a pisarse el resbaladizo territorio de la dominación absorbente rayana en la pedofilia? "Mi hijo es mi hijo", clama la madre protagonista de la película. Demasiados posesivos en tan pocas palabras.

Tras adentrarse en el infierno familiar en un par de cortos, el francés Martial Fougeron debuta en el largometraje con Mi hijo, un drama seco, cortante, quizá demasiado explícito en la radiografía mental de sus criaturas aunque muy bien condensado en apenas hora y cuarto de metraje, ganador de la Concha de Oro (ex aequo, junto a la iraní Niwe mung) y del premio a la mejor actriz para la magnífica Nathalie Baye en el pasado Festival de San Sebastián.

MI HIJO

Dirección: Martial Fougeron. Intérpretes: Nathalie Baye, Victor Sébaux, Olivier Gourmet, Marie Kremer. Género: drama. Francia, 2006. Duración: 79 minutos.

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Una madre bien entrada en la cincuentena; el vástago llegó tarde, pero llegó, y ahora no hay quien la mueva de su posición. Un padre modelo calzonazos (nadie como el gran Olivier Gourmet, con sus diminutos ojos estrábicos, para interpretar a semejante pasmarote). Un hijo en el paso de la infancia a la adolescencia que destruye su peinado de escuadra y cartabón nada más doblar la esquina de casa.

Tres personajes a los que Robert Redford llevó en Gente corriente (1980) hasta la tragedia sentimental y que Fougeron, como buen francés, ha preferido exprimir a base de silencios, de excelentes ejercicios elípticos (como la muerte de la abuela). Lástima que ese tono adusto se rompa en la parte final con el lugar común de la pistola y, sobre todo, con una frase a destiempo que cuestiona buena parte de lo contado hasta entonces: "Siempre estuviste loca de atar, desde pequeña", le espeta a la madre su propia madre. Luego, si la demencia no proviene del estado maternal, sino del simplemente personal, ¿por qué basar toda la historia en la castración materno-filial?

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