Columna

Días de la patria

Algo está fallando. El nacionalismo, de siempre historicista, nunca había dejado pasar una buena conmemoración. Esta vez sí. Se cumple el 75 aniversario del primer Aberri Eguna, una fecha rotunda, y está pasando inadvertido. Es verdad que el año pasado fue el Aberri Eguna número 75 y así lo hizo constar el PNV, pero este son tres cuartos de siglo y 75 años son 75 años. Pues ni por esas.

Los nacionalistas afrontan este Aberri Eguna como si fuese uno más, de trámite, y no las bodas de diamantes de su día sagrado. El primer Aberri Eguna, el de 1932, lo gestó el ...

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Algo está fallando. El nacionalismo, de siempre historicista, nunca había dejado pasar una buena conmemoración. Esta vez sí. Se cumple el 75 aniversario del primer Aberri Eguna, una fecha rotunda, y está pasando inadvertido. Es verdad que el año pasado fue el Aberri Eguna número 75 y así lo hizo constar el PNV, pero este son tres cuartos de siglo y 75 años son 75 años. Pues ni por esas.

Los nacionalistas afrontan este Aberri Eguna como si fuese uno más, de trámite, y no las bodas de diamantes de su día sagrado. El primer Aberri Eguna, el de 1932, lo gestó el PNV para celebrar el 50 aniversario del nacionalismo, idea redentora que a Sabino Arana le llegó en 1882, según relató y figura en la épica del movimiento.

Se cumple el 75 aniversario del primer 'Aberri Eguna', una fecha rotunda, y está pasando inadvertido
La dictadura fue brutal para el nacionalismo, pero también para todos los demócratas

Llevamos pues 125 años de nacionalismo y la contundencia cronológica bien hubiese merecido alguna reflexión pública. Máxime cuando el que nos toca hace el número 30 de los aberris egunas en libertad, el primero fue el de 1978. Seguimos bajo opresión española, pero al menos el Pueblo Vasco ha conquistado ya el derecho de ser para celebrar su día patrio. En el que, tradición manda, se evocan esencialmente tres cosas: la nación, los vascos... y el franquismo.

En los manifiestos que publica el PNV en esta fecha desde 1978 hay un único tema que suele repetirse: la dictadura franquista. En su alegato anual el EBB suele mostrar la satisfacción de ser vasco y diagnosticar cómo van las cosas -lo mal que lo hacen los demás y la sagacidad con que nos guían-. Junto a ello, el PNV recuerda al franquismo. En esto no pasan los años. Veamos algunas citas al azar, de los manifiestos del EBB en los Aberri Eguna, una lectura no apta para inocentes. 1978: quedaban "reductos del franquismo" en Ayuntamientos y Diputaciones (la alusión a la dictadura era breve, si se contrasta con los aluviones de después). 1983: "el duro periodo de la dictadura". 1988: lamentaba "los largos años de dictadura. Se creyó haber arrancado de raíz su conciencia y su ser . Pero no sólo no lo lograron sino que fortalecieron y ampliaron nuestra convicción nacional", y ahí les duele . Entre otras cosas del mismo cariz.

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La idea de la nación vasca oprimida por el franquismo, pero en resurrección, cada vez ocuparía mayor lugar. 1992 (por entonces sólo el nacionalismo se acordaba de Franco para la política cotidiana): "Nunca en su historia pasada o reciente ha sufrido 'lo vasco' una negación tan absoluta, una represión global tan intensa como en los 40 años de dictadura de Franco y de la España Una, Grande y Libre", y aturdía esta sensación de ver presente el pasado. 1996: "Las tropas de Franco entraron a sangre y fuego. Aquella generación generosa y esperanzada terminó segada por el plomo, desperdigada por el mundo o encerrada por millares en las cárceles".

¿Por qué esta recreación constante de la dictadura? Y sigue. 2000: "Hubo un tiempo en el que una dictadura militar impedía cualquier expresión de voluntad de cualquier orden, que no acatara su imposición". 2002: "Ni siquiera los rigores del franquismo pudieron ahogar el más auténtico exponente del patriotismo vasco".

La añoranza antifranquista mejoraba posiciones. 2005: "La sublevación militar que tanto dolor y muerte provocó, se vengó con saña en los hombres y mujeres que lucharon por defender la democracia y la libertad de Euskadi". 2006: "han transcurrido 70 años desde la sublevación militar que tanto pisoteó la democracia y tanto dolor causó".

Asombra la reiteración. No porque la memoria histórica no tenga interés, que lo tiene, sino por revelar que el nacionalismo necesita al franquismo para legitimarse, tres décadas después. Las remembranzas franquistas en su discurso abundan más con el paso los años. Muestran la dictadura como un presente continuo, en el que sigue viviendo el nacionalismo. El recuerdo histórico deviene así en un factor de actualidad, el argumento sobre el que se gesta el victimismo trascendente.

La dictadura fue brutal para el nacionalismo, pero también para todos los demócratas, y si se exceptúa el revival de los últimos años, los demás no suelen regodearse en el pasado anquilosador. No es memoria histórica lo del nacionalismo, es obsesión por revivir la opresión... quizás por no hallar más pruebas con que justificar su victimismo fundacional. El nacionalismo es el único movimiento que durante 30 años ha recordado con perseverancia la dictadura franquista, imagino que junto a la Falange.

El PNV, decía el EBB el año pasado, lidera a este pueblo "frente a quienes decidieron usurpar violentamente la voluntad mayoritaria del Pueblo Vasco". El PNV frente al franquismo, no frente a lo de hoy en día, ese es el esquema reduccionista y ahistórico. ¿Tenemos nacionalismo y éste justifica su agresividad identitaria contra los vascos no nacionalistas porque hubo franquismo? Tal es el mensaje.

Pero la forma en que se desenvuelve el Aberri Eguna marca las distancias entre estas ficciones políticas y las realidades. La celebración va perdiendo los frenesís de antaño, aquellas movilizaciones intensas y derroches de energías nacionales. Contribuye a tal extravío el gusto ciudadano por irse de vacaciones, pero ese entusiasmo para huir de la patria y disfrutar del puente señala que las prioridades cambian, incluso en este Pueblo con identidad al borde de conquistar el derecho a ser para decidir.

El día de la resurrección de los vascos se va convirtiendo en un acto institucional que moviliza sobre todo a los políticos, que se quedan así sin puente (en esto tienen más suerte los no nacionalistas, que pueden cogerse unos pocos días, dejando uno de guardia; quizás les envidian sus colegas). La ciudadanía, a lo suyo, lo ve por la televisión, para atisbar qué depara el año próximo. Todo sin demasiadas pasiones. Esta pérdida de tensión es el signo de los tiempos, pero resulta fatal para un nacionalismo basado en gran parte en la épica.

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