Editorial:

Terror bajo Mugabe

Las palizas y torturas de que han sido víctimas en los últimos días en Zimbabue decenas de opositores, entre ellos su líder Morgan Tsvangirai, son una dramática evidencia más de las cotas de brutalidad en la represión que ha alcanzado el régimen del que fuera antiguo guerrillero y faro del progresismo africano Robert Mugabe. La protesta pacífica a comienzos de semana del Movimiento para el Cambio Democrático (MDC) en contra de la intención del octogenario Mugabe de presentarse otra vez a una elección presidencial que no es sino un grotesco trámite para prolongar indefinidamente la dictadura, s...

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Las palizas y torturas de que han sido víctimas en los últimos días en Zimbabue decenas de opositores, entre ellos su líder Morgan Tsvangirai, son una dramática evidencia más de las cotas de brutalidad en la represión que ha alcanzado el régimen del que fuera antiguo guerrillero y faro del progresismo africano Robert Mugabe. La protesta pacífica a comienzos de semana del Movimiento para el Cambio Democrático (MDC) en contra de la intención del octogenario Mugabe de presentarse otra vez a una elección presidencial que no es sino un grotesco trámite para prolongar indefinidamente la dictadura, se ha saldado con una mujer muerta y decenas de heridos en las calles de la capital, Harare. La policía y las bandas de matones del régimen detuvieron a otros muchos para proseguir las palizas en las comisarías.

La historia de la última década de Zimbabue es sorprendentemente trágica, incluso en el dramático contexto africano. En 1996 aún era uno de los países más prósperos y preparados de África, cuando todavía Mugabe era elogiado por cómo había dirigido una transición ordenada del poder en la antigua Rodesia a la mayoría negra. Si se hubiera retirado entonces, hoy sería probablemente un líder admirado dentro y fuera del continente. Por desgracia no fue así, y poco tiempo después, cuando la insatisfacción por el mal gobierno y la corrupción generó un amplio movimiento opositor en torno al MDC, el presidente cruzó definitivamente la línea que separaba al padre de la patria del tirano más feroz.

Su política de hostigamiento a los granjeros blancos, de confiscación de bienes y persecución de cualquier oposición llevaron en poco tiempo y con masiva violencia a la instauración de un régimen personal y mafioso, que inexorablemente ha conducido a Zimbabue al aislamiento internacional y a la ruina económica. Los últimos datos señalan una inflación del 1.700%, un paro del 80% y casi siete millones de habitantes viviendo de la beneficencia internacional.

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La última oleada de brutalidad contra la oposición y contra la población en general no puede saldarse con una respuesta internacional tan tímida como la habida tras el escandaloso fraude electoral de 2005. Esta semana han denunciado al régimen de Zimbabue Naciones Unidas, la Unión Europea, la Unión Africana (tímidamente) y EE UU, que planea extremar sus sanciones económicas. Pero para que la presión sobre Mugabe sea efectiva tiene que unirse a ella Suráfrica, el país clave de la zona, cuyo presidente Tabo Mbeki muestra una condescendencia culpable hacia los excesos de su vecino.

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