Entrevista:Artista | Manuel Vilariño

"Mi obra está determinada por el silencio y la muerte"

La obra de Manuel Vilariño (A Coruña, 1952) es una gran desconocida dentro de Galicia. Como suele ocurrir con los grandes talentos en esta tierra, el reconocimiento siempre llega antes desde fuera, aunque a él no le preocupa en absoluto. Su obra estará presente en la próxima edición de la Bienal de Venecia, que también contará con un comisario gallego en el pabellón español, Alberto Ruiz de Samaniego.

Pregunta. Su trayectoria como artista siempre ha estado un poco al margen de tendencias y grupos. ¿Es una actitud consciente o simplemente ha sido algo fortuito?

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La obra de Manuel Vilariño (A Coruña, 1952) es una gran desconocida dentro de Galicia. Como suele ocurrir con los grandes talentos en esta tierra, el reconocimiento siempre llega antes desde fuera, aunque a él no le preocupa en absoluto. Su obra estará presente en la próxima edición de la Bienal de Venecia, que también contará con un comisario gallego en el pabellón español, Alberto Ruiz de Samaniego.

Pregunta. Su trayectoria como artista siempre ha estado un poco al margen de tendencias y grupos. ¿Es una actitud consciente o simplemente ha sido algo fortuito?

Respuesta. Mi vida, de alguna manera, ha sido siempre una búsqueda de la soledad, de una soledad entendida como recogimiento, como refugio. Es una búsqueda intencionada y es una soledad que también pretende ser un ejercicio de creación. No he pertenecido nunca a una generación ni he tenido un diálogo intelectual con artistas de este país. Mi obra responde a ese concepto fundamental de soledad y de silencio.

"La poesía no tiene lugar en el arte contemporáneo. El arte se ha convertido en un producto efímero"
"En la balanza perversa entre soledad y marketing aposté desde el principio por la primera"
"Asumo la extranjería como una condición. Me resultaría terrible que yo en Galicia significase algo"
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"Me interesan el silencio y los espacios de escucha. Sólo pretendo ser un hermeneuta del silencio"

P. Parece una postura difícil de mantener en el mundo del arte actual.

R. En esa balanza perversa entre soledad y marketing yo lo tuve claro desde el principio y opté por la primera. Mi apuesta por la poesía y la fotografía como algo indisoluble tenía como objetivo mantener una línea marginal, donde pueda estar a solas conmigo mismo y con mi obra. De alguna manera se trataba de defender la celda y de llevar una vida monacal, entendida como aproximación a una estética de la que fui partícipe vinculada a la mística. Es algo que siempre me ha interesado mucho, tanto la mística española como la sufí y la oriental. Siempre me he sentido un extranjero en este país y también un extranjero para mí mismo, pero es que prefiero ser un desconocido y llevar 20 años sin exponer en mi propia ciudad, A Coruña. La condición de extranjero y la soledad han marcado mucho mi resistencia espiritual.

P. ¿Usted nació artista o se hizo artista? ¿Se puede decir que el arte es una profesión?

R. Me hice artista por azar. Creo que mi infancia, cuando miraba hacia las estrellas sobre las montañas del Forgoselo o veía gravitar al águila sobre mi cabeza, fue tan importante como la súbita aparición de la imagen y de la palabra durante mi formación en la universidad. Yo estudiaba una carrera científica cuando llegó un momento en que decidí dedicarme al arte, pero yo creo que aquella experiencia de niño ya me marcó. Ser artista es desbrozar el camino, abrir una senda, encontrar algo o quizás nada. Es el encuentro fortuito con un animal o con una estrella o, como dice María Zambrano, la ofrenda ilimitada o la nada, simplemente el caminar.

P. En sus obras están presentes casi siempre el silencio y la muerte pero no los ve desde una óptica negativa. ¿Cómo se acerca a estos conceptos?

R. La muerte forma parte de la vida con absoluta naturalidad. Igual que los ángeles se enfrentan a las estrellas o a la luz, la vida y la muerte aperecen como un metabolismo cósmico con absoluta naturalidad en mi obra. Me interesan también el silencio y los espacios de escucha. Mi única pretensión es ser un hermeneuta del silencio. Toda mi obra viene determinada por el silencio y por la muerte.

P. ¿Definiría su obra como pintura, fotografía o una mezcla de ambas?

R. Soy un artista que ha trabajado fundamentalmente con soporte fotográfico porque eso implica el uso de la luz, que es la que da la forma a la belleza. Además, la luz representa la posibilidad de ver en lo oscuro y todas las luces son posibles para desvelar las tinieblas. Me interesa la luz de la aurora y la del crepúsculo, pero al lado de ambas está la luz interior que ilumina el espacio interior y transfigurador donde germina la belleza. La fotografía permite traducir a un espacio bidimensional la instalación, la pintura o la escultura. Toda mi obra es una sucesión de emociones. Yo traduzco el lenguaje de los objetos y opero con distintos medios aunque el resultado final es una imagen. Tal vez, como decía Lezama Lima, la imagen es el animal visible de lo invisible.

P. En su obra está muy presente la poesía y usted también ha escrito versos y es un gran lector. ¿Cómo encaja la poesía en su obra?

R. Poesía y fotografía es un cuerpo común, es ser y ver, presencia y ausencia. La poesía, al igual que la filosofía, es la que de alguna manera me ha servido de guía para mi proyecto plástico. La poesía es una forma de vivir y es también lo impalpable y el territorio de lo imaginado.

P. Acaba de celebrarse la feria ARCO en la que se han movido cifras millonarias dentro del arte contemporáneo. ¿Le preocupa la imparable mercantilización del arte?

R. La poesía no tiene lugar en el arte contemporáneo, el arte hoy es mercado, se ha convertido en un producto efímero, de consumo, de grandes operaciones comerciales. ARCO es un espectáculo de vanidades como todas las ferias de arte. Es una sucesión de fuegos fatuos. Frente a todo esto al artista y al poeta le queda vivir en el tiempo del vacío, una vez que ha desaparecido lo sagrado. Existen esos dos mundos y tienes que optar por uno de ellos.

P. Pese a no estar en esa primera línea comercial del arte, su trabajo ha sido seleccionado para participar en la próxima Bienal de Venecia. ¿Cómo afronta ese reto?

R. Mi obra siempre ha interesado a un sector minoritario que me conocía por alguna exposición colectiva o por catálogos. A veces es más fácil exponer en ciudades como Nueva York o Londres que en Madrid y Barcelona, donde todo está muy mediatizado por los medios de comunicación. En la Bienal voy a ir con el trabajo que he hecho siempre, intentaré realizar alguna obra nueva que me permita mirar a Ezra Pound de frente. A Pound le interesan, al igual que a mí, cuestiones como la fragmentación, la discontinuidad o el políptico. El comisario, Alberto Ruiz de Samaniego, tiene un proyecto extraordinario y me parece más importante que la propia bienal en sí.

P. ¿Le molesta que su obra no sea muy apreciada y conocida en Galicia?

R. Esa es mi condición, yo asumo la extranjería como una condición y eso me parece extraordinariamente bueno. Lo que me resultaría terrible es que en Galicia yo significase algo porque yo no formo parte de grupitos, ni de lobbies, ni de generaciones. Trabajo aquí, pero me siento tan cercano a esta tierra como a la India o a Etiopía, donde he aprendido muchas cosas.

P. En Galicia ahora hay más museos y galerías que nunca ¿Esto se debe a que existe un mayor interés de la gente por el arte o es algo artificial?

R. Me parece que es un tanto artificioso. Se ha creado una estructura museística muy fuerte sin una programación o una producción de obras que trascienda lo local. Hay dos o tres galerías que están haciendo un esfuerzo por dar a conocer a artistas gallegos fuera. En los museos estamos en un tiempo de transición, después del bum que supuso la creación de centros que permitían ver la obra de artistas importantes y formar al público. Ahora estamos en un momento de tránsito, de mirada endogámica, de discurso identitario e incluso de construcción de la nación. Yo estoy un poco al margen de todo esto.

P. ¿Qué le parece el proyecto de la Cidade da Cultura?

R. Es un tremendo hormiguero y hay tantas opiniones como hormigas. Me parece bien que haya una Cidade da Cultura pero tiene que haber un proyecto intelectual detrás. Lo que no debe suceder es que la Cidade da Cultura sea el último eslabón de la sociedad del espectáculo.

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