Crónica:LA CRÓNICA

Rúa general

"La rumba del Carnaval / la balla la mossa i el xaval, / la rumba del Carnestoltes disfressa el món de poca-soltes". Por si no lo sabían, nuestro Ayuntamiento encarga cada año una rumba oficial para el Carnaval. La de este año, cuyo estribillo se ha reproducido, ha sido escrita por Xavier Ciurans y si quieren escucharla completa no tienen más que ir a la web municipal (www.bcn.es). Junto a la de esta convocatoria, encontrarán también las rumbas compuestas desde el año 2002.

La verdad es que el sábado, en la calle de Gran de Gràcia, a la altura de Fontana, pocos bailaban la...

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"La rumba del Carnaval / la balla la mossa i el xaval, / la rumba del Carnestoltes disfressa el món de poca-soltes". Por si no lo sabían, nuestro Ayuntamiento encarga cada año una rumba oficial para el Carnaval. La de este año, cuyo estribillo se ha reproducido, ha sido escrita por Xavier Ciurans y si quieren escucharla completa no tienen más que ir a la web municipal (www.bcn.es). Junto a la de esta convocatoria, encontrarán también las rumbas compuestas desde el año 2002.

La verdad es que el sábado, en la calle de Gran de Gràcia, a la altura de Fontana, pocos bailaban la rumba del Carnaval. Expuestos al frío y al chispeo de la lluvia, más bien se nos había puesto a todos cara de poca-soltes. La señora en primera fila no hacía más que animar a las comparsas para que sonrieran o, cuando menos, fingieran que se lo estaban pasando en grande. "Falta ambiente", sentenciaba, y no le faltaba razón.

El desfile empezó puntual, a las 20.30 horas. Abrían el cortejo sendas cochineras de la Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra para que a nadie le cupieran dudas sobre lo bien tutelada que está la población: si a unos les entra la flojera, siempre quedarán los otros para meternos en vereda. A finales de la década de los setenta, que es cuando el Carnaval estalló por la ciudad como una farsa de liberación necesaria, esa imagen hubiera sido imposible. Se tomaba el Paral.lel sin más; el botellón era generalizado, aunque todavía no se le llamaba así; el Sida no existía y las substancias psicotrópicas eran sinónimo de buen rollo. Los partidos y las organizaciones sindicales aprovechaban la concentración para hacer proselitismo desde sus puestos de propaganda, pero no solían comerse un rosco. Mucha gente tenía ganas de marcha y se echaba a la calle a la brava, sin pedir permiso a nadie. Si antes eran las asociaciones de vecinos y los ateneos de barrio los que montaban el sarao, hoy es el Ayuntamiento quien dirige la rumba, asesora artísticamente a las comparsas, establece horarios e itinerarios, e incluso fija el tamaño de las carrozas: anchura máxima de 3,5 metros, altura de 4 y largo de 10, incluidos los elementos ornamentales (los carteles identificadores de las comparsas, por su parte, deben circunscribirse a un metro de ancho por 30 centímetros de alto y un soporte que no haga execeder al conjunto de los dos metros).

No es que uno esté en contra de la organización y el orden, muy al contrario, pero ¿tiene sentido que la Administración encargada de mantenerlos sea a la vez la que organice una juerga cuyo leit motiv habría de ser cuestionarlos? No parece, la verdad. Además, no hace ninguna falta. Hay cosas que vienen, otras que se van. Los carnavales de la democracia naciente se tiñeron de contracultura porque hacía falta darse un respiro en algún lado. Luego fueron los mercados municipales los que se empecinaron en mantener viva una tradición en caída libre en Barcelona (no en Vilanova, no en Sitges, no en Tenerife...), hasta hoy en que el Instituto de Cultura de Barcelona intenta reanimar al cadáver. En vano. Ni una sola de las comparsas que desfilaron por Gran de Gràcia el sábado escenificaba la más leve crítica al poder. Ejércitos de egipcios, romanos, trogloditas, rockeros, piratas, brujas. Gente disfrazada de palomita de maíz, de frutero o de bar. Aparecieron también por allí las musas del Palau de la Música y los elementos de la tabla periódica, sin duda optando a uno de los premios especiales de la convocatoria, dedicada al Año Internacional de la Ciencia. Por toda transgresión, señores vestidos con bata de cola, como los Morancos, o una extraña burbuja dentro de la cual parecía tener lugar una orgía light. Ni un solo okupa con cara de Imma Mayol, ni un solo Jordi Portabella echando los dados para decidir por dónde pasará el AVE. Ni siquiera una colleja de bienvenida al nuevo, Jordi Hereu. Y eso que estamos a las puertas de una campaña electoral en la que todos ellos se creerán autorizados a darnos la turra sin compasión. Les dejamos escapar y luego nos quejamos de que se ponen pesados.

¿Hay futuro para el Carnaval en Barcelona? Fiestas privadas siempre habrá y los colegios no dejarán de montar saraos presuntamente creativos con tal de saltarse horas lectivas, pero el Carnaval oficial pierde sentido, si es que alguna vez lo tuvo. El futuro de la fiesta lo aportarán sin duda los inmigrantes de países latinoamericanos. Las comparsas de Ecuador, Perú, Bolivia o Colombia son cada vez más numerosas en la rúa de Barcelona. Son ciudadanos con hambre de calle y motivos más que justificados para despotricar contra un poder que aún les deja fuera de demasiadas cosas y liarla en consecuencia. El color, el ritmo y la rabia están definitivamente de su parte. Y de rumba y géneros asimilados saben un rato largo. Así es que son la mejor garantía de futuro, los únicos que parecen estar en condiciones de remediar la decepción de la señora con ganas de reírse que el sábado, apostada ante la parada de metro de Fontana, constataba con decepción la falta de ambiente de la rúa general barcelonesa. La lluvia nada tenía que ver con ello.

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