Columna

El barco de los parias

La terrible historia de la esclavitud tiene uno de sus capítulos más negros en el siglo XV, a partir del descubrimiento de América. Los colonizadores conquistaron las tierras y crearon grandes latifundios donde explotaban a los indígenas. Se abrieron infinidad de minas para extraer oro y piedras preciosas, y en ellas miles de indios se dejaron la vida. Tantos, que aquello llegó a preocupar a los Reyes Católicos, que enviaron sacerdotes españoles para verificar los rumores sobre las atrocidades que allí se estaban cometiendo. Uno de ellos fue Fray Bartolomé de las Casas. Éste, en su primer viaj...

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La terrible historia de la esclavitud tiene uno de sus capítulos más negros en el siglo XV, a partir del descubrimiento de América. Los colonizadores conquistaron las tierras y crearon grandes latifundios donde explotaban a los indígenas. Se abrieron infinidad de minas para extraer oro y piedras preciosas, y en ellas miles de indios se dejaron la vida. Tantos, que aquello llegó a preocupar a los Reyes Católicos, que enviaron sacerdotes españoles para verificar los rumores sobre las atrocidades que allí se estaban cometiendo. Uno de ellos fue Fray Bartolomé de las Casas. Éste, en su primer viaje al Nuevo Mundo, quedó horrorizado de lo que observó y decidió remitir unos memoriales a la corte española oponiéndose a la explotación de los indígenas, pero ofreciendo como alternativa la importación de negros africanos para estos menesteres. A partir de entonces, Fray Bartolomé se convirtió en un héroe para los indígenas, pero en un diablo para los negros. Los historiadores cifran en más de 15 millones las personas que fueron cazadas como animales en África y vendidas como esclavos. Cuatro siglos duró este comercio, del que participaron todos los grandes estados europeos, y que se abastecía con los denominados barcos negreros, en uno de los episodios más vergonzantes de la historia de la humanidad.

El último barco de exiliados de la Guerra Civil española partió de Alicante el 28 de marzo de 1939. En el Stanbrook, un pequeño barco carbonero, iban hacinadas más de 2.600 personas. Uno de sus pasajeros dejó un testimonio aterrador de la noche en que elevó el ancla: "Iba lleno hasta el palo mayor, y en todos los lugares había alguien; en las bodegas, en el puente, sobre el techo de las cocinas y de las máquinas". Pese a ello, partió dejando sobre los muelles una multitud desesperada que no cesaba de gritar y de llorar. El barco arribó al puerto de Orán el 30 de marzo, pero estuvo una semana anclado a la entrada sin poder atracar. Las autoridades no permitieron el desembarco de los refugiados, lo que añadió aún más dramatismo a la desesperación de esos expatriados que llegaban hacinados y en condiciones penosas. Durante treinta días más, muchos de ellos, tuvieron que soportar una lastimosa cuarentena sobre los muelles del puerto.

La historia universal de la infamia está llena de barcos. De cayucos, pateras, buques negreros y embarcaciones cargadas de gente a las que les han impuesto el rumbo. A lo largo de los siglos, el hombre se ha defendido del hombre desesperado separándolo con un cordón sanitario para que no interfiriera en su bienestar. Esa cuarentena se justifica en el periodo de incubación durante el cual los pasajeros que quieran arribar a nuestro ansiado mundo deben permanecer en espera de que pase el tiempo que se considera de contagio. Como a los barcos, también a las personas se las clasifica según el puerto de procedencia o los lugares que hayan recorrido en su travesía. Hay dos clasificaciones: de patente limpia o de patente sucia.

Durante cuatro siglos, no hubo escrúpulos en considerar a los barcos negreros de patente limpia. Ahora estas travesías, cuyo rumbo se lo impone la desesperación a sus pobres pasajeros, son de patente sucia, por eso hay que aplicarles un estricto reglamento sanitario. No hay que tener remordimientos, a ésta y otras penalidades estos pasajeros ya están acostumbrados. El pasaje, como antiguamente los enseres, se debe quedar en la cubierta del barco oreándose al sereno. Como medida higiénica, a los muertos hay que arrojarlos a altamar. Y finalmente, a los pasajeros sanos ofrecerles siete días para organizarse según origen, no vaya a tocarle a uno de esos países pobres un harapiento que no es suyo.

La historia del barco carbonero Stranbrook, como símbolo del exilio español, nos debiera servir para recuperar la memoria histórica. Y las de los barcos negreros para clavar un dardo en la conciencia de una Europa que prefiere mirar a otro lado. Siete días se han tirado en altamar los 372 inmigrantes del Marine I. Ni España ni Mauritania ni Guinea-Conakry querían en sus puertos este barco negrero. Era de patente sucia.

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