Tribuna:

Salvados por los impuestos

¿Qué les debemos a los nietos de nuestros tataranietos? ¿Qué medidas estamos obligados a tomar ahora para reducir los riesgos que plantean para nuestros descendientes y el planeta las probabilidades cada vez mayores de que se produzca un calentamiento del planeta y un cambio climático? Casi todos -excepto ExxonMobil, el vicepresidente estadounidense Dick Cheney, sus criados a sueldo, sus acólitos engañados y otros de la misma ralea- entendemos que cuando los humanos quemamos hidrocarburos expulsamos a la atmósfera dióxido de carbono, que actúa como una manta gigantesca, absorbiendo la radiació...

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¿Qué les debemos a los nietos de nuestros tataranietos? ¿Qué medidas estamos obligados a tomar ahora para reducir los riesgos que plantean para nuestros descendientes y el planeta las probabilidades cada vez mayores de que se produzca un calentamiento del planeta y un cambio climático? Casi todos -excepto ExxonMobil, el vicepresidente estadounidense Dick Cheney, sus criados a sueldo, sus acólitos engañados y otros de la misma ralea- entendemos que cuando los humanos quemamos hidrocarburos expulsamos a la atmósfera dióxido de carbono, que actúa como una manta gigantesca, absorbiendo la radiación infrarroja procedente de la superficie y calentando la Tierra.

Está claro que los países ricos del mundo deberían soportar la carga de enfrentarse al cambio climático en las próximas generaciones. Al fin y al cabo, ellos pudieron tomar el camino fácil a la industrialización y la riqueza sin privarse de emisiones. Actualmente, China, la India y otros países en vías de desarrollo no pueden, y sería injusto penalizarlos por ello.

Está claro que los países ricos del mundo deberían soportar la carga de enfrentarse al cambio climático en las próximas generaciones

A los economistas nos gusta pensar las cosas desde el punto de vista de los precios. Y cuando los economistas vemos un comportamiento que tiene efectos secundarios destructivos nos gusta imponerle gravámenes. Los impuestos hacen que los individuos sientan en el bolsillo la destrucción que están causando. Gravar a quienes, pongamos por caso, conducen todoterrenos para distancias cortas es un modo de utilizar la inteligencia colectiva de la humanidad para decidir cuándo los efectos secundarios nocivos son una razón para alterar el comportamiento.

Pero tiene que ser el impuesto adecuado. Un todoterreno que recorre 15 kilómetros en ciudad y quema casi cuatro litros de gasolina expulsa a la atmósfera unos tres kilos de carbono. ¿Debería ser el impuesto añadido por "calentamiento de la Tierra" de 1 céntimo por litro, de 10 céntimos por litro o de 50 céntimos por litro? El economista australiano John Quiggin ofrece en su página de internet (http://johnquiggin.com) un análisis muy esclarecedor que se inclina por los 10 céntimos el litro, porque proyecta que el gasto actual para reducir las emisiones de carbono es una buena inversión para el futuro. Suponiendo que la renta anual per cápita aumente aproximadamente un 2% anual en todo el mundo, un gasto marginal de unos 55 euros ahora para reducir las emisiones de carbono valdría la pena si, teniendo en cuenta el daño producido por el calentamiento del planeta y los gastos de ajuste, el mundo de 2100 fuera 400 euros más rico en poder adquisitivo que el del año 2006.

Por otro lado, los detractores señalan que hoy el mundo es pobre: el PIB anual medio per cápita en paridad de poder adquisitivo es aproximadamente de 5.300 euros. Esperamos que la mejora de la tecnología y su expansión hagan el mundo de 2100, a una tasa de crecimiento anual del 2%, mucho más rico: un poder adquisitivo del año 2006 de 38.500 euros. Por tanto, los detractores sostienen que nosotros hoy necesitamos mucho más los 55 euros per cápita que los habitantes más ricos de 2100 necesitarán los 400 euros que obtendrían si se les evitaran las consecuencias del cambio climático.

Pero lo que estos detractores no suelen decir es que la misma lógica es válida para el mundo actual. La renta media anual de Estados Unidos, Japón y Europa occidental es de unos 30.000 euros, y en la mitad más pobre de la población mundial es de 4.600 euros. La misma lógica que dice que nosotros necesitamos nuestros 55 euros más de lo que los habitantes de 2100 necesitarán los 400 adicionales dicta que, mientras esos 400 euros de más en impuestos del primer mundo generen sólo 55 euros adicionales en la renta per cápita de los países pobres, deberíamos gravar más a los ricos del mundo.

Resumiendo, si los ricos del mundo hoy son tacaños con sus descendientes mucho más ricos, y si queremos dejarles nuestro caos medioambiental para que ellos lo resuelvan, deberíamos ser pródigos con los pobres del mundo. De igual modo, si somos tacaños hoy con los pobres del mundo, deberíamos ser pródigos con nuestros descendientes. Al menos eso es lo que deberíamos hacer si nuestras acciones se basan en algún principio moral y no en el de Leonid Bréznev: lo que tenemos, nos lo guardamos.

J. Bradford DeLong es catedrático de Economía de la Universidad de Berkeley y fue subsecretario del Tesoro estadounidense durante la Administración de Clinton.

(c) Project Syndicate, 2006.

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