Crítica:

Azucarados mohínes

La escritora e ilustradora infantil Beatrix Potter vivió una difícil existencia en la que tuvo que enfrentarse con asiduidad a poderes que la ninguneaban tanto en el terreno social como en el profesional, especialmente el de sus padres, que ni creían en su arte ni le permitían casarse con pretendientes que tuvieran la necesidad de trabajar para vivir.

Ante semejantes dislates, Potter acentuó su capacidad de lucha y terminó su vida como triunfadora literaria y como rica hacendada. Una vida de película que, por desgracia, Chris Noonan ha filmado de la peor forma posible: acentuando las do...

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La escritora e ilustradora infantil Beatrix Potter vivió una difícil existencia en la que tuvo que enfrentarse con asiduidad a poderes que la ninguneaban tanto en el terreno social como en el profesional, especialmente el de sus padres, que ni creían en su arte ni le permitían casarse con pretendientes que tuvieran la necesidad de trabajar para vivir.

Ante semejantes dislates, Potter acentuó su capacidad de lucha y terminó su vida como triunfadora literaria y como rica hacendada. Una vida de película que, por desgracia, Chris Noonan ha filmado de la peor forma posible: acentuando las dosis de almíbar, pasando por encima de la trascendencia feminista del personaje y relegando al drama a una única secuencia sin el menor atisbo de reflexión. Del resto se encarga la cada vez más insoportable Renée Zellweger, convertida poco a poco en una intérprete con dos únicos registros: el mohín de alegría y el mohín de tristeza.

MISS POTTER

Dirección: Chris Noonan. Intérpretes: Renée Zellweger, Ewan McGregor, Emily Watson, Barbara Flynn. Género: drama. R U, EE UU, 2006. Duración: 92 minutos.

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Noonan, autor de la sobrevalorada Babe, el cerdito valiente (1995), aceptable cinta infantil, prefiere seguir en esta onda mágica y otorga vida a los personajes literarios de Potter, principalmente conejos. Una decisión que podría haber redundado en beneficio de la película si la creatividad se hubiese impuesto al tono excesivamente banal que sobrevuela a cada paso. El realizador australiano ha construido una historia unidireccional encaminada hacia el éxtasis en la que apenas hay picados narrativos. Filmar una vida de cuento de un autor para niños no tiene por qué estar enfrentado con la ternura verdadera, con la tragedia auténtica y con la alegría desbordante.

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