Columna

Más es más

Ahora resulta que tenemos un lehendakari desigual. Para ser exactos, el más desigual. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley -somos-, menos el lehendakari, que es desigual. ¿Cómo dijo la portavoz Miren Azkarate? ¡Ah sí! "No es un ciudadano más". Pero como no es fácil que quisiera decir que es un ciudadano menos, habrá que colegir que los que somos menos somos nosotros. Y como él es más, está pues en un plano más o superior ante la ley y no como el resto de los mortales que no somos más que iguales o inferiores. Lo curioso es que ser lehendakari no es más que un cargo...

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Ahora resulta que tenemos un lehendakari desigual. Para ser exactos, el más desigual. Todos los ciudadanos son iguales ante la ley -somos-, menos el lehendakari, que es desigual. ¿Cómo dijo la portavoz Miren Azkarate? ¡Ah sí! "No es un ciudadano más". Pero como no es fácil que quisiera decir que es un ciudadano menos, habrá que colegir que los que somos menos somos nosotros. Y como él es más, está pues en un plano más o superior ante la ley y no como el resto de los mortales que no somos más que iguales o inferiores. Lo curioso es que ser lehendakari no es más que un cargo. Y, de hecho, un cargo inverso al que pretende el nacionalismo, puesto que es el representante del Estado (del Estado español, claro) en esta autonomía, porque no en balde esta autonomía está integrada en España, por lo que autonomía y lehendakari disfrutan de un poder -bien lo saben los nacionalistas y por eso se quejan y aspiran a más-, subalterno. En consecuencia, y pese a ser desigual y estar por encima de la ley en cierto modo, puesto que es más que un ciudadano, el lehendakari también formaría parte de este país de locos al que de alguna manera, si no despreciar, quiere muy poco; tan poquito que considera que está formado por locos, sin darse cuenta de que al formar también él parte del mismo podría estar autocalificándose de loco. Pero no es de esto de lo que quiero hablar sino de que al sentirse por encima de la ley, en cierto modo o no, también estaría situándose por encima de la lógica, como lo prueba sus aseveraciones acerca de los países de locos.

Y más. Ahí están las palabras que dedicó al Foro de Ermua llamándole crispador y fuerza inoperante. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! "Esta asociación con sus actuaciones incorpora dosis de odio y crispación a la sociedad vasca y no genera un clima para la convivencia ni apuesta por construir la paz". Ahora va a resultar que es el Foro de Ermua el que "incorpora dosis de odio y crispación" (pese a la enrevesada paráfrasis farmacológica se entiende, ¿no?) y el que "no genera un clima de convivencia", aspectos que reafirmó al día siguiente la portavoz Espinete Azkarate: "Lo único que trae ese colectivo es crispación, e, incluso, intento de generar odio" (aquí la perífrasis tiene un nivel más dostoievskiano), lo que probaría que no se trataba de un lapsus ni de un calentón del lehendakari, sino de una doctrina. Pues bien, una de dos, o quienes así hablan padecen de una inversión de la lógica o habrá que concluir que quienes están en situación ilegal, convocan manifestaciones no autorizadas -que consiguen realizar pese a la ¿intervención? de la policía del Gobierno del lehendakari-, que empapelan las calles con amenazas y queman autobuses, cajeros y sucursales bancarias son los de Foro de Ermua.

Y si es así, bien está que el lehendakari se subleve. ¡Cómo!, debería meter a todo el Foro de Ermua en la cárcel y ponerse a dialogar con quienes ni crispan ni generan odio, además de estar inscritos como asociación perfectamente legal y no andar encausados por delitos de terrorismo. Bueno, a lo mejor la santidad tiene otros vericuetos mentales, quiero decir, que se expresa mediante otra lógica, y si es así, retiro todo lo dicho. Porque, claro, quien no es como un mortal más, seguro que es por lo menos un semidiós, si es que nos situamos en los esquemas mentales de los antiguos griegos; o quizás un santo, si adoptamos parámetros cristianos. Y si es un santo o un semidiós bien puede permitirse licencias mentales, y hasta recibir el apoyo entusiasta y enfervorecido de unas masas que no consideran al lehendakari como alguien que gestiona el poder por delegación -sólo le votaron, no le consagraron-, sino como un santo varón, una suerte de taumaturgo al que quieren martirizar los malvados.

Claro que, a lo mejor, tampoco le consideran eso sino un simple caudillo con el carisma de un Hugo Chávez. Apuesto a que no tardamos mucho en ver a nuestro Juan José Ibarretxe con un jersey de Evo Morales. O su equivalente autóctono, una buena pelliza de Aitor.

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