Columna

Unas flores

Insomne y aún abrumada por la belleza de mi primer paseo nocturno por Cartagena de Indias, que me ha traído ecos de las calles gaditanas, zapeo en la tele del hotel hasta que encuentro una entrevista con Fernando Araújo, ex ministro colombiano secuestrado seis años por las FARC hasta que tuvo el valor de escapar. Veo a un hombre extremadamente educado, con una pulcritud de aire religioso y el temple raro de una persona que ha sobrevivido gracias a ejercitar sobrehumanamente la paciencia. "A los seis meses", decía, "asumí mi condición de secuestrado. Ésa era mi vida". Me siento conmovida y ater...

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Insomne y aún abrumada por la belleza de mi primer paseo nocturno por Cartagena de Indias, que me ha traído ecos de las calles gaditanas, zapeo en la tele del hotel hasta que encuentro una entrevista con Fernando Araújo, ex ministro colombiano secuestrado seis años por las FARC hasta que tuvo el valor de escapar. Veo a un hombre extremadamente educado, con una pulcritud de aire religioso y el temple raro de una persona que ha sobrevivido gracias a ejercitar sobrehumanamente la paciencia. "A los seis meses", decía, "asumí mi condición de secuestrado. Ésa era mi vida". Me siento conmovida y aterrada. Luego rumio en la oscuridad la idea de si hay que estar hecho de una madera especial para sobrevivir, si cualquiera, yo misma, podría soportarlo. No sé nada de este hombre, no tiene más adjetivos que el que le caracteriza como ser humano. Pero estoy en su pueblo, Araújo es cartagenero, y los adjetivos empiezan a completar su figura en cuanto pregunto por él al día siguiente. "No, no era muy querido en Cartagena. Viene de una familia riquísima. No tuvieron piedad a la hora de especular y casi expropiar a la pobre gente de sus barrios". Otro me confiesa: "Siento pena de no sentir pena". Eso me hace pensar en todo el ejercicio que tuvimos que hacer (que algunos aún tienen que hacer) en España para borrar los adjetivos que describen a los muertos del terrorismo. El policía, el guardia civil, el militar. Fueron los movimientos cívicos los que a contracorriente emprendieron la trabajosa labor de enseñarle a la ciudadanía algo elemental, que cualquier muerto nos incumbe, al margen de su filiación política o su labor profesional. No fue fácil extender la idea de que no había muertos de primera o de segunda. Conviene recordar que no hace ni 10 años que Fernando Savater fue duramente criticado por asistir a un acto en memoria de Gregorio Ordóñez. Es algo viejo: al mezquino le irritan las almas generosas, por eso carga a los muertos de adjetivos, para justificar su desvergüenza. Una vez más ha sido profanada la tumba de Gregorio Ordóñez. Es alentador pensar que hay algunos ciudadanos, valerosos, empecinados, que sin tener en cuenta la filiación política del difunto, se acercan a compensar la afrenta dejándole unas flores.

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