Crítica:

Un Ortega en estado puro

Decía Ortega, curándose en salud, que en España todo lo que no es aplaudir se entiende como criticar. Su particular receta para leer la obra de los clásicos consistía en intentar "salvarla", llevándola a su plenitud desde una distancia crítica. Es casi irresistible la tentación de aplicarle su propia medicina al glosar algunos de sus textos. Y quizá, como se ha sugerido, la mejor manera de vencer la tentación es cayendo en ella. Pero nos detiene ahora el recuerdo de su queja dolorida.

Ya en 1932, en el prólogo a una edición de sus obras incompletas, casi desesperaba de encontrar un alma...

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Decía Ortega, curándose en salud, que en España todo lo que no es aplaudir se entiende como criticar. Su particular receta para leer la obra de los clásicos consistía en intentar "salvarla", llevándola a su plenitud desde una distancia crítica. Es casi irresistible la tentación de aplicarle su propia medicina al glosar algunos de sus textos. Y quizá, como se ha sugerido, la mejor manera de vencer la tentación es cayendo en ella. Pero nos detiene ahora el recuerdo de su queja dolorida.

Ya en 1932, en el prólogo a una edición de sus obras incompletas, casi desesperaba de encontrar un alma capaz, más que de entenderlas, de sentirlas, por su carácter complejo, disperso, circunstancial. Sirva como disculpa por la paráfrasis de una cita tan manida su premonitoria actualidad. Los textos de Ortega reunidos en este volumen VI de Obras completas tuvieron, en su mayor parte, una azarosa génesis, han sido objeto de una complicada edición y fueron recibidos por la crítica con división de opiniones. Corresponden a los años 1941-1955, es decir, a la última época, la del exilio. Son los momentos finales de la estancia agridulce en Buenos Aires, la llegada al puerto sereno de Lisboa, el provisional "apeadero" en Madrid, la agitación del conferenciante solicitado en Europa y que se fotografía en Estados Unidos junto a Gary Cooper. Ortega es el intelectual de moda en la posguerra europea, y en particular de Alemania, necesitada de maestros en la alta cultura no contaminados por la baba del nazismo.

OBRAS COMPLETAS (TOMO VI): 1941-1955

José Ortega y Gasset

Taurus. Madrid, 2006

1.000 páginas. 50 euros

Se convierte en un filósofo

transeúnte, que se queja a menudo de la falta de libros, que extraña su biblioteca, al que le falta tiempo para pulir los textos, pero que no para de hablar de nuevos proyectos, grávido de rotundos "mamotretos" que anuncia de inminente aparición y, sobre todo, ejerce de torero de las ideas ante públicos poco acostumbrados a ello, que aplauden y ríen agradecidos. Ha hecho falta luego una penetración de lince psicoanalista (más que de la Pampa, del erial) para adivinar detrás de todo ello a un filósofo "deprimido" con tentaciones de suicidio intelectual.

En todo ese tiempo redacta una cantidad ingente de notas de trabajo, valiosísimas para entender la génesis de su obra, deja manuscritos de obras menores y mayores que acaban "trasconejados". En este volumen de las Obras completas se halla desplegada una gran variedad de temas, desde la filosofía de la historia, la idea de vida, el método de las generaciones, sin desdeñar la caza y los toros y hasta una teoría de Andalucía.

Son Ortega en estado puro, y responden como pocos a su ideal de la "vida múltiple". La vida es para él un género literario siempre que los textos sean tejidos vitales por los que fluye esa vida múltiple. Es la única forma que tiene de tomarse la vida en serio, es decir, no caóticamente, sino en serie, eligiendo, prefiriendo. Lo que nos anima a proponer algunos puntos de lectura en este volumen, menos transitados, y que sumar a otros posibles y recurridos.

El primer camino nos lleva a la encrucijada de la identidad europea. En ese momento España sigue siendo, por otras razones, un problema, pero también Europa. Sacando el tema de la polémica identitaria Ortega señala que no hay una civilización europea, sino diferentes estilos de vida en ella. Su (re)construcción es un problema de arquitectura en su sentido más etimológico, de construcción del espacio habitable de lo humano. Enfoque que provoca un intenso debate, en el que interviene también Heidegger, autor de propuestas calificadas por algunos como "idilios aldeanos".

El segundo itinerario que sale

de la encrucijada conduce a los textos dedicados a Goethe. En fecha temprana le llamó "el viejo arquero ejemplar", la máxima distinción tratándose de Ortega. Con él ha dialogado sobre la vida, la vocación y el nuevo talante ético. Y en el exilio le reprocha el haberse apoltronado en Weimar traicionando a su vocación. Pero también le define como "insatisfecho", la cualidad del gran artista. Goethe es siempre una clave de Ortega. ¿Cómo no verle reflejado cuando Eckermann en sus conversaciones con Goethe habla de la dificultad de conciliar su faceta de "hombre de talento" con la de "hombre de mundo"?

La tercera salida lleva también a un reencuentro, en este caso con Velázquez, otro insatisfecho y "una inmensa retina ejemplar". Velázquez es para Ortega, junto con Cervantes, el artífice de nuestra modernidad latina, el pintor de nuestra condición moderna. Una modernidad distinta, no contraria, a la anglosajona, que resumen en la fidelidad a nuestro tiempo y a las cosas, en sustituir la exigencia de belleza por la de verdad. En la reviviscencia de sus cuadros aplica Ortega los principios de su nueva filología que consiste en radicar cada gesto, texto, trazo, en la vida de la que surgió en un momento dado. El arte es así tiempo detenido en una vida que no se detiene, en contar las horas de lo que tiene las horas contadas.

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