Columna

Papel mojado

Llueve sobre Madrid, el otoño vuelve a comportarse como solía y los paraguas se desperezan, como flores tardías, tras un letargo prolongado y estéril. La lluvia en la ciudad es una bendición del cielo y una maldición a ras del suelo. El agua no limpia la mugre de las calles del centro, ni borra los burdos chafarrinones de los graffitis omnipresentes, casi siempre esquemáticas rúbricas de adolescentes que reafirman su identidad emborronando impunemente el degradado paisaje urbano.

Llueve y los abultados periódicos dominicales se empapan y se tornan en ilegible papier maché ...

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Llueve sobre Madrid, el otoño vuelve a comportarse como solía y los paraguas se desperezan, como flores tardías, tras un letargo prolongado y estéril. La lluvia en la ciudad es una bendición del cielo y una maldición a ras del suelo. El agua no limpia la mugre de las calles del centro, ni borra los burdos chafarrinones de los graffitis omnipresentes, casi siempre esquemáticas rúbricas de adolescentes que reafirman su identidad emborronando impunemente el degradado paisaje urbano.

Llueve y los abultados periódicos dominicales se empapan y se tornan en ilegible papier maché y entintan irremediablemente la barra de pan que tratan de proteger sus páginas. Los contenedores de vidrio, envases y papel rebosan y se derraman sobre las aceras, los transeúntes caminan sobre una alfombra de letras y logotipos inútiles que se adhieren a las suelas de sus zapatos encharcados. Desentrenados en el uso correcto del paraguas, los viandantes se enzarzan en breves y aceradas escaramuzas.

Llueve sobre Madrid, las excavadoras de Unión Fenosa han levantado nuevas zanjas sobre las recientes cicatrices de otras obras, acanaladas tuberías de plástico rojo y verde ponen una nota de color en el paisaje degradado del centro. Desengaño y Malasaña responden mejor que nunca a sus sombrías denominaciones.

El centro de Madrid, en los aledaños de la Gran Vía, es un vertedero infame. En la Puerta del Sol, miles de sufridos y solidarios ciudadanos se manifiestan contra la pobreza y la exclusión social y los afectados por la última gran estafa filatélica concentrados en la Plaza de España deciden sumarse a la manifestación, no perdieron su casa, ni su trabajo pero temen haber perdido sus ahorros. Mientras, en la galdosiana Corredera de San Pablo una veintena de vecinos provistos de estridentes silbatos protestan airados contra los excluidos que hacen cola frente a las puertas del Refugio esperando sus raciones de comida; una docena de policías nacionales forman un cordón de seguridad entre los excluidos y los excluyentes que parecen a punto de llegar a las manos.

El Refugio de San Antonio de los Alemanes, antes de los Portugueses, ha cumplido varios siglos de labor humanitaria dando de comer al hambriento junto a las puertas de la magnífica iglesia de ladrillo y pizarra. Los lujosos y restaurados frescos de Lucca Giordano, españolizado Jordán, que retratan en toda su majestad a santos y santas coronados en el interior del templo, contrastan con sus fastuosos oropeles con las imágenes de pobreza que se desarrollan todas las tardes ante sus caritativas puertas, imágenes dignas también de un fresco del Siglo de Oro, o de la Misericordia, de Benito Pérez Galdós. Pobreza y esplendor, caridad y resentimiento.

En los cristales de algunos de los establecimientos comerciales que sobreviven precariamente en este barrio dejado de la mano de Gallardón han aparecido octavillas reclamando la expulsión inmediata de los marginados de sus calles.

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Los vecinos que protestan por la presencia de mendigos, prostitutas y drogadictos en sus calles equivocan tristemente el destino de sus dardos. El Ayuntamiento madrileño, calcula, a ojo de mal cubero interesado en minimizar las cifras, que sólo 1.600 personas carecen de hogar en la capital, las organizaciones no gubernamentales incrementan el número hasta las 6.000.

La atención primaria, el techo y la comida de 6.000 personas no deberían ser un problema insoluble para el consistorio madrileño y sus servicios sociales, pero las cuentas del Municipio hacen agua por todas partes, se desbordan en obras ciclópeas, la primacía municipal son los vehículos no las personas.

Madrid bajo la lluvia, bastan cuatro gotas para que se colapse el congestionado tráfico, pero cuando llueve de veras, los atascos se hacen kilométricos.

El Ayuntamiento y la Dirección General de Tráfico, DGT no disponen de un plan especial para el mal tiempo, ni siquiera, reconocen, son capaces de aumentar el número de efectivos destinados a controlar el tráfico y se sacuden el muerto de encima pasándoselo al Ministerio de Fomento, responsable de las carreteras.

Llueve sobre mojado cuando la presidenta Esperanza Aguirre con un "estentóreo" traje de Agatha Ruiz de la Prada tachonado con las siete estrellas de la bandera comunitaria, regresa a su palacete del centro de Madrid, sin mancharse sus zapatitos de cristal sobre la alfombra de inmundicias que recubre las calles de su barrio, maldito y ensañado.

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