Editorial:

Bosnia, círculo vicioso

Las recientes elecciones presidenciales y parlamentarias en Bosnia, como todas las anteriores, no contribuyen a apaciguar el panorama de este país fracturado e intervenido por la comunidad internacional, ni a proyectar más luz sobre su futuro inmediato. Los claros vencedores de los comicios en el campo musulmán y serbio -Haris Siladjzic y Milorad Dodik, respectivamente- persiguen agendas absolutamente contrarias. Y persisten las divisiones étnicas y políticas profundas, 11 años después de finalizada la guerra, en un Estado artificial formado por una federación de musulmanes y croatas y una rep...

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Las recientes elecciones presidenciales y parlamentarias en Bosnia, como todas las anteriores, no contribuyen a apaciguar el panorama de este país fracturado e intervenido por la comunidad internacional, ni a proyectar más luz sobre su futuro inmediato. Los claros vencedores de los comicios en el campo musulmán y serbio -Haris Siladjzic y Milorad Dodik, respectivamente- persiguen agendas absolutamente contrarias. Y persisten las divisiones étnicas y políticas profundas, 11 años después de finalizada la guerra, en un Estado artificial formado por una federación de musulmanes y croatas y una república de los serbios.

El hecho decisivo de Bosnia es que una de sus mitades, la Republika Srpska, tiene clara vocación secesionista y quiere formar parte de Serbia. El reelegido jefe del Gobierno serbobosnio, Dodik, ha prometido un referéndum que permitirá a los suyos abandonar Bosnia, a semejanza del que en mayo pasado permitió a Montenegro romper definitivamente con Serbia. Tampoco la minoría croata, alrededor del 14%, se siente a gusto en su forzada federación con los bosnio-musulmanes.

Bosnia está aherrojada por los acuerdos de Dayton de 1995, y sin su revisión urgente y la de la propia Constitución de la antigua república yugoslava no es posible su integración en los estándares democráticos e institucionales europeos. El sistema de división étnica consagrado en aquel compromiso permitió poner fin a una inicua guerra. Pero perpetró un sistema imposible en el que coexisten de hecho tres mini-Estados que se odian, cada uno con su presidente y su Parlamento, y en cuyos territorios, por ejemplo, la educación se sigue impartiendo con criterios de guerra. La unificación de la policía sigue siendo casus belli.

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Está previsto que la tutela internacional sobre Bosnia, que incluye la presencia de un procónsul con plenos poderes y el despliegue de 6.000 soldados de la UE, finalice en 2007. Pero esa agenda resulta ilusoria a la luz de su fragilidad, sobre la que planea un nuevo elemento desestabilizador: Kosovo. Las negociaciones entre Belgrado y Pristina sobre el futuro de la todavía técnicamente provincia serbia de mayoría albanesa no han progresado desde febrero. Pero la ONU, que las auspicia, prevé pronunciarse este mismo año o a comienzos del próximo sobre el estatuto definitivo del protectorado, presumiblemente algo muy cercano a la independencia.

No sólo los ojos de los secesionistas serbios de Bosnia otean este desenlace. Belgrado acaba de aprobar un borrador constitucional, que será sometido a referéndum este mes, en cuyo preámbulo se considera a Kosovo parte inalienable de Serbia. Si la maniobra del nacionalista primer ministro serbio Vojislav Kostunica le sale bien, Naciones Unidas se encontrará con un nuevo y serio escollo. Y el paisaje balcánico se oscurecerá aún más.

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