Cartas al director

Más sobre Ridruejo

Uno escribe desde la presunción y la esperanza de que se le entienda, y comprueba una y otra vez que no es así. Mi último fracaso en esa línea se lo debo a un lector tan advertido como Jordi Gracia, quien en su artículo Libertad para no callar (EL PAÍS, 19 de septiembre) comenta mi columna del día 9 sobre Grass / Ridruejo reduciéndola al propósito de sacar a Ridruejo de lo que acertadamente llama "el bulto que hacen las listas rutinarias de nombres". Es verdad que la tranquilizadora y desdeñosa ignorancia de los protagonistas del antifranquismo obliga antes de hablar de ellos a situarlo...

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Uno escribe desde la presunción y la esperanza de que se le entienda, y comprueba una y otra vez que no es así. Mi último fracaso en esa línea se lo debo a un lector tan advertido como Jordi Gracia, quien en su artículo Libertad para no callar (EL PAÍS, 19 de septiembre) comenta mi columna del día 9 sobre Grass / Ridruejo reduciéndola al propósito de sacar a Ridruejo de lo que acertadamente llama "el bulto que hacen las listas rutinarias de nombres". Es verdad que la tranquilizadora y desdeñosa ignorancia de los protagonistas del antifranquismo obliga antes de hablar de ellos a situarlos en su propia historia real. Y así lo hice. Pero el mensaje no era ése, sino el de subrayar la ejemplaridad de la conducta de Dionisio Ridruejo que hizo de la autodenuncia de su pasado falangista / franquista el arma más eficaz de su esforzado combate político por la democracia. Lo que ante el chaparrón que nos ha caído encima de memorias y autobiografías siempre pro domo sua, cometidas por los actores de ese periodo histórico empuja a reivindicar los pocos casos que se alejan de esa pauta. En especial por parte de aquellos, que, como Jordi Gracia, han hecho de la historia de la cultura en el franquismo una tarea mayor. Por cierto, amigo Gracia, que las trayectorias indignas no son patrimonio exclusivo de las dictaduras, pues que en nuestra democracia vivimos sitiados por ellas.

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