Crítica:

Despiece sin solución

Pablo Tusset (1965) hizo diana con la publicación de su primera novela, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (Lengua de Trapo, 2001), una de esas comedias desternillantes que hacen época. El éxito está totalmente justificado si tenemos en cuenta que aquel libro tenía, sobre todo, lo que les falta a buena parte de las novelas que se publican en España: unidad de acción. Pero además de una peripecia rotunda, en Lo mejor que le puede pasar a un cruasán había un encadenamiento de sucesos perfectamente hilados por la lógica literaria, personajes algo caricaturescos pero verosímile...

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Pablo Tusset (1965) hizo diana con la publicación de su primera novela, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán (Lengua de Trapo, 2001), una de esas comedias desternillantes que hacen época. El éxito está totalmente justificado si tenemos en cuenta que aquel libro tenía, sobre todo, lo que les falta a buena parte de las novelas que se publican en España: unidad de acción. Pero además de una peripecia rotunda, en Lo mejor que le puede pasar a un cruasán había un encadenamiento de sucesos perfectamente hilados por la lógica literaria, personajes algo caricaturescos pero verosímiles, situaciones guasonas y, para que no faltase de nada, una agudeza tronchante.

En el nombre del cerdo, la segunda novela de Tusset, comparte algunas de estas características. A primera vista se trata de una novela policiaca. Como mandan los cánones del género, el libro comienza con un cadáver. En las instalaciones del matadero industrial de cerdos Uni-Pork, en San Juan del Horlá, aparece el cuerpo despedazado de una mujer de unos 65 años entre cuyos labios se encuentra una nota con la leyenda "en el nombre del cerdo". Hasta allí se dirigen el comisario principal Pujol, que está a punto de jubilarse, desde una ciudad que no se menciona pero se parece, y mucho, a Barcelona. Comienzan las pesquisas para descubrir al asesino.

EN EL NOMBRE DEL CERDO

Pablo Tusset

Destino. Barcelona, 2006

443 páginas. 19,50 euros

Paralelamente a esta intriga el narrador cuenta las aventuras de Tomás, un policía en excedencia que se encuentra en Manhattan. De éste sabemos que fue un niño expósito, que el comisario principal Pujol le acogió bajo su protección en la policía, y que a sus cuarenta y tantos años ha desarrollado una personalidad esquizoide y violenta que él mismo cataliza bebiendo whiskys y cervezas sin tasa. En Manhattan Tomás conoce a Suzanne, a la que parece que va a pedir en matrimonio sin mediar más que unos pocos encuentros.

El quiebro en la novela se

produce a medida que este hilo narrativo y el de la vida conyugal del comisario van cobrando relevancia a costa de la investigación policial, que en algunos momentos se diluye por completo. El ingenio de los diálogos y la gracia de algunas escenas -los encuentros del comisario y el dependiente de la tienda de cedés, por ejemplo- hacen olvidar algunos anacronismos, como la circulación del euro cuando cayeron las Torres Gemelas. Además, el rumbo de la acción se corrige cuando la policía decide infiltrar a Tomás en San Juan del Horlá, el pueblo del asesinato. Sin embargo, esta oportunidad de volver a la trama policiaca y de explicar las relaciones entre el comisario y el agente, así como el porqué de su carácter violento y lo sucedido con Suzanne en Nueva York, se queda en un cuadro de la vida rural y en una galería de estupendos retratos, pero el crimen con sus móviles y el modo en que procedieron los asesinos queda sin resolver.

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