Crítica:

Un lento discurrir

Sentado a horcajadas en la rama de una encina y con la soga a la espera de anudársela al cuello, Cinín contempla los espacios de su adolescencia y se envuelve en los recuerdos de una memoria sin niñez y sin padre ni madre. Repasa momentos diversos: los mastines del aparcero a punto de despedazarlo, la grata visión de las imágenes de santos y vírgenes en sucesivos templos, el trato amable del retraído conde así como la belleza de la altiva condesa cuyo lunar frontal se reproduce en las Madona de las iglesias. Sí, con la posibilidad inmediata de un suicidio y la remembranza de las experiencias v...

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Sentado a horcajadas en la rama de una encina y con la soga a la espera de anudársela al cuello, Cinín contempla los espacios de su adolescencia y se envuelve en los recuerdos de una memoria sin niñez y sin padre ni madre. Repasa momentos diversos: los mastines del aparcero a punto de despedazarlo, la grata visión de las imágenes de santos y vírgenes en sucesivos templos, el trato amable del retraído conde así como la belleza de la altiva condesa cuyo lunar frontal se reproduce en las Madona de las iglesias. Sí, con la posibilidad inmediata de un suicidio y la remembranza de las experiencias vividas, comienza la novela El maestro de los santos pálidos, de Marcos Santagata (Zocca, Módena, 1947). Estamos en la Italia de siglo XV, una época donde Santagata, profesor de literatura italiana, parece moverse con soltura y fortaleza histórica. El maestro de los santos pálidos obtuvo el Premio Campiello 2003.

EL MAESTRO DE LOS SANTOS PÁLIDOS

Marco Santagata.

Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale

Destino. Barcelona 2006

254 páginas. 19 euros

Querer quitarse la vida. ¿Có

mo llega Cinín a esa situación? Ése el es asunto de la novela, el antes y el ahora y la evolución de un personaje que sin ser un pícaro verá cómo las casualidades se van abandonando sobre su persona, lo que le procurará un ascenso social y lo convertirá en Gennaro de la Porretta, afamado pintor cuyas imágenes de santos y vírgenes en colores dulces y tenues hará que le llamen maestro. Pero esta historia enrevesada no siempre se resuelve con solvencia y aunque el cándido Cinín, o Gennaro, o también y en sus peores momentos, bastardón o bastardín, vaya desgranando desde la encina su propia historia ayudado por las voces que le han acompañado en ese tránsito, y que esas voces y esos paisajes estén bien documentados por Santagata, en ocasiones resultan artificiosos y restan vivacidad a una historia que podía intuirse atractiva. El trasfondo de lo que se narra resulta socavado por un lento discurrir mientras que los líos se resuelven sin un ensamblaje acertado.

A destacar, voces como la de un monseñor canalla cuya descripción en el vestir habla de la urdimbre del espíritu que se esconde bajo una actitud culta y refinada. También la melancolía que se advierte en la bella condesa que no tiene con quién conversar.

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