Crítica:

Prisión de almas

El surafricano Achmat Dangor (1948), es conocido en España por su anterior novela, La maldición de Kafka (Seix Barral). Fruta amarga, de 2001 y cuatro años posterior, confirma una voz importante dentro de una literatura de por sí notable como la surafricana. Dangor es heredero de la postura de una Nadine Gordimer, es decir, cree que si la literatura quiere permanecer en contacto con la vida del país debe contar lo que ocurre, pues así plasmará tanto el plomo del atroz pasado de Suráfrica como la nueva cara del poder; las dudas, extravíos y logros de una sociedad contradictoria, s...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El surafricano Achmat Dangor (1948), es conocido en España por su anterior novela, La maldición de Kafka (Seix Barral). Fruta amarga, de 2001 y cuatro años posterior, confirma una voz importante dentro de una literatura de por sí notable como la surafricana. Dangor es heredero de la postura de una Nadine Gordimer, es decir, cree que si la literatura quiere permanecer en contacto con la vida del país debe contar lo que ocurre, pues así plasmará tanto el plomo del atroz pasado de Suráfrica como la nueva cara del poder; las dudas, extravíos y logros de una sociedad contradictoria, solidaria, pero mordida por la agresividad, el sida y los contrastes económicos.

Pero no es un relato esencialmente social, aunque no desdeñe la pintura de síntomas que valen de metáfora; tiene más de Coetzee que de Gordimer. Aunque no escatima las referencias a la situación política, explora sobre todo la compleja prisión de las almas. Los fantasmas de una época brutal aún gravitan sobre los personajes, y les sitúan frente a culpas colectivas y personales no afrontadas.

FRUTA AMARGA

Achmat Dangor

Traducción de Maria Via

El Cobre. Barcelona, 2006

364 páginas. 20 euros

La protagonista es una familia en la que, como en todas, hay de todo: secretos, escándalos, complicidades carnales o espirituales, traiciones y ternuras. Dangor va escanciando ese torrente y traza caracteres nunca unívocos, revuelve unas vidas con otras, las confronta con la experiencia del fracaso, con las maldiciones y milagros del sexo. Un relato con muchas aristas, psicologías sinuosas, sugerencias más allá de los hechos; que de suyo son potentes. Pero hay una corriente subterránea de agobio que sólo puede ser de donde es. Dangor se arma de una prosa densa, que reclama que el lector mire dónde pisa, pero que también paga esa atención con constantes fogonazos de belleza.

Archivado En