Columna

Metáforas pisadas

Gracias a un afortunado descuido, la CNN ha hecho un resumen preciso de la situación. Mientras George W. Bush pronunciaba un discurso en Nueva Orleans, con motivo del primer aniversario del huracán Katrina, se coló la voz de la presentadora Kyra Phillips, que había dejado su micrófono abierto al ir al baño. Y las palabras de la descuidada Kyra cumplieron la rara hazaña informativa de poner las cosas en su sitio: "La mayoría de los hombres son unos cerdos". Nunca se ha resumido de forma tan clara el estado de un mundo en el que la razón democrática ha perdido su legitimidad para opinar sobre la...

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Gracias a un afortunado descuido, la CNN ha hecho un resumen preciso de la situación. Mientras George W. Bush pronunciaba un discurso en Nueva Orleans, con motivo del primer aniversario del huracán Katrina, se coló la voz de la presentadora Kyra Phillips, que había dejado su micrófono abierto al ir al baño. Y las palabras de la descuidada Kyra cumplieron la rara hazaña informativa de poner las cosas en su sitio: "La mayoría de los hombres son unos cerdos". Nunca se ha resumido de forma tan clara el estado de un mundo en el que la razón democrática ha perdido su legitimidad para opinar sobre la guerra, sobra las sanciones internacionales, sobre la economía, sobre la presión migratoria y sobre cualquier tema que se nos ocurra. La recuperación de El grito, el conmovedor cuadro de Edvard Munch, ha supuesto otro acontecimiento certero. No merecía El grito estar entre ladrones, oculto en un sótano de delincuentes. Su lugar natural es la escena pública, delante de espectadores que puedan saborear la desesperación de la naturaleza artística con los mismos ojos fríos que sirven para ver imágenes de guerra a través de la CNN, o la llegada penosa al puerto de Motril de una patera con 38 náufragos del mundo. Ya no cabe un alma más en los centros de acogida de Granada. Me impresionaron las imágenes de Canal Sur, porque muchos de los ocupantes de la patera eran unos niños, tenían miedo, tristeza, y la misma edad que yo cuando veraneaba en el Puerto de Motril, y paseaba por los muelles imaginando aventuras con final feliz, en la que los buenos lograban ser escuchados y detener las demasías de los malos. Cada cual guarda en la memoria los paisajes de su inocencia, de su plenitud, de su felicidad inconsciente. Las grúas mercantes y el latido de los barcos pesqueros de Motril conforman uno de mis paisajes originales, y la verdad es que impresiona ver cómo desembarcan el dolor, la injusticia y la desesperación en los atraques de la antigua inocencia. Parece como si las metáforas, corroídas por dentro, perdiesen su legitimidad. No tengo más remedio que asumir la sentencia rotunda de la locutora de la CNN: "La mayoría de los hombres son unos cerdos". O, como diría el poeta de la luz y la oscuridad, mi amigo Javier Egea: "Mucho Munch, mucho Munch".

El mayor problema de la razón democrática es que ha perdido la legitimidad, igual que las metáforas del puerto de Motril, pisadas por el frío moribundo de la supervivencia. Bush exige a la ONU sanciones contra Irán por su empeño en enriquecer uranio, mientras él se dedica a enriquecer sus petroleras. ¿Con qué legitimidad? El Gobierno de los Estados Unidos se preocupó en desarmar a Irak, luego lo acusó de poseer armas de destrucción masiva. Con la justificación de esta mentira notoria, al margen de la ONU, y una vez desarmado el enemigo, desencadenó un genocidio que sigue provocando muertes, locuras fundamentalistas y la desarticulación de un territorio. Bush ha dejado sin legitimidad no ya las sanciones económicas o militares, sino los esfuerzos de Occidente por dialogar y entenderse con las otras culturas del mundo. Es difícil ya negarse a la evidencia de que hay una clara política de fortalecer al enemigo, condenándolo a la barbarie y a la agresividad, para justificar así la degradación y el recorte del sueño democrático, pisoteado como el puerto infantil donde desembarca la desesperación. Muchachos de doce o trece años arriesgan su vida para huir de la miseria, o pierden para siempre su capacidad de convivencia, condenados al rencor profundo de quien ha visto sus ciudades bombardeadas, sus casas destruidas, sus padres muertos. La tarea prioritaria de la política internacional, para cambiar un tiempo de crisis por un camino de paz, es recuperar la legitimidad perdida. Sólo cuando limpiemos nuestras viejas metáforas, cuando recuperemos la dignidad de nuestro proyecto, las palabras volverán a flotar sobre el diálogo, confiadas y sinceras, como flotaban en mi infancia los barcos en el puerto de Motril.

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