Crítica:NUESTROS CLÁSICOS

Uvas del Vinalopó

¿Se podría beber una uva de mesa?, o al contrario, ¿se podría comer una uva de vino? Las preguntas parecen baladíes, pero distan de serlo. La uva de mesa debe tener una baja acidez y un tegumento sólido para que, pese a su transporte y conservación, se le permita aparecer ante los comensales con plenitud de poderes: grande y brillante, que explote en la boca y que la inunde del perfume que le es propio según la variedad, pero dejando un sutil, un dulce y liviano sabor que permita emprender la repetición con la siguiente hasta dar fin al racimo.

Sin embargo, a su complementaria sólo se l...

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¿Se podría beber una uva de mesa?, o al contrario, ¿se podría comer una uva de vino? Las preguntas parecen baladíes, pero distan de serlo. La uva de mesa debe tener una baja acidez y un tegumento sólido para que, pese a su transporte y conservación, se le permita aparecer ante los comensales con plenitud de poderes: grande y brillante, que explote en la boca y que la inunde del perfume que le es propio según la variedad, pero dejando un sutil, un dulce y liviano sabor que permita emprender la repetición con la siguiente hasta dar fin al racimo.

Sin embargo, a su complementaria sólo se le exige -en cuanto a las formas- que llegue completa, sin roturas ni raspaduras; pero nada se dice en los manuales del tamaño ni del color, ya que lo único que -a la postre, qué contradicción- se exige de ellas es que conformen, aplicando las diversas técnicas, un buen vino para beber.

Por eso las primeras deberán ser las acreditadas: moscatel romano, cardinal, Alphonse Lavallée, Italia o Aledo, sirviendo pocas más para el dulce menester; mientras que para las otras.... casi cualquiera vale.... si no hablamos de vinos.

En el Valle del Vinalopó se decidieron, hace ya muchos años, por cultivar en primacía las variedades Aledo e Italia, que cumplían con creces su labor. Pero a principios del pasado siglo la crisis hizo presa en el mercado, por lo que fue necesario ponerse a pensar. Y la solución fue que se consumiesen las uvas por do más necesidad había, por Nochevieja.

Para que la uva llegase con los pregonados requisitos a estas tardías fechas, fue necesario aplicar el ingenio y diseñar una bolsa que las protegiese desde el habitual mes de recolección -septiembre- hasta noviembre o diciembre, y de ésta forma poder colocarlas en el mercado en las fechas propicias para que la celebración del Fin de Año en España se hiciese con todo el rigor que marca la tradición: comiendo las doce uvas al unísono del maldito carillón.

Generado el invento, las uvas se cubren con la bolsa antes de estar en sazón -un mínimo de sesenta días- y así protegidas languidece su maduración, a cubierto de los agentes externos -lluvias y piedra, moscas y mosquitos, pájaros de mal agüero todos-, y llegan al mercado íntegras en sus pieles y adornadas por el galardón de: Producto de la Denominación de Origen Uva Embolsada Vinalopó.

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