Fiestas de La Blanca

Escenarios para todos

Guaysteiz se transforma durante las fiestas. Muchas calles del centro -los barrios siguen su veraneo particular y se han quedado casi vacíos- se llenan de atracciones y de gente bulliciosa con ganas de divertirse hasta que el bolsillo y el cuerpo aguanten. Los escenarios se multiplican. Las actuaciones se suceden sin descanso. La población parece duplicarse con gentes de los pueblos cercanos, con forasteros que repiten y algunos turistas. Durante La Blanca se rompe la rutina, se cambian los horarios, se sobrellevan ciertos excesos.

La antañona Vitoria, al igual que la Edimburgo d...

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Guaysteiz se transforma durante las fiestas. Muchas calles del centro -los barrios siguen su veraneo particular y se han quedado casi vacíos- se llenan de atracciones y de gente bulliciosa con ganas de divertirse hasta que el bolsillo y el cuerpo aguanten. Los escenarios se multiplican. Las actuaciones se suceden sin descanso. La población parece duplicarse con gentes de los pueblos cercanos, con forasteros que repiten y algunos turistas. Durante La Blanca se rompe la rutina, se cambian los horarios, se sobrellevan ciertos excesos.

La antañona Vitoria, al igual que la Edimburgo de Robert L. Stevenson, de Conan Doyle y otros autores que suenan (como Ian Rankin o Irving Welsh), pero apenas se leen, en agosto tienen similitudes, salvo la latitud en el mapa y alguna otra menudencia aportada por la insularidad. Ambas conviene recorrer paseando sin prisa, dejarse llevar por sus angostas calles, por sus viejas casonas, por sus peculiares bares, por sus comercios. Las dos parecen estar divididas: el Casco Antiguo (Old Town, alrededores del Castillo) y la urbe de los ensanches (New Town), alrededor de los cuales han ido creciendo, desarrollándose.

La antañona Vitoria, al igual que la Edimburgo de Stevenson, en agosto tienen similitudes

Caminar por la parte antigua (la Old Town) es complicado y también más atractivo porque, al estar asentada sobre una colina, en la que destaca la imponente colegial de Santa María, el trazado se presenta repleto de cuestas, de callejuelas, de curvas, de escaleras -aquí, pronto mecánicas y polémicas -, de cantones,... La impronta medieval, alargada sombra del pasado, sigue muy presente. Royal Mile es la calle principal de la Old Town y conduce al impresionante castillo, con sus exhibiciones de música militar; está llena de tiendas de recuerdos, de pubs y sosegados restaurantes.

El cosmopolita Festival de Agosto, que en realidad dura desde julio hasta septiembre, en Edimburgo es una suma de festivales: el cinematográfico, el de jazz & blues, el Internacional (en el que hay música clásica, ópera, teatro, danza, títeres,...), el Literario (este año con la presencia de Seamus Heaney o P. D. James), y otros dedicados a la ciencia, la cultura celta o múltiples manifestaciones de arte callejero e independiente. Vamos, como en la capital alavesa, pero sin Encina Serrano ni el fantasma de Villa Suso. El kilt, la tradicional falda escocesa para hombres, se podría intercambiar por la indumentaria de los blusas; el whisky, por el pacharán; ellos tienen a mister Hyde, "el Sacamantecas", y nosotros tuvimos a Garayo; cuentan con sus propias libras... y una bandera azul cruzada por barras blancas que bien podría servir a alguna peña del Glorioso.

Su Biblioteca Nacional bien pudiera envidiar a la Fundación Sancho el Sabio, y, para marchas militares, nos conformamos con el compulsivo tipo del bombo. Allí se documentó Walter Scott, y aquí Toti Martínez de Lezea; una estatua recuerda a Stanley, mientras en la Florida se erige la de Iradier; allí, si alguno se agacha, se le ve... Una ciudad cosmopolita, y otra sólo (que no es poco) polita.

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