Análisis:

Doblez

ESCRITO A comienzos de 1940, poco después de refugiarse en Nueva York, cuando, con el peor augurio, se iniciaba la gran matanza, Carta de Año Nuevo (Pre-Textos), del poeta W. H. Auden (1907-1973), es el descarnado testimonio, no de una desilusión, sino de la reacción ante la devastadora suma de todas las ilusiones contemporáneas.

Por su sentido catártico y la necesidad que trasluce de salir escatológicamente de la pesadilla histórica, se ha pensado que este libro crucial era una suerte de desesperada confesión criptocristiana de un escritor abrumado por los acontecimientos. En él...

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ESCRITO A comienzos de 1940, poco después de refugiarse en Nueva York, cuando, con el peor augurio, se iniciaba la gran matanza, Carta de Año Nuevo (Pre-Textos), del poeta W. H. Auden (1907-1973), es el descarnado testimonio, no de una desilusión, sino de la reacción ante la devastadora suma de todas las ilusiones contemporáneas.

Por su sentido catártico y la necesidad que trasluce de salir escatológicamente de la pesadilla histórica, se ha pensado que este libro crucial era una suerte de desesperada confesión criptocristiana de un escritor abrumado por los acontecimientos. En él, ciertamente Auden no encuentra asidero en ninguna ideología vigente e, incluso, redefine su propia concepción artística, tratando de purificarla del aliento corruptor de las quimeras, pero de la misma forma con que el último Walter Benjamin nos describe la contorsión del Ángel de la Historia, arrastrado por el vendaval hacia delante mientras contempla las ruinas que deja tras de sí.

¿Es Carta de Año Nuevo, por tanto, sólo el desabrido lamento ante una catástrofe coyuntural? "Aunque el lenguaje sea inútil", escribe Auden, "aunque / no haya discurso que detenga un tanque / ni sirva de consuelo o dé entereza / ante el dolor inmenso de la guerra, / como el amor o el sueño, la verdad / elude todo exceso en el pensar". La verdad no es ya para él algo que quepa en la abstracción mental, ni la expresión democrática del sentimiento, sino justo lo que constantemente nos arrebata nuestra necia autoconfianza. En la segunda parte del largo poema, cuyo protagonista es el demonio, distingue entre el mal y el pecado, porque "pecar es actuar conscientemente / contra lo que no es nunca contingente / una opción imposible por natura / en un mundo que excluye toda duda".

Como nos recuerda Gabriel Insausti, prologuista y traductor de la edición que comentamos, el título originalmente concebido por Auden de Carta de Año Nuevo fue The Double Man (el hombre doble) y, en cierta manera, es como un exorcismo para que esa dualidad del hombre contemporáneo no se transforme en una diabólica doblez. En tiempos de confusión y ansiedad, en los cuales todavía nos debatimos, porque, hoy lo sabemos con mayor certidumbre, tal es nuestro destino, la poesía -el arte- deben recobrar su fuerza original invocatoria en medio de la sucesión de provocaciones calculadas.

No sé si Carta de Año Nuevo es un libro de trasfondo criptocristiano, o, de serlo, creo que ésta es una presunción banal, porque prescinde de su genuina insolencia, que hoy nos sigue afectando. La de proclamar, como Auden lo hace justo en sus últimos versos, que "en la labor y el sueño, cada día, / vivimos nuestra vida en compañía / y el amor -lo más frágil- ilumina / la ciudad y el león en su guarida, / el viaje de los jóvenes, el mundo con su ira". Nunca, en todo caso, la poesía y el poeta se han contorsionado tanto para evitar que la dualidad devenga simple doblez.

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