Editorial:

Invocación a la paz

Mientras el nudo de la guerra se aprieta sobre Líbano y Gaza y se cobraba ayer más de treinta muertos, los líderes del G 8, el conjunto de naciones más ricas del mundo, hacía ayer pública una declaración que instaba a Israel, a los palestinos y a la milicia de Hezbolá a que suspendan las operaciones militares. Una invocación tan seráfica tiene por fuerza que resultar inocua, salvo que se interprete, como parecería lógico, que Estados Unidos hará valer su influencia sobre Israel para detener el sangriento ataque sobre el sur de Líbano. Pero, en sus propios términos, la declaración es la demostr...

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Mientras el nudo de la guerra se aprieta sobre Líbano y Gaza y se cobraba ayer más de treinta muertos, los líderes del G 8, el conjunto de naciones más ricas del mundo, hacía ayer pública una declaración que instaba a Israel, a los palestinos y a la milicia de Hezbolá a que suspendan las operaciones militares. Una invocación tan seráfica tiene por fuerza que resultar inocua, salvo que se interprete, como parecería lógico, que Estados Unidos hará valer su influencia sobre Israel para detener el sangriento ataque sobre el sur de Líbano. Pero, en sus propios términos, la declaración es la demostración de que Estados Unidos, Rusia y Francia mantienen significativos desacuerdos sobre el origen y alcance de este episodio bélico. Lo que George Bush presenta como el derecho de Israel a defenderse -una versión de la política de intervención preventiva aplicada por su Administración en Afganistán e Irak-, para Francia es una respuesta excesiva de Israel, que quizá apunte a otros objetivos políticos y militares (Irán y Siria).

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En tan malas condiciones, el G 8 ha cumplido el expediente de llamar al orden a las partes en conflicto, pero la invocación es forzada e insuficiente. La presencia de Putin, Bush y Chirac daba pie a esperar una declaración más contundente; quizá una promesa de que los países con influencia en la zona intervendrían activamente para detener la matanza. Pero la llamada "comunidad internacional" carece de resortes para frenar el conflicto y el país que puede hacerlo, Estados Unidos, no tiene voluntad de realizarlo. Sus prioridades políticas se orientan lisa y llanamente a debilitar a las repúblicas islámicas.

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La reunión del G 8 en San Petersburgo tenía una lista de problemas económicos en la agenda que, finalmente, han sido oscurecidos por la gravísima crisis en Oriente Próximo. No hay imagen mejor para describir la vulnerabilidad a la que está expuesta la economía mundial. Para Rusia, el asunto prioritario era garantizar su admisión a la Organización Mundial de Comercio (OMC). Pero las negociaciones previas han concluido sin acuerdo, porque Rusia impone restricciones a las importaciones de bienes agrícolas con el pretexto del control sanitario. La esperanza de que la ronda de Doha quedara apuntalada en estas reuniones (el director general de la OMC ha estado presente en San Petersburgo) queda abierta con el acuerdo de que en el plazo de un mes vuelvan a reanudarse las conversaciones.

La seguridad energética era el otro gran expediente sobre el tapete. Tolerancia para la energía nuclear -con la reticencia de Alemania-, aunque es evidente que los proyectos nucleares tienen carácter empresarial y nacional. Rusia se ha ofrecido a garantizar la seguridad de aprovisionamiento de los mercados mundiales -los que funcionan en los países del G 8, en resumen- con su gas y con su petróleo. Europa ha pedido a Rusia que haga más transparente su mercado y no utilice el gas como un instrumento de política exterior. Probablemente, la oferta de petróleo y gas ruso como gran regulador del mercado mundial podrá intercambiarse en el futuro por una presencia más activa en los organismos multilaterales.

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