Columna

Maragall 'versus' Montilla

Hay días en que me levanto tan espesa, que no consigo pillar el sentido del humor de Pasqual Maragall. Es un sentido del humor complejo, barroco, un tanto romano, dicho el término en su acepción latina. Es decir, hay que saber latín para entenderlo. Y como servidora se quedó en las Catilinarias, mi capacidad para interpretar la última decisión de Pasqual, en términos lógicamente humorísticos, es harto limitada. ¿Será que el hombre interpreta el voto como un recogimiento, y nada mejor que situarlo justito después de haber ido a llevar flores a la tumba del abuelo? Porque no me dirán que ...

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Hay días en que me levanto tan espesa, que no consigo pillar el sentido del humor de Pasqual Maragall. Es un sentido del humor complejo, barroco, un tanto romano, dicho el término en su acepción latina. Es decir, hay que saber latín para entenderlo. Y como servidora se quedó en las Catilinarias, mi capacidad para interpretar la última decisión de Pasqual, en términos lógicamente humorísticos, es harto limitada. ¿Será que el hombre interpreta el voto como un recogimiento, y nada mejor que situarlo justito después de haber ido a llevar flores a la tumba del abuelo? Porque no me dirán que esto de votar el día de los Muertos, todos santos por supuesto, tiene su miga. Pero Maragall es genio y figura, así que dejemos que nos sorprenda hasta el final, hombre de gustos atribulados y apasionantes. Lo que no me parece tan divertido es el rifirrafe, con sordina indisimulada, que se han tenido los dos grandes del socialismo catalán, oséase, Pasqual Maragall y José Montilla. Hubiera parecido, y lo pareció mucho, que Pepe Montilla intentaba librarse de la -¿pesada?- carga de Maragall en su incipiente campaña electoral, y como lo pareció, salió Montserrat Tura defendiendo ese bagaje, ese Gobierno y ese líder. El asunto podría parecer un choque de personalidades o incluso una mera cuestión de química, pero como creo que estamos ante la punta de un iceberg ideológico-estratégico, me parece interesante analizar la cuestión. Dice Montilla que el acento de lo social marcará su campaña y su Gobierno, y da a entender que se han acabado los tiempos de la retórica nacional. Habla de gestión con el orgullo del alcalde exitoso, y muestra esa gestión como el único camino político. Haciéndolo envía dos mensajes envenenados: el Gobierno de Maragall no puede mostrar gestión, y su discurso catalanista tiene que descansar el sueño justo. De esta forma, la vieja idea de la estructura más añeja del PSC en el sentido de que el experimento Maragall era de alto riesgo, que había que superar al nacionalismo por la vía del discurso estrictamente social, y que la gestión municipal era el espejo para gobernar Cataluña, parece haber encontrado su momento. De hecho, nada extraño bajo el sol de un Montilla que nunca fue equívoco en sus planteamientos. Sin embargo, ¿es así como hay que hacerlo? Agotada, por agotamiento, la vía de Maragall, ¿su relevo es la sustitución de discurso, la transformación de panes y peces? Diré más, ¿falló el discurso de Maragall, o fallaron las contingencias que tenían que hacerlo posible?

Maragall, desde la solidez de la gestión, supo estructurar un discurso catalanista y progresista que aunó intereses, sensibilidades y ciudadanos de todas las familias. Porque sólo con gestión no se gana y, sobre todo, no se convence

Personalmente creo que este es un error de bulto que los socialistas pueden pagar mal y caro, y que responde más a un sentir ideológico que a un análisis frío de la realidad. Me explicaré. Parto de la convicción ampliamente compartida de que este Gobierno ha sido un desastre, sometido permanentemente a crisis innecesarias y agotadoras, con socios de gobierno inmaduros y desleales, y con un debate central que más que ser debatido, ha acabado siendo atropellado. Pero todo esto no invalida el hecho de que Pasqual Maragall llegó a la presidencia porque representó una triple sensibilidad que sedujo, animó y finalmente venció. Venía avalado por una gestión aún más notable y más unánimemente aplaudida que la del propio Montilla, ¿o nos olvidamos del alcalde Maragall?, pero tuvo la sabiduría de no basar su campaña exclusivamente en el lema "gestión, gestión, gestión". Es decir, desde la solidez de la gestión, estructuró un discurso catalanista y progresista que supo aunar intereses, sensibilidades y ciudadanos de todas las familias. El gestor descansaba en el estadista, y esa doble naturaleza le daba el crédito que le permitió llegar. Sólo con gestión no se gana en Cataluña y, sobre todo, no se convence. Me dirán que Montilla añade el carácter social a la buena gestión, pero eso también era Maragall. Lo bueno es que no era sólo eso. Tres condiciones, tres, y las tres retroalimentándose para ser convincentes. Montilla intenta liberarse de una de ellas, la catalanista, y somete la otra, la social, a la buena gestión. Sin embargo, ¿se trata de elegir el presidente de la escalera, o a un presidente de gobierno? Y ¿se puede ganar en Cataluña sin preocuparse seriamente de la identidad?

Soy la primera que se siente agotada de tanta retórica estatutaria. Soy la primera que ha escrito contra el abuso de lo épico, contra la sobrecarga simbólico-festiva que a menudo decora el paraíso de ERC y afines. Soy la primera que considera necesario analizar críticamente la identidad catalana para adecuarla a los retos de la modernidad. Por ser, soy la primera que ha escrito que toca superar a Vicenç Vives. Pero del pensamiento crítico identitario a la desaparición de dicho pensamiento hay un trecho enorme, abismal, diría que definitivo. No tengo claro si, hoy por hoy, Montilla representa una nueva forma de definir Cataluña o representa la superación, por elevación, del catalanismo identitario. Sus declaraciones, como mínimo, son tan equívocas que casi no lo son nada. Y es aquí, creo, donde puede cometer un error de bulto cuyas consecuencias son más importantes en términos sociales que electorales. El legado de Maragall es un legado de altura, ideológicamente complejo, políticamente importante. No sólo ha representado una nueva manera de definir la identidad catalana y el compromiso pertinente, sino que también ha intentado redefinir España. Puede que haya habido mucho jijijaja en todo el Gobierno de Maragall, pero es innegable su vocación de horizonte lejano. En cualquier caso, el listón de Maragall se sitúa en lo más alto. ¿Dónde se sitúa el listón de Montilla? En lo identitario parece no situarse, y desde este vacío intenta situar un listón de gestión que, por su naturaleza, nunca puede llegar lejos. ¿Estaremos entrando, después de la convulsión de las grandes ideas, en el paraíso de la mediocridad? ¿Pasaremos de la sobrecarga de adrenalina maragalliana a la nada nietzschiana montillesca? ¿Estamos traspasando el umbral de los políticos ideólogos para entrar en el reino de los políticos funcionarios? Cuidadín, que aún estamos a tiempo.

José Montilla es una incógnita, dicen los que le conocen, lo cual es bastante desconcertante. Como sea, espero que sea una incógnita porque aún tiene todo por mostrar y no porque sea el reino desnudo. ¿Recuerdan aquello que decían de Isabel Preysler? "Calla mucho, pero no sabemos si calla porque es muy inteligente o porque no tiene nada que decir".

www.pilarrahola.com

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