Editorial:

Italia, dividida

Italia aparece dividida y paralizada. A falta esta madrugada de finalizar el escrutinio del voto en el extranjero, Romano Prodi y su Unión de centro-izquierda tenían a su alcance la mayoría en la Cámara de Diputados, mientras Silvio Berlusconi y su Casa de las Libertades obtenía también una muy raspada mayoría en el Senado. Un reparto de mayorías por cámaras, tal como están arrojando los respectivos escrutinios, sería el peor resultado posible para una Italia necesitada de un Gobierno capaz de impulsar un programa de reformas económicas para salir del estancamiento. En el actual sistema políti...

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Italia aparece dividida y paralizada. A falta esta madrugada de finalizar el escrutinio del voto en el extranjero, Romano Prodi y su Unión de centro-izquierda tenían a su alcance la mayoría en la Cámara de Diputados, mientras Silvio Berlusconi y su Casa de las Libertades obtenía también una muy raspada mayoría en el Senado. Un reparto de mayorías por cámaras, tal como están arrojando los respectivos escrutinios, sería el peor resultado posible para una Italia necesitada de un Gobierno capaz de impulsar un programa de reformas económicas para salir del estancamiento. En el actual sistema político italiano, Cámara y Senado gozan de idénticos poderes, por lo que, si se confirma este resultado, la parálisis está asegurada y puede llevar a nuevas elecciones.

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Este resultado, con una masiva participación de un 83,6% del electorado, es reflejo de una sociedad profundamente dividida. Hay ganas de cambio, pero Prodi no ha convencido lo suficiente, mientras Berlusconi, con sus formidables medios televisivos, ha sabido amarrar sus votos. Con dos cámaras de distinto signo, sólo se pondría fin en parte a la anomalía italiana de tener al frente del Gobierno al hombre más rico de Italia, magnate de los medios que, desde el cargo obtenido en las urnas, ha logrado sumar el control de la televisión pública a la mayor parte de la privada, ha utilizado el poder para protegerse frente a la justicia por los casos de corrupción y ha cambiado las reglas de juego del sistema electoral sobre la marcha para favorecerse a sí mismo. Una parálisis representaría una anomalía añadida para la tercera economía de la eurozona y la cuarta de la Unión Europea. Y Berlusconi va a intentar explotarla hasta el fin. Prodi ya le ganó la mano en 1996, pero sólo duró dos años en el poder ante la división del centro-izquierda.

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Prodi no tenía en principio una mala perspectiva. Su Unión, la coalición de centro-izquierda que ha resucitado alrededor de su antiguo Olivo, parecía que iba a depender menos que en 1996 de Refundación Comunista, ante la notable subida de los radicales de Emma Bonino, con su programa laicista, su matrimonio de homosexuales y otras reformas en un sentido zapaterista que incomodan a Prodi y sus votantes más cristianos.

Italia necesitaba un cambio, y, desde luego, claridad. Su economía está estancada y su deuda y déficit públicos disparados. El próximo primer ministro no podrá permitirse alegrías con las cuentas públicas, sino todo lo contrario. Y desde fuera hay casi tanta atención como desde dentro. Los socios europeos están cansados de la falta de fiabilidad de Berlusconi. Desde Washington, en cambio, se le ve como un aliado incondicional. Si estas elecciones se habían convertido en una suerte de plebiscito sobre Il Cavaliere y sus excentricidades, el resultado no es concluyente.

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