Tribuna:

Los partidos en la República, un modelo a no imitar

No tiene nada de casualidad que cada año, al acercarse el 14 de abril, surja de una forma u otra, un amplio elenco de reflexiones sobre dicha fecha. Durante nuestro régimen autoritario y en el largo tracto de casi 40 años, lo que aparecían eran unas líneas condenatorias y únicamente allá, en el lejano exilio, eran posibles las celebraciones casi siempre llenas de nostalgia y, sobre todo, de la "larga espera". Frustrada unas veces por la actitud de olvido de las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial o por los prontos reconocimientos del llamado Nuevo Estado, iniciados por los apoyos del ...

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No tiene nada de casualidad que cada año, al acercarse el 14 de abril, surja de una forma u otra, un amplio elenco de reflexiones sobre dicha fecha. Durante nuestro régimen autoritario y en el largo tracto de casi 40 años, lo que aparecían eran unas líneas condenatorias y únicamente allá, en el lejano exilio, eran posibles las celebraciones casi siempre llenas de nostalgia y, sobre todo, de la "larga espera". Frustrada unas veces por la actitud de olvido de las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial o por los prontos reconocimientos del llamado Nuevo Estado, iniciados por los apoyos del Vaticano y de Estados Unidos. Largos años, penosas empresas de buscar acomodo y hasta no pocas trifulcas por las causas de la pérdida de la Guerra Civil. Tampoco han faltado nunca los libros sobre la Segunda República publicados por los extranjeros que abrieron brecha a un pequeño grupo de jóvenes investigadores españoles en aquellas cátedras en las que no se explicaban las Leyes Fundamentales o se hacía con gran aparato crítico. Entre éstos me encuentro con mi temprana tesis doctoral sobre Los grupos de presión durante la II República, defendida en 1964.

Y es que el 14 de abril y la Segunda República han constituido, en efecto, un hito importante, inolvidable en nuestra penosa historia política de fines del siglo XIX y comienzos del XX. La ansiada República se anunciaba como salvadora de todos los "males de la Patria" que venían denunciando nuestros regeneracionistas vez tras vez. Naturalmente tendría que superar no pocos obstáculos. Y uno de los que no pudo vencer estuvo nada menos que en su propio sistema de partidos. En forma sintética y partiendo de la insoslayable aportación de los profesores Sartori y Juan Linz, intento aquí describir sus defectos y hasta lanzar, de vez en vez, alguna comparación con el panorama de nuestra actual democracia. El modelo republicano de partidos quedaría así definido:

a) Existencia de un pluripartidismo excesivo y hasta cercano a la atomización. Es decir, demasiados partidos que dificultan la tarea del Gobierno y complican en demasía la tarea parlamentaria. Las elecciones republicanas a Cortes Constituyentes no lograron aminorar la auténtica sopa de siglas. Desde la derecha recalcitrante de los Agrarios hasta el singular ejemplo del llamado "Monárquico sin Rey al Servicio de la República" encabezado por Osorio y Gallardo. Algo muy diferente a lo que ocurrió con las primeras elecciones de nuestra democracia, en las que la ya gran burguesía antes muy débil logró dejar en la cuneta a las fuerzas que demandaban aspectos que durante la transición no se querían tocar. El no querer el riesgo, la "noluntad", como la definió con acierto Julián Marías, puso las cosas en su sitio y dio paso a un pluralismo limitado mucho más idóneo.

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b) Falta de una moderna estructura en el seno de los partidos. Quizá no hubo tiempo de hacerla, pero lo cierto es que, en la mayoría de las ocasiones no pasaron de ser partidos de notables o, aún menos, pequeñas fuerzas de carácter meramente personalista. Así, la Orga del nefasto político Casares Quiroga, "el partido de Alcalá Zamora", el "partido de Azaña", etcétera. Lo que predominaba era la figura del líder y poco más. La excepción al llegar la República estuvo en el PSOE, único partido con trayectoria y organización. Luego, más tarde y ya en plena República, se les pudiera añadir Izquierda Republicana (obra de Azaña), la CEDA y quizá la Lliga. Pero eso fue luego y tarde. Hasta entonces, grupos nacidos con el único propósito de "traer la República" y que vivieron una complicada vida de uniones y escisiones. Algo de este rasgo sí pudo estar en los muchos grupos "para traer" nuestra actual democracia (la famosa "sopa de siglas") con un indudable ejemplo de grupo de notables: la UCD liderada por Suárez, que tan amargos ratos hubo de experimentar precisamente por la serie de notables que le rodeaban. Pero en la oposición sí existían partidos que tenían que contar y que, con no poca generosidad, abdicaron de algunos de sus principios para que nuestra actual Constitución fuera obra del consenso. Valga la referencia al PSOE y al PCE.

c) Finalmente, la República hubo de enfrentarse a dos clases de partidos que estimo inexistentes o muy débiles en la actualidad. En primer lugar, partidos que representaban un importante cleavage y que nacían, por encima de todo, para luchar por la defensa de una demanda. Así, el Partido Radical-Socialista, auténtico "come curas" en el proceso constituyente y, justamente en el bando contrario, la CEDA, nacida exclusivamente para la defensa a ultranza del catolicismo hasta por encima de la Constitución y auténtico protagonista del Segundo Bienio: el mal llamado "de rectificación". No veo, en nuestros días, algo similar en nuestra derecha, bastante diferente a la cerril de nuestro pasado histórico, antes y durante la República. Y, en segundo lugar, la existencia de partidos y grupos cuya exclusiva pretensión era el fin mismo del régimen establecido. La lucha contra la República nacida un 14 de abril. Y aquí, desde carlistas o monárquicos alfonsinos hasta los partidarios de un llamado Nuevo Estado: Falange, sobre todo. Sin olvidar a los grupos para quienes, desde bien temprano, ya dejaron claro y con fuerza que aquella República "burguesa y liberal", sencillamente no era la suya. Y "superar la República" constituyó el lema común, cantado por diversas voces, constituyó el muro que no lograron debilitar los republicanos de siempre que hasta tuvieron que ver la misma escisión en el seno del PSOE. Estamos ante el hecho de la ausencia de consenso sobre la clase de República, existente desde el comienzo y en crecido aumento con el paso de los años. Y así, la torpe jugarreta contra el Alcalá Zamora que no les servía. El fracaso de Besteiro. O la triste (y voluntariamente querida, pese al lugar común) soledad del gran artífice de la primera hora: Manuel Azaña. Espero que esto no llegue ni a rozar a nuestra actual democracia, a pesar de los temibles desvaríos de los grupos integrantes del nacionalismo excluyente que hoy nos ocupa y nos preocupa cuando escribo estos párrafos. Que nadie pisotee la ilusión por lo mucho conseguido.

Manuel Ramírez es catedrático de Derecho Político de la Universidad de Zaragoza. Autor de varios libros sobre la Segunda República Española.

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