Crítica:

En busca de Dios

Decía el teólogo Paul Tillich que "quien sabe de profundidades sabe de Dios"; y Homero, casi al principio de los tiempos, que "todo ser humano tiene necesidad de dioses". Con ambas afirmaciones comulga Enrique Miret Magdalena (Zaragoza, 1914) en su nuevo ensayo, en el cual sostiene que es más difícil ser "ateo" que "creyente", entendiendo por tal a quien cree en algún tipo de "profundidad", "divinidad" o "trascendencia", bien sea mediante el vehículo de una religión, bien de manera individual o privada. Generalmente, argumenta Miret, el ateo se hace empujado por la desilusión, pues las formas ...

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Decía el teólogo Paul Tillich que "quien sabe de profundidades sabe de Dios"; y Homero, casi al principio de los tiempos, que "todo ser humano tiene necesidad de dioses". Con ambas afirmaciones comulga Enrique Miret Magdalena (Zaragoza, 1914) en su nuevo ensayo, en el cual sostiene que es más difícil ser "ateo" que "creyente", entendiendo por tal a quien cree en algún tipo de "profundidad", "divinidad" o "trascendencia", bien sea mediante el vehículo de una religión, bien de manera individual o privada. Generalmente, argumenta Miret, el ateo se hace empujado por la desilusión, pues las formas y actitudes que adoptan las religiones oficiales (su evidente infantilismo y la coerción con la que someten e intimidan a los fieles) provocan rechazo en multitud de personas que, sin embargo, no son indiferentes a la idea de trascendencia, a esos sentimientos o sensaciones que anidan en nuestro interior y que nos remiten a la intuición de que en la vida estamos para algo más que para procrear y de que, acaso la existencia, con todos sus horrores y dichas, tiene un sentido que la ennoblece, residente más allá del inmediato ahora.

¿DÓNDE ESTÁ DIOS?

La religión en el siglo XXI

Enrique Miret Magdalena

Espasa Calpe. Madrid, 2006

298 páginas. 19 euros

Es obvio que, desde esta perspectiva, al ser humano lo anima un vago (o intenso) "anhelo de infinito", y que también lo caracteriza una perpetua desazón frente a la vida y la muerte. Con todo, abocado a esta extinción total, a esta "imposibilidad de toda posibilidad", como la definía Heidegger, el hombre tiene también a Dios, según Miret precisamente la "posibilidad de todas las posibilidades", lo más inverso a la definición de la muerte antes apuntada. "Dios" es así un concepto que vincula a quien cree en él con algo esencialmente indeterminado y amplio, abierto y vivo.

El autor de libros tan esenciales como Luces y sombras de una larga vida o ¿Qué nos falta para ser felices? regresa en su nuevo ensayo a temas que ya trató magistralmente en su libro Occidente mira a Oriente y como en aquél dedica en éste varios capítulos a repasar las diversas religiones mundiales, teniendo en cuenta el desmedido interés de muchos occidentales insatisfechos con el cristianismo por las religiones orientales. Como experto practicante de yoga, Miret vierte una rápida mirada sobre el budismo y la filosofía zen, elogiando la práctica de la meditación como el vehículo idóneo para liberar la propia mente del murmullo incesante de las palabras que la embotan, la vía directa que posibilita el reencuentro del hombre "deshumanizado" consigo mismo y con el absoluto. También aborda el hinduismo, el islamismo, el judaísmo y, cómo no, el cristianismo con todas sus derivaciones en el intento de exponer lo que en estas religiones y creencias hay de común y acertado: "Quizás todas ellas tienen el derecho a ser verdaderas", afirma el autor.

Con el talante crítico y con

ciliador que lo caracteriza, este teólogo seglar de ideas progresistas que es Miret Magdalena -un inquieto buscador de evidencias que enfrenta siempre la lógica del sentido común a lo tópico y abstruso-, parece responder a la pregunta "¿dónde está Dios?", que da título al libro, lo mismo que el judío Spinoza enseñó en el siglo XVII: "Dios y el mundo son lo mismo"; y también que, en definitiva, "todo está lleno de dioses", según reza la sentencia de Heráclito. Este libro es un catálogo de religiones y de las diversas maneras de contemplar desde las más variopintas perspectivas ese "alma del universo" denominada con tantos nombres (Elohim, Alá, Yahvé o Brama) y que de una forma u otra casi todos sentimos alguna vez en el corazón.

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