Reportaje:

Apuntes de una noche de 'macrobotellón'

Con rastas y con tacones. Universitarios y parados. De 15 y de 26. Les gusta juntarse a beber en la calle. Contaron por qué

Parados con cresta y botas militares; universitarias de Historia del Arte con abrigo rojo a juego con los labios; operarios con melena y la boca atravesada por un piercing; jóvenes repeinados de colegio mayor de la mano de muchachas de mechas y tacón; colegialas de pantalón de cuadros y chapas antifascistas; futuros ingenieros con rastas; cineastas en ciernes con greñas despuntadas y zapatillas Converse; chavales de la periferia con el pelo al uno y coche tuneado.

Gente que sale de casa con cinco euros o con 60. De urbanizaciones de chalés y de suburbios deprimidos....

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Parados con cresta y botas militares; universitarias de Historia del Arte con abrigo rojo a juego con los labios; operarios con melena y la boca atravesada por un piercing; jóvenes repeinados de colegio mayor de la mano de muchachas de mechas y tacón; colegialas de pantalón de cuadros y chapas antifascistas; futuros ingenieros con rastas; cineastas en ciernes con greñas despuntadas y zapatillas Converse; chavales de la periferia con el pelo al uno y coche tuneado.

Gente que sale de casa con cinco euros o con 60. De urbanizaciones de chalés y de suburbios deprimidos. Su vida es muy diferente, pero tienen algo en común. Son jóvenes y los fines de semana quieren juntarse con los amigos en un parque o en una plaza, charlar y beber: cubatas, calimocho y cerveza, en orden descendente de preferencia. Se garantizan al menos cuatro horas de diversión por unos cinco euros. El viernes pasado, un día lluvioso y antipático, en que estaba convocado con mensajes de móvil e Internet un macrobotellón en 15 ciudades, unos consiguieron su objetivo y otros, no.

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Medio millón de jóvenes, según se desprende del último informe (2004) del Instituto de la Juventud, salen cada fin de semana a beber a la intemperie junto a sus amigos. Parecen muchos, pero sólo son el 6% de los españoles de entre 15 y 29 años. Un estudio de Socidrogalcohol, la sociedad de profesionales que trabajan en adicciones, revela que los botelloneros tienen entre 13 y 30 años (el grueso está entre los 18 y 25). No son marginales. La mayoría vive en casa de sus padres, estudia en el instituto o la universidad y sus calificaciones son aceptables. Sus razones para hacer botellón van desde charlar con los amigos (lo puntúan con un 9,1 sobre 10) a ligar (5,9). Cuatro de cada cinco bebe en la calle porque las copas están muy caras en los bares.

El viernes, en Madrid, donde el botellón está prohibido en toda la comunidad desde 2002 (aunque se sigue practicando), los chavales peregrinaron eludiendo a 350 policías municipales: los dos lugares concertados (el Faro de la Moncloa y la plaza del Dos de Mayo) se cerraron. Así que entraron en los bares o se resguardaron en algún callejón con sus minis [bebida de litro] en la mano, hasta que aparecían 10 policías en moto y aplastaban los cartones de vino a pisotones. Los menos plantaron cara a los agentes a base de pancartas y odas al alcohol. Pero sin botellas.

Los de Granada, sin embargo, sí que ganaron la pretendida apuesta. Se juntaron 25.000 en un recinto con carpas acondicionado por el Ayuntamiento. Una solución idílica que proponían prácticamente todos los botelloneros en Madrid al hacerles ver las molestias a los vecinos. Los granadinos, desde luego, lo aprovecharon. "Yo no tengo hora. Hasta que nos echen", decía David, de 20 años, hundido en el barro hasta las rodillas a las dos de la madrugada del sábado. Por la mañana fue a trabajar a la obra, salió en cuanto pudo y a las tres de la tarde ya estaba en la fiesta con 14 o 15 amigos. Once horas después sigue ahí con un cuba-litro en la mano. "¿Cuántos llevas?". "Y yo que sé". Han ido tres veces "a los chinos" a rellenar un carro de supermercado. En total, David se ha gastado 15 euros. "¿Tú sabes lo que nos habría costado estar todo el día de bares?"

Si se les preguntan las razones de practicar tan asiduamente el arriesgado deporte de reunirse alrededor de unas botellas (prohibido en ocho comunidades), se ríen y contestan: "Qué quieres que te diga, por el precio de una copa en un bar, te bebes cuatro litros de calimocho" (Jorge, 18 años, parado). "Entrar en una discoteca es mazo [cantidad] de caro"(Elena, 18 años, estudiante de bachillerato)."Conoces gente. En la calle, cuando estás entre los tuyos te sueltas" (Archi, 17 años, estudiante y obrero). "En invierno si pusieran las copas más baratas iríamos a un bar, que es más acogedor" (Javier, 20, estudiante de FP). "Lo principal es estar en la calle, con los amigos, no tener que meterse en un bar con una música que no te gusta. Y encima se liga más" (Alfonso, 24, estudiante). "Es agradable, conoces gente, desconectas de la semana, hablas sin el ruido de la música, te piropean" (una estudiante de Magisterio, 20 años). "Hoy, excepto por dos peleas, ha habido muy buen rollo. Compartes el whisky con los de al lado, te piden tabaco, les pides hielo" (otra universitaria de 19, de Granada).

En Madrid no hubo exactamente buen rollo. Se registraron dos detenciones. En Moncloa, un atildado joven, atónito ante el despliegue policial que encontró a la salida del metro, le espetó a un agente:

-Esto es increíble. Es un exceso. No queremos hacer nada malo. Usted bebe en su casa, con su mujer y sus amigos y yo tengo que hacerlo en un parque porque no tengo dinero.

-Ya, ya, si tienes razón, te lo reconozco- contestó el policía, que ya peinaba canas - pero te tengo que echar.

Varios policías antidisturbios, en la noche del viernes al sábado en Barcelona.EFE

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