Crítica:

Retales

En el primer libro de Alberto Ávila, Todo lo que se ve, abundan las citas de distintos autores, desde Aristóteles a Mircea Eliade, pasando por Descartes, Schopenhauer y un etcétera nada desdeñable. Entre todos los autores citados no figura Horacio, que dio muy buenos consejos a los que quieren escribir. Hablando del asunto a tratar por el escritor, por ejemplo, Horacio recomendaba: "...sea lo que quieras, con tal que sea uno y simple". Abundando en la misma idea, concedía que la licencia poética es algo necesario, que los poetas tienen derecho a tomarse ciertas libertades, sin que ello ...

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En el primer libro de Alberto Ávila, Todo lo que se ve, abundan las citas de distintos autores, desde Aristóteles a Mircea Eliade, pasando por Descartes, Schopenhauer y un etcétera nada desdeñable. Entre todos los autores citados no figura Horacio, que dio muy buenos consejos a los que quieren escribir. Hablando del asunto a tratar por el escritor, por ejemplo, Horacio recomendaba: "...sea lo que quieras, con tal que sea uno y simple". Abundando en la misma idea, concedía que la licencia poética es algo necesario, que los poetas tienen derecho a tomarse ciertas libertades, sin que ello les sirva de excusa para mezclar churras con merinas, o como dice él mismo, para aparear tigres y corderos.

TODO LO QUE SE VE

Alberto Ávila Salazar

Lengua de Trapo

Madrid, 2006

142 páginas. 15,60 euros

El hilo conductor de Todo lo que se ve parece ser la relación entre un escritor y su pareja, a la que un tercer personaje decide erigir en objeto de un culto nuevo. Las obras que dan lugar a esta veneración de Felicidad, que así se llama la esposa, las escribe en realidad el marido que, además, es quien nos narra los sucesos. Esta trama, sin embargo, se entrevera con varias "propuestas" y "proyectos para una novela", y con dos o tres críticas de música pop -autorizadas y entretenidas, por cierto-; se diluye entre definiciones del alma (los nombres de los autores aparecen en cursiva y los títulos en redonda, al revés de lo normal), y una lista de suicidas famosos; se olvida durante lo que podría ser un momento apasionante en alguna biografía de Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente Kennedy.

Uno de los peligros de seguir a Borges, cuyos epígonos por lo general se empeñan en un camino huero, es confiar en la idea de que con sus catálogos se pueden construir obras redondas. Aquí el catálogo borgiano lo tapa todo con su mascletá, hasta el punto de que la trama -muy liviana- pasa casi inadvertida. En cuanto "elija un asunto a su medida" -Horacio de nuevo-, la prosa fluida, potente y sazonada de Alberto Ávila encontrará su orden y dará sus frutos.

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