Crítica:

Pompa sin circunstancia

Llegó a ser la gran esperanza blanca para el renacimiento del cine de aventuras de toda la vida, e incluso reinó por un día, comercialmente hablando, gracias a Robin Hood, príncipe de los ladrones, donde hacía pareja artística con el entonces en la cumbre Kevin Costner. Pero tras esa rendija abierta a principios de los noventa, el director Kevin Reynolds se hundió junto a su tocayo Costner tras el batacazo de Waterworld (1995). Tras años de oscuridad creativa y mercantil, con menudencias muy de su estilo, caso de El conde de Montecristo (2002), Reynolds regresa al territor...

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Llegó a ser la gran esperanza blanca para el renacimiento del cine de aventuras de toda la vida, e incluso reinó por un día, comercialmente hablando, gracias a Robin Hood, príncipe de los ladrones, donde hacía pareja artística con el entonces en la cumbre Kevin Costner. Pero tras esa rendija abierta a principios de los noventa, el director Kevin Reynolds se hundió junto a su tocayo Costner tras el batacazo de Waterworld (1995). Tras años de oscuridad creativa y mercantil, con menudencias muy de su estilo, caso de El conde de Montecristo (2002), Reynolds regresa al territorio que más le gusta, el de la épica de corto alcance, con Tristan & Isolda, basada en la leyenda medieval y paradigma del amor absoluto e incondicional, incluso más allá de la muerte.

TRISTAN & ISOLDA

Dirección: Kevin Reynolds. Intérpretes: James Franco, Sophia Myles, Rufus Sewell, Henry Cavill. Género: romance de aventuras. EE UU, 2006. Duración: 125 minutos.

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Quizá llevado por el reciente renacimiento de la épica entre las nuevas generaciones, sobre todo gracias a la saga de El señor de los anillos, el director acude a la tradición trovadora para intentar calcar la fórmula que un buen día le llevó al éxito: cine de fanfarria, más de postalita que de verdadero arraigo en los escenarios naturales, con un toque de romance de anuncio de perfume y buenas dosis de aventura no demasiado violenta, más ligera que incendiaria. De hecho, la primera media hora, hasta que Isolda hace acto de presencia, está enteramente dedicada a la acción de corte histórico. Luego, naturalmente, llegan las secuencias de mimos, azúcar y miradas a la luz del fuego entre los amantes protagonistas, pero a esas alturas Reynolds confía en haber abrazado ya en su regazo al espectador más fanático de los duelos a espada y más reacio al amor como guía. Y eso es lo peor de Tristan & Isolda, que se le nota demasiado la escuadra y el cartabón de su arquitectura formal, sin frescura y con los dos ojos puestos en la taquilla más fácil.

Menos épica y pretendidamente más rimbombante que otras historias recientes como El reino de los cielos, Troya o Rey Arturo (Ridley Scott, Wolfgang Petersen e incluso Antoine Fuqua son mucho mejores directores que Reynolds), Tristan & Isolda transpira en demasiados momentos cierta decadencia, como de cine antiguo. Y es que, en determinados aspectos, los primeros años noventa pueden resultar mucho más añejos a la vista del espectador de hoy que el clásico cine de aventuras de los cuarenta, que al menos conserva el encanto del cartón piedra y no intenta abrumar con la pompa sin enjundia.

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