Tribuna:

Se trata de tolerancia

Cuando Bárbara Dührkop se rebeló contra la privatización de la voz de las víctimas del terrorismo junto a la tumba de Enrique Casas, ningún periódico le cedió al día siguiente su portada y su titular. Cuando dijo que la opinión de las víctimas de ETA no era una sola, cuando se levantó contra la manipulación del desgarro íntimo, no hubo nadie que pensara que sus varias décadas de dolor, sintetizadas en ese instante, valieran un titular. Su voz llevaba implícita la defensa de todas las voces, su grito era un grito contra el silencio y a favor de la libertad de opinión, con el que negaba la unida...

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Cuando Bárbara Dührkop se rebeló contra la privatización de la voz de las víctimas del terrorismo junto a la tumba de Enrique Casas, ningún periódico le cedió al día siguiente su portada y su titular. Cuando dijo que la opinión de las víctimas de ETA no era una sola, cuando se levantó contra la manipulación del desgarro íntimo, no hubo nadie que pensara que sus varias décadas de dolor, sintetizadas en ese instante, valieran un titular. Su voz llevaba implícita la defensa de todas las voces, su grito era un grito contra el silencio y a favor de la libertad de opinión, con el que negaba la unidad de criterio que algunos pretenden imponer al polifónico universo de las víctimas del terrorismo.

La voz de Bárbara fue la defensa de todas las voces. Fue la defensa de su identidad individual como víctima y, por lo tanto, la de las demás identidades de todas y cada una de las víctimas. Fue la defensa de Alcaraz y su derecho a vomitar odio contra el Gobierno. Fue la defensa de la voz de Irene Villa y el cierre de filas con el derecho a la voz crítica de Maite Pagazaurtundua. Fue la defensa de la letra de Gorka Landaburu y de la familia de Ernest Lluch, el combate a favor de la palabra de Iñaki Dubreil y de los hijos de Maite Torrano. La voz de Bárbara, impregnada de los valores de libertad y pluralidad que defendió hasta la muerte Enrique Casas, reclamaba que nadie privatizara su voz y era, por eso, una defensa cerrada del derecho a la opinión de la hermana de Miguel Ángel Blanco o de la familia de Gregorio Ordoñez.

Era, a fin de cuentas, la defensa del derecho de todas y cada una de las personas visitadas, de una u otra forma, por los asesinos, a pensar y decir lo que quieran.

Las frases eran de Bárbara, pero recordaban a Voltaire en el Tratado sobre la tolerancia. Buscaban que todas y cada una de las opiniones, de todas y cada una de las víctimas, tuvieran derecho a tener valor desde el principio de pluralidad que está en la base de nuestro modelo democrático. La voz de décadas como víctima de Bárbara, a diferencia de la de algunos portavoces de la AVT y del Partido Popular, buscaba defender el derecho a la opinión de todas las víctimas del terrorismo, una por una, independientemente de orientaciones ideológicas, formas y estilos, incluyendo aquí a todas esas con las que ella no está de acuerdo.

Su testimonio, en plena crisis homogeneizante, era contra el ya famoso las víctimas me apoyan de Mariano Rajoy, contra el constante las víctimas del terrorismo están en contra de la política antiterrorista del Gobierno de Zaplana, contra el todas las víctimas pensamos y el todas las víctimas creemos. Contra el generalizante e inapropiado las víctimas del terrorismo reclaman de tantos y tantos titulares interesados en este extraño bienio que estamos viviendo alrededor de un debate político mediocre y manchado de FAES en todo lo que toca asuntos de Estado.

No hay una única voz. En contra de lo que a algunos les gustaría, hay muchas voces. No hay un único criterio. En contra de lo que algunos quisieran, hay muchos y muy variados, hay tantas opiniones como opinantes.

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Sería tremendamente oportuno, en estos tiempos en que algunas voces atentan contra los principios que las víctimas del terrorismo han defendido, esto es, pluralidad, tolerancia, democracia, que los portavoces de las más famosas asociaciones de víctimas y sus compañeros de manifestación, empezaran a pedir respeto por todas esas voces de víctimas que también tienen opinión aunque sea distinta a la que puedan tener ellos. Porque las víctimas, todas ellas, lo son por defender la existencia de opiniones distintas y por cerrar filas alrededor de la democrática pluralidad de criterio, elementos éstos que le sobraban a ETA en ese sueño totalitario y de voces únicas por el que tanto ha matado. Sería también muy saludable que los portavoces que más intervienen desde los micrófonos de alguna asociación de víctimas empezaran a desprenderse del abrazo partidista que les han dado y se levantaran contra la utilización de su dolor como refuerzo de la posición política del Partido Popular. Con ello, conseguirían devolver su espacio más íntimo a los lugares no políticos a los que pertenece, alejarse de las tentaciones de esos que, necesitados de refuerzos estratégicos con los que mantener su política, ponen los desgarros íntimos de las víctimas del terrorismo junto a las siglas de un partido a la deriva.

Sería estupendo que esos portavoces tan activos contra el Gobierno, empezaran a serlo también contra esa intolerancia que Bárbara señalaba. En Voltaire, esa intolerancia que impide debatir, impide también razonar y contribuye a que cotidianamente nos vayamos acostumbrando a la discriminación, a la exclusión, a vulnerar los derechos de otro si de defender los propios se trata.

La voz de Bárbara Dührkop defiende la pluralidad y, por tanto, también todas las voces de víctimas con las que no está de acuerdo. Con sólo expresarse en la reivindicación de su identidad de voz, defiende incluso las voces de quienes las usan para negar la de ella. Más allá de lo aparente, del apoyo o la crítica al Gobierno en la lucha antiterrorista, éste es el gran ejemplo de Enrique Casas convertido en diferencia central entre el no en mi nombre y el en mi nombre sí.

Eduardo Madina es secretario de Estudios Políticos del PSE.

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