Crítica:

La vía de la nada

Ludwig Wittgenstein resumió su Tractatus afirmando que "todo lo que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Parménides, en un empeño similar por poner límites a la expresión de los pensamientos, sostuvo que "el sendero del no-ser es totalmente inescrutable". Las inconsistencias de la filosofía son así: ¿puede ser mejor callarse sobre lo que no se puede hablar?; ¿puede un sendero ser totalmente inescrutable?

intentado A. G. Porta (Barcelona, 1954) en su última novela, Concierto del No Mundo: hablar de lo...

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Ludwig Wittgenstein resumió su Tractatus afirmando que "todo lo que puede ser dicho, puede decirse con claridad: y de lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Parménides, en un empeño similar por poner límites a la expresión de los pensamientos, sostuvo que "el sendero del no-ser es totalmente inescrutable". Las inconsistencias de la filosofía son así: ¿puede ser mejor callarse sobre lo que no se puede hablar?; ¿puede un sendero ser totalmente inescrutable?

Tal vez sea esto lo que ha

CONCIERTO DEL NO MUNDO

A. G. Porta

Acantilado. Barcelona, 2006

358 páginas. 21 euros

intentado A. G. Porta (Barcelona, 1954) en su última novela, Concierto del No Mundo: hablar de lo que no se puede hablar o transitar un sendero inescrutable. Al menos así cabe entender el acopio de recursos vanguardistas desplegados en la obra, desde la disposición en bloques narrativos compactos, de una dureza diamantina, hasta el empleo agobiante del presente de indicativo y el uso de nombres comunes y circunloquios en lugar de nombres propios (París es "la capital del país vecino"; Shakespeare es "el escritor teatral de los siglos XVI y XVII"; los protagonistas son simplemente "el guionista" y "la niña", etcétera).

Concierto del No Mundo narra la estancia en París de un viejo guionista, casi desahuciado por el mundo, durante un mes de agosto. El guionista ha seguido hasta allí a una joven concertista de piano (la niña), que también quiere ser escritora, con el objeto de escribir un guión inspirado en ella. El ambiente mortecino y procaz sirve como telón de fondo para un relato hipertrofiado con los pensamientos de los personajes, que se plantean superficial y machaconamente si el Mundo existe o no (se parodia -o se parafrasea- a Wittgenstein para ello), y si cabe seguir la senda del dodecafonismo o del serialismo musical, entre otras cuestiones.

Todo ello da como resultado un relato que podría muy bien estar recién sacado del interior de un iceberg. Sin embargo, al final, después de un yermo que incrementa el déficit de paciencia lectora hasta el punto de la quiebra y pese al apego a la nada menos enjundiosa -ahí está esa otra nada: la de san Juan y santa Teresa-, se resuelven convincentemente casi todos los cabos de la novela. Para entonces el desequilibrio resulta insalvable y viene a confirmar que, en efecto, esta vía de la nada no se debe transitar, y no tanto porque esté prohibida como porque es estéril. No da nada de sí.

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