Futuro incierto para un gigante calcinado

Un año después del incendio del Windsor, sus dueños todavía no saben qué hacer sobre sus cenizas

La familia Reyzábal ha eludido pronunciarse sobre el futuro del rascacielos Windsor, cuando hoy se cumple un año de que un devastador incendio acabara con el edificio, uno de los símbolos arquitectónicos de la capital. Los dueños de esa enorme mole -28 pisos y 106 metros de altura-, que quedó convertida en escombros en cuestión de 10 horas, ante la mirada impotente de centenares de bomberos y de autoridades municipales y regionales, prefieren esperar hasta que se acabe el proceso judicial que permanece abierto desde el domingo 13 de febrero de 2004.

Las opciones de los Reyzábal son vari...

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La familia Reyzábal ha eludido pronunciarse sobre el futuro del rascacielos Windsor, cuando hoy se cumple un año de que un devastador incendio acabara con el edificio, uno de los símbolos arquitectónicos de la capital. Los dueños de esa enorme mole -28 pisos y 106 metros de altura-, que quedó convertida en escombros en cuestión de 10 horas, ante la mirada impotente de centenares de bomberos y de autoridades municipales y regionales, prefieren esperar hasta que se acabe el proceso judicial que permanece abierto desde el domingo 13 de febrero de 2004.

Las opciones de los Reyzábal son varias. El edificio se reduce a sólo dos plantas. Es lo que queda de ese coloso en llamas que ardió hace 365 días. Una de las opciones puede ser que sus actuales propietarios encarguen la demolición de esos pisos y empiecen de cero a reconstruir un nuevo rascacielos. También pueden vender el exiguo esqueleto que se puede ver desde la calle de Raimundo Fernández Villaverde y deshacerse de un problema que tiene visos de durar años en los tribunales.

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En cualquier caso cuentan con la advertencia clara de los responsables de Urbanismo del Ayuntamiento de Madrid y del alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, a la cabeza. El Consistorio ha anunciado que "en ningún caso" se concederán licencias de obras que supongan un aumento de la edificabilidad sobre la que ya contaba el Windsor. Eso supone que no podrán ganar ni un metro cuadrado de los 17.500 del proyecto originario. Si lo hacen, podrán ser sancionados por los responsables de Urbanismo.

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Fuentes municipales han explicado que, desde que se produjo el devastador incendio, los Reyzábal no han presentado ninguna documentación en la Gerencia Municipal de Urbanismo. Eso confirma que los propietarios no tienen ninguna intención, al menos de momento, de empezar a reconstruir la mole de cristales y hormigón.

Entonces, ¿para cuándo podrá alzarse un nuevo Windsor? La respuesta resulta bastante difícil de precisar. Si los dueños del mismo han optado por esperar hasta la decisión judicial, esto podría suponer varios años de litigios.

La causa en los tribunales parece que ha llegado a vía muerta en la parte penal. El titular del Juzgado de Instrucción número 28 de Madrid, Mariano Ascandoni, decretó el pasado 31 de enero el archivo de la vertiente penal al "no existir indicios" de que el fuego fuese "intencionado".

El magistrado dejó abierta la vía civil para dilucidar quién se hace cargo de los cuantiosos daños ocasionados por las llamas. Eso supone que la resolución definitiva de este asunto en la sección civil puede tardar. En caso de que llegara al Tribunal Supremo, el plazo podría alargarse hasta cinco o siete años.

El litigio se abre ahora entre las empresas aseguradoras que tendrían que hacer frente a un desembolso de unos 112 millones de euros: 90 para cubrir los daños de la torre, otros 12 por la imposibilidad de cobrar los alquileres (el llamado lucro cesante) y 10 millones para asumir la responsabilidad civil. De ahí que las aseguradoras Allianz, que cubre el 60% de esa cantidad, y Mapfre, que lo hace con el 40% restante, hayan emprendido una carrera para determinar quién fue el verdadero culpable del siniestro. Los peritos de la primera aseguradora determinaron en un informe que la responsabilidad recaía en los vigilantes, que no actuaron diligentemente, y en los bomberos, que no supieron atajar el problema con el que se enfrentaron. Las autoridades municipales y los sindicatos de este cuerpo negaron este extremo y aseguraron que los efectivos del servicio de extinción de incendios habían actuado diligentemente. Prosegur, la empresa de seguridad contratada en el Windsor, también salió en defensa de los cuatros vigilantes que controlaban la torre siniestrada aquel día.

Los investigadores de la Policía Científica y del grupo de Homicidios de la Jefatura Superior de Policía determinaron que el fuego comenzó en el despacho 2.109, en la planta 21, que estaba alquilado por la empresa auditora Deloitte. Esa tarde había estado en esa estancia una de sus directivas, la jefa del departamento de prevención de riesgos laborales. Ésta admitió que fumó varios cigarrillos, pero también puntualizó que los había apagado correctamente antes de marcharse de su despacho.

A las 23.16 del sábado 12 de febrero de 2005 se inició la tragedia que acabó con el Windsor. A esa hora saltaba la alarma de incendio en la sala de control del edificio. El vigilante que estaba al cargo de la misma pidió a su compañero que se encontraba haciendo la ronda por el inmueble que se acercara a la planta 21 para ver qué ocurría. Al llegar a la misma se percató de que salía humo de un despacho situado en la fachada sur. Tras dar un escueto mensaje a sus compañeros para que llamaran a los bomberos, intentó apagar las llamas, pero le fue imposible. La fuerte humareda negra que salía por debajo de la puerta comenzó a cegar al vigilante, que decidió esperar a los bomberos.

La primera llamada de aviso fue recibida en el teléfono 080 de los bomberos las 23.21 de ese fatídico sábado. Un vigilante de seguridad de la empresa Prosegur, destinado en el Windsor, alertaba de que se había desencadenado un fuego en la planta 21. A partir de ahí, se propagó hasta convertirse en el mayor incendio de Madrid.

Las primeras tres dotaciones tardaron cuatro minutos en llegar al lugar. Los bomberos fueron conducidos por los vigilantes de seguridad hasta la planta donde se registraba el incendio y se toparon con un fuego de grandes dimensiones. Los bomberos intentaron acceder al foco del mismo, pero dos explosiones seguidas se lo impidieron: las altas temperaturas hicieron saltar por los aires un enorme ventanal que sirvió para realimentar las enormes llamas que arrasaban la planta 21.

Las llamas se encargaron de hacer el resto. Los bomberos sólo tenían escaleras con una longitud de 50 metros de altura. Llegar al piso 21 y a los superiores parecía misión imposible de esta manera. La decisión fue atajar el fuego desde fuera con potentes chorros para enfriar el edificio, aun sabiendo que nunca alcanzarían el foco.

La madrugada se hizo eterna para los bomberos. Las autoridades obligaron a desalojar todos los alrededores del gigante edificio, mientras las partes que no pertenecían a la estructura se iban viniendo abajo.

El incendio se convirtió en un espectáculo que acudieron a presenciar en directo miles de madrileños. Otros muchos no se despegaron de la televisión. La mayoría de las cadenas interrumpieron las programaciones y ofrecieron las espectaculares imágenes en directo. Las llamas tenían un color azul por lo que se supone que las temperaturas se aproximaron a los 1.000 grados centígrados.

El fuego avanzó a sus anchas hasta que llegó a la segunda planta técnica del edificio, la situada en el quinto piso. Se trataba de una gruesa plancha de hormigón similar a la de la planta 17. Ya en este punto debería de haberse frenado el avance de las llamas, pero algo falló. La estructura metálica quedó hecha un amasijo de hierros y gran parte cayó a la calzada envuelta en llamas, lo que causó momentos de pánico. Se pensó entonces que el fuego podía expandirse por el cercano Corte Inglés o por los bajos de Azca. Lo único que resistía era la estructura central de hormigón del Windsor.

A las siete de la mañana, centenares de bomberos, sanitarios, policías, autoridades y curiosos rodeaban el enorme fuego, que prácticamente había arrasado toda la torre. Las llamas habían alcanzado ya las primeras plantas. Sobre las 13.30, los bomberos habían lanzado unos seis millones de litros de agua. Seis horas más tarde, a las 19.20, el director general del departamento, Medardo Tudela, dio por extinguido el incendio.

Terminado en 1979

A la virulencia del incendió se unieron otras circunstancias que permitieron que las llamas consumieran el Windsor hasta las cenizas.

El edificio fue construido entre 1974 y 1979 sobre una planta de 40 metros de largo por 25 de ancho. En aquel entonces no existían los sistemas antiincendios que se comercializan ahora. Cuando se produjo el fuego estos sistemas estaban siendo sustituidos para adaptarlos a la normativa actual: la Ley del Fuego de la Comunidad de Madrid. De hecho, si los sistemas de detección y extinción (rociadores) hubieran funcionado, el fuego habría quedado en un conato, según los especialistas.

Además, al tratarse de un inmueble antiguo no había puertas antisellantes. Y, las plantas que debían de ser estancas para frenar el paso de las llamas, no lo eran. Todo falló. Eso, unido a una serie de negligencias y circunstancias en cadena, determinó que el octavo rascacielos más alto de Madrid quedara reducido a hierros y escombros en cuestión de horas.

Los restos de la torre Windsor, en una imagen captada el pasado viernes.CRISTÓBAL MANUEL

Un rápido trabajo de desmontaje

El Ayuntamiento de Madrid decidió encargarse de los trabajos de desmontaje del rascacielos Windsor. Para ello utilizó una figura legal, la acción sustitutoria. De tal manera que la Administración ejecuta esa tarea y después le pasa la factura a los dueños del inmueble.

Los trabajos fueron más rápido de lo previsto en un principio. Las autoridades municipales calcularon, en primer momento, que el desmontaje supondría un año de trabajo. La superficie estaba muy dañada e iba a ser necesario utilizar pesadas y gigantescas grúas para sacar los escombros del Windsor. Se utilizaron los robots más modernos del mercado y ello agilizó el proceso. Al final el tiempo se redujo a la mitad.

Y la movilidad del tráfico lo notó. Cuando fue reabierta la calle de Raimundo Fernández Villaverde el pasado 31 de agosto, muchos madrileños respiraron aliviados. Una de las principales vías iba a poder ser usada de nuevo.

A partir de ese momento, además, se vio la efectividad del paso subterráneo de Cuatro Caminos, recién inaugurado. También se acabaron los atracos en las grandes calles paralelas, como José Abascal y General Perón.

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