Crítica:

La esperanza es una lupa

En 1986, con 60 años, John Berger publicó un artículo clave para explicar su propia obra literaria. Aunque originalmente se titulaba Sus secretos, fue traducido al castellano como Madre y recogido en el volumen Siempre bienvenidos (Huerga & Fierro). En aquel ensayito, escrito a los diez días de la muerte de su progenitora, precisamente, Berger adelantó dos ideas que han marcado sus libros desde entonces. Retomando, a la manera de Benjamin, la vieja reflexión sobre el papel del narrador, el novelista londinense apuntaba entonces que, por un lado, los escritores son los "sec...

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En 1986, con 60 años, John Berger publicó un artículo clave para explicar su propia obra literaria. Aunque originalmente se titulaba Sus secretos, fue traducido al castellano como Madre y recogido en el volumen Siempre bienvenidos (Huerga & Fierro). En aquel ensayito, escrito a los diez días de la muerte de su progenitora, precisamente, Berger adelantó dos ideas que han marcado sus libros desde entonces. Retomando, a la manera de Benjamin, la vieja reflexión sobre el papel del narrador, el novelista londinense apuntaba entonces que, por un lado, los escritores son los "secretarios de los muertos", y por otro, que toda autobiografía "se inicia cuando uno tiene la sensación de encontrarse solo", de ahí que sea "la resultante de un sentimiento de orfandad". Veinte años después, esas dos ideas recorren de principio a fin Aquí nos vemos. De algún modo, cabría decir que la nueva novela del autor de clásicos como Modos de ver (Gustavo Gili), Hacia la boda o Una vez en Europa (ambos en Alfaguara) es una suerte de autobiografía de los demás, una especie de libro de los muertos en el que un narrador llamado John viaja por Lisboa, Cracovia, Madrid, Londres o Ginebra para encontrarse con familiares y amigos fallecidos que marcaron su vida. La memoria se mueve, pues, entre el presente y el pasado al tiempo que se detiene en asuntos a los que Berger ya había dedicado algunos textos anteriormente, ya sea la cueva de Chauvet, en Francia, o la pintura de El jinete polaco, atribuida a Rembrandt.

AQUÍ NOS VEMOS

John Berger

Traducción de Pilar Vázquez

Alfaguara. Madrid, 2005

224 páginas. 16 euros

Aquí nos vemos, que gana en

el detalle lo que pierde en el conjunto, no alcanza la altura de las mejores obras de uno de los grandes de la literatura de hoy. El relato naufraga en la continua atribución de cualidades humanas a las ciudades en las que tiene lugar. Una búsqueda del genius loci que sorprende sobre todo viniendo de un autor que mantiene bien engrasadas las herramientas del marxismo. Lo mismo que sorprende que un escritor tan preocupado por el valor de cada palabra recurra a los tópicos del turismo para describir una ciudad como Lisboa. Con todo, en la capital portuguesa asistimos también a los mejores momentos del libro. Allí el narrador se encuentra con su madre, muerta diez años atrás. Asistimos entonces a una serie de conversaciones llenas de humor, emoción y sabiduría sobre la vida y la muerte, los secretos y la literatura, las relaciones entre padres e hijos, las utopías y la revolución. "Reparemos algunas cosas (...) Una cosa reparada puede cambiar otras mil", dice la madre en una página impagable que recoge, además, otra de las obsesiones de Berger: frente a la dicotomía entre pesimismo y optimismo, la pareja -más comprometida y menos maniquea- que forman la esperanza y la desesperanza. "La esperanza es una lupa inmensa. Por eso no permite ver a lo lejos", escribe. Curiosamente, también este libro gana leído con las gafas de cerca.

Pinturas rupestres de la cueva de Chauvet (Francia).AP

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