Columna

El fin del petróleo

Dicen en la tele que el petróleo se acaba. No sé exactamente cómo me va a afectar eso, pero estoy seguro de que producirá una inmensa cantidad de chatarra. Puede que, dentro de poco, los chatarreros se hagan ricos y transporten los restos de los automóviles en sus carruajes tirados por hermosos caballos. Esto me recuerda a un pasaje de mi infancia. Yo tenía un amigo cuyo padre había sido carbonero antes de perder la razón. Según decía la familia, se volvió loco cuando llegó la calefacción eléctrica, cosa que yo no puse nunca en duda.

Por lo visto, el padre de mi amigo había sido rico al...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Dicen en la tele que el petróleo se acaba. No sé exactamente cómo me va a afectar eso, pero estoy seguro de que producirá una inmensa cantidad de chatarra. Puede que, dentro de poco, los chatarreros se hagan ricos y transporten los restos de los automóviles en sus carruajes tirados por hermosos caballos. Esto me recuerda a un pasaje de mi infancia. Yo tenía un amigo cuyo padre había sido carbonero antes de perder la razón. Según decía la familia, se volvió loco cuando llegó la calefacción eléctrica, cosa que yo no puse nunca en duda.

Por lo visto, el padre de mi amigo había sido rico alguna vez. Había poseído varias casas, coches y perros. Cuando la necesidad de carbón disminuyó entre la población, comenzó a comportarse de una forma extraña y se encerró dentro de sí mismo, hasta que se convirtió en una sombra silenciosa, un fantasma que siempre vestía pijama, bata y zapatillas, y que penaba de un extremo al otro del pasillo, apartando a su paso las gruesas cortinas de terciopelo rojo con borlas que decoraban aquella casa detenida en el tiempo. A veces, cuando mi amigo y yo estábamos jugando, o leyendo tebeos de Spiderman, el viejo se asomaba de repente a la habitación y yo me llevaba un buen susto, pero mayor era mi curiosidad que el miedo, puesto que aprovechaba sus escasas apariciones para examinarle con interés.

Durante aquellos días yo me preguntaba si la carencia de algo, dinero, carbón, o lo que fuese, podía volver loco a alguien, y me decía a mí mismo que aquél hombre había tenido que ser muy rico, inmensamente rico, como para no haber soportado la idea de ser pobre. Por otro lado, ya me explicaba por qué las notas de mi amigo estaban firmadas por su madre, y por qué las profesoras le trataban algo mejor que al resto de los alumnos, haciéndose cargo de la triste suerte de tener a un padre enfermo. En realidad, creo que en alguna ocasión envidié a mi amigo por este hecho.

Ahora que anuncian que se puede hundir el sistema financiero, ahora que vamos a tener que pagar precios exorbitantes por petróleo de mala calidad, ahora que la gasolina, el combustible, el alquitrán, se van a convertir en productos de lujo, me viene a la memoria el padre de mi amigo, el carbonero. ¿Es posible que el fin de los grandes depósitos de petróleo produzca locos como él? ¿Puede llegar la escasez a afectar tanto al ser humano? Dentro de un cuarto de siglo, cuando algo haya sustituido al petróleo -quizás el hidrógeno- tal vez surja una nueva raza de ricos, y una nueva raza de pobres, o acaso los ricos sean los mismos y los pobres también. De todas formas, no hay por qué enloquecer: siempre nos quedará el carbón.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En