Tribuna:

La campaña contra Rodríguez Zapatero

La opinión pública contempla, entre alarmada y confusa, la grave crispación que parece instalada en la vida política parlamentaria española que va in crescendo desde que el Partido Popular fue desalojado del Gobierno. Esa crispación se manifiesta en la forma de una brutal campaña personal contra el presidente Rodríguez Zapatero, que a los viejos nos recuerda las campañas que en otra época hizo la derecha nacionalista española contra Manuel Azaña, en el momento en que éste personalizó el sueño de una España más moderna, desembarazada de los miasmas del ancien régime feudal, de los...

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La opinión pública contempla, entre alarmada y confusa, la grave crispación que parece instalada en la vida política parlamentaria española que va in crescendo desde que el Partido Popular fue desalojado del Gobierno. Esa crispación se manifiesta en la forma de una brutal campaña personal contra el presidente Rodríguez Zapatero, que a los viejos nos recuerda las campañas que en otra época hizo la derecha nacionalista española contra Manuel Azaña, en el momento en que éste personalizó el sueño de una España más moderna, desembarazada de los miasmas del ancien régime feudal, de los que según las muestras aún no nos hemos desembarazado totalmente. Mariano Rajoy y los más fieles discípulos de Aznar enjaretan día tras día nuevos y cada vez más despectivos adjetivos calificativos contra el hombre que hoy representa a los españoles ante el mundo. Se utiliza un lenguaje propio de señoritos de casino de pueblo para minar su autoridad y su prestigio. Rodríguez Zapatero es la pieza a abatir, no importa con qué medios y a qué precio. Y esta campaña impropia de un país desarrollado y democrático va acompañada de guiños dirigidos a ciertos sectores del PSOE. Quienes hace unos años se ensañaban con Felipe González gritándole "váyase, señor González", ahora claman con sorna "¡que vuelva González!", como si el problema fuera personalmente Rodríguez Zapatero y no el PSOE, no el que la izquierda les haya enviado a la oposición.

Algunos medios de comunicación hacen el juego a quienes impulsan esta campaña presentando por igual como causante de la crispación a unos y otros, a populares y socialistas. Quien no se deje cegar por esta falacia, quien escuche a unos y a otros por encima del ruido que arman ciertos comentaristas, se dará cuenta de la moderación que impregna las palabras con las que Rodríguez Zapatero contesta a los insultos de la derecha. Una de las más fuertes ha sido llamar maleducado al señorito Mariano Rajoy.

Esta moderación es propia de un político seguro de sí y de la honestidad con que procede. De quien por principio se niega a enlodar las aguas y a convertir las justas políticas en riñas de gamberros. De quien se empeña en mantener el decoro y la dignidad de las instituciones democráticas. Alguien con peor genio habría dado ya respuestas más cortantes e incisivas. Hay que reconocer al presidente una paciencia y un dominio de los nervios encomiables, aunque a veces parezcan excesivos.

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Y toda esta campaña anti-Zapatero ¿por qué? ¿Acaso nos hallamos ante un peligroso extremista que trate de subvertir el sistema de propiedad privada, que haya cerrado las iglesias, que entregue trozos de la patria a potencias extranjeras, que juegue irresponsablemente con la vida de los jóvenes españoles en guerras insensatas? Lo único que ha hecho es retirar a España de la aventura iraquí, incurriendo en las iras del presidente Bush y su corte de neoconservadores, que a este paso pueden terminar también derrotados electoralmente por los ciudadanos norteamericanos. Junto a esto ha extendido los derechos civiles a zonas de la ciudadanía privadas de ellos; ha hecho una política resueltamente favorable a la igualdad de derechos de la mujer; ha adoptado medidas sociales para ayudar a los discapacitados, para mejorar pensiones todavía modestas. Pero todo esto le está siendo imputado como un crimen por los neoconservadores españoles, para los cuales cualquier paso adelante en el desarrollo de la democracia es considerado como un ataque a sus derechos de propietarios de una finca llamada España. Porque ellos hablan de patria, cuando están pensando en finca, en un país que consideran su patrimonio desde tiempos inmemorables.

Mas la reforma que ha colmado su exasperación es el proyecto de ampliación y consolidación de la estructura autonómica en España. Y todo ello porque la España autonómica es difícilmente compatible con las estructuras monolíticas y verticales del PP. La España-Finca se administra más tranquilamente desde un Estado centralista. Las derechas autonomistas tienen más tendencia a actuar democráticamente que la derecha nacionalista española. El Estado centralista es una tradición que hemos vivido amargamente en los siglos XIX y XX. En realidad, las reformas de Rodríguez Zapatero tendían a dar a España una vertebración más sólida y racional, basada en el pacto y el consenso, en lugar de la imposición y la fuerza. Ellas iban en el sentido de terminar con aquello de "España como problema" asegurando la solidez del Estado español.

Y su proyecto encajaba en el espíritu de la Constitución de 1978, si se lee entera y no sólo se tiene en cuenta una frase. La Constitución reconoce la existencia de nacionalidades y regiones. ¿Y qué es una nacionalidad sino una nación integrada en un Estado plurinacional, constituyendo dentro de éste un hecho diferencial? En tal situación se encuentran Cataluña, Euskadi y Galicia, aunque en esta última no esté tan desarrollado -por el momento- el sentimiento nacional.

Quizá alguien se extrañe de que me refiera en pasado a estos proyectos, cuando están -concretamente, el catalán- sobre la mesa parlamentaria y no sólo sobre la mesa, pues el Proyecto del Parlamento catalán ha sido ya tomado en consideración por las Cortes y debería ser el objeto del debate. Pero en días pasados la prensa ha presentado unas propuestas del Gobierno como un contraproyecto de Estatuto, lo que resulta por lo menos sorprendente. Se comprende que el Gobierno, tratándose de un tema de Estado tan importante, tome la iniciativa de buscar el más amplio consenso posible. Pero ¡un contraproyecto!, parece excesivo, sobre todo porque sienta como una bofetada a los catalanes y a la vez no va a lograrse el consenso que el Partido Popular no está dispuesto a dar. Y, sobre todo, porque el contraproyecto crea la impresión de que Rodríguez Zapatero ha quedado solo y ha tenido que renunciar a las posiciones que defendió en el Parlamento hace pocas semanas en el debate de toma en consideración. Es en medio de ese contexto donde la campaña contra Rodríguez Zapatero es extraordinariamente peligrosa para la izquierda.

Porque pone de manifiesto algo muy serio: los cuatro del Partido Popular que la llevan a cabo esperan encontrar eco favorable en parte de los barones del PSOE. Y esperan que en estas condiciones el presidente pueda verse obligado a arrojar la toalla. Rajoy y Cía saben muy bien que en definitiva el derrotado no sería solamente Rodríguez Zapatero, sino el PSOE y toda la izquierda española, así como las fuerzas progresistas de las diversas autonomías.

Parece que algunos barones han olvidado por qué, por primera vez en la historia, un Partido Socialista encabeza el Gobierno catalán. Un pequeño esfuerzo de memoria -o una consulta en las hemerotecas- les haría saber que tanto en la anterior monarquía como en la II República, el Partido Socialista era prácticamente inexistente en Cataluña. Esquerra Republicana controlaba la izquierda catalana y en el campo obrero dominaba la CNT. El primer partido catalán de tendencia socialista con peso político allí fue el PSUC, creado ya iniciada la Guerra Civil por la fusión del PSOE y el PCE con dos partidos catalanistas y fue consecuencia de haber integrado el catalanismo entre sus objetivos. En la etapa actual, el PS catalán resurgió ya como un partido que asumió claramente el catalanismo y eso es lo que le da la fuerza con la que ha logrado dirigir el Gobierno. Si no fuera catalanista, si no tuviera una clara personalidad nacional, el Partido Socialista dejaría de ser una fuerza relevante.

En definitiva, la fuerza del PSOE en España también depende de la del PSC en su territorio. Si fracasan Maragall y Rodríguez Zapatero lo va a pagar el PSOE en Madrid. Por eso me resisto a imaginar que haya barones tentados a apostar por la derrota de Rodríguez Zapatero y sus reformas, ya que esto resultaría una forma de suicidio político injustificable.

Es peligroso tirar demasiado de la cuerda. Por un lado, a estas alturas no es prudente remitirse sólo al sentido de responsabilidad de los partidos catalanes para sacar adelante el necesario pacto. También ellos tienen un electorado ante el que responder y límites que no pueden sobrepasar. Por otro lado, un fracaso de la negociación va a dar el éxito exclusivamente al PP, y a fomentar peligrosamente el separatismo y el independentismo no sólo en Cataluña, sino también en Euskadi y Galicia. La preciosa "unidad de la patria" resultaría mucho más quebrantada. Y quienes desde el PSOE facilitaran este resultado quedarían descalificados como hombres de izquierda. Se impone hacer un esfuerzo aquí y ahora de apoyo a Rodríguez Zapatero, para que éste no se encuentre aislado y no arroje la toalla, viéndose forzado a ceder ante la derecha.

No sólo Rodríguez Zapatero, sino el PSOE y todas las fuerzas progresistas de los territorios españoles se la juegan en este viaje.

Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.

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