Columna

Dos puertas

Aquí casi toda la enseñanza es estatal, a pesar de que se distinga entre centros públicos y centros privados, o entre públicos y concertados. Incluso los concertados son públicos, es decir, sostenidos con fondos públicos, con los impuestos que los ciudadanos pagan corresponsablemente para otorgarse, entre otros cosas, el derecho a la educación, obligatoria y gratuita.

Pero, en los últimos años, cunde el descrédito de las escuelas del Estado, frente a las de los particulares, fundamentalmente religiosos. No importa que también sean estatales los centros concertados. Han vuelto los viejos...

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Aquí casi toda la enseñanza es estatal, a pesar de que se distinga entre centros públicos y centros privados, o entre públicos y concertados. Incluso los concertados son públicos, es decir, sostenidos con fondos públicos, con los impuestos que los ciudadanos pagan corresponsablemente para otorgarse, entre otros cosas, el derecho a la educación, obligatoria y gratuita.

Pero, en los últimos años, cunde el descrédito de las escuelas del Estado, frente a las de los particulares, fundamentalmente religiosos. No importa que también sean estatales los centros concertados. Han vuelto los viejos monstruos: la escuela de pago y la escuela gratuita. El pintor de Granada José Guerrero, hijo del primer chófer que hubo en Granada, de lo que Guerrero se sentía verdaderamente orgulloso, iba a la escuela de pobres en los años veinte. Su amigo el escultor Bernardo Olmedo, de familia comerciante, iba a la de ricos. Las dos escuelas estaban en el mismo convento, y las llevaban los mismos curas, pero los pobres entraban por una puerta y los ricos por otra y se dirigían a distintas aulas. Guerrero le preguntó un día a su amigo si a los ricos les pegaban los mismos guantazos que a los pobres. "Exactamente los mismos", respondió Bernardo Olmedo. Había entonces cierta igualdad.

La educación ha dejado de ser un privilegio para transformarse en derecho y deber, y las escuelas católicas se han integrado en la enseñanza estatal a través de los centros concertados. Pero la enseñanza estatal sigue equiparándose a insalubre realidad de extrarradio. Hay organizaciones católicas que, invocando la reconocida libertad de los padres para elegir colegio, defienden que los colegios puedan elegir a los padres, es decir, a sus alumnos, como si no quisieran que el extrarradio se les cuele en sus aulas. Las discusiones de estos días resucitan a otro monstruo: la histórica especialidad de la Iglesia católica en bendecir y remarcar privilegios y jerarquías económicas y sociales.

Un antropólogo de Chicago, Ray Birdwhistell, enseñaba a sus alumnos a averiguar de un vistazo, como si fueran Sherlock Holmes, la ciudad, el barrio y la profesión de un individuo. Son cosas que se imprimen en el cuerpo, en la disposición de los labios al hablar, en los ojos, las manos y la manera de moverse. Así quieren abrir una tajante división: éste viene de colegio concertado público; ése, de colegio público no concertado. Y es un corte ficticio, porque los dos vienen de la enseñanza estatal. Y, hasta ahora, los padres elegían, y los colegios distribuían sus plazas, en la medida de lo posible y teóricamente coordinados por la Administración, según un baremo igual para todos los centros.

La escolarización para todos busca la igualdad entre ciudadanos: rebajar peligrosas desigualdades de ingresos, de casa, de barriada, de familia. Hay viviendas maquinadas para que sea imposible estudiar. ¿Es imposible que los colegios ayuden a que sus alumnos mejoren? Parece que hay quienes sienten un fervor especial porque las diferencias actuales, profundísimas, cambien: quieren que sigan aumentando.

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