Crítica:'En ninguna parte' | ESTRENO

Carestía de ideas

Nueva muestra de cine rodado en formato digital con la carestía de medios como seña de identidad, En ninguna parte, ópera prima del argentino Miguel Ángel Cárcano, naufraga en casi todos los aspectos, sobre todo en el más primordial: el nulo interés que presentan su trama y la caracterización de sus personajes.

La película está contada casi en tiempo real y mantiene a sus seis personajes en un único escenario (una solitaria gasolinera de una carretera comarcal), pero la situación de partida resulta demasiado forzada y/o poco trabajada, ya que nunca se entiende por qué el g...

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Nueva muestra de cine rodado en formato digital con la carestía de medios como seña de identidad, En ninguna parte, ópera prima del argentino Miguel Ángel Cárcano, naufraga en casi todos los aspectos, sobre todo en el más primordial: el nulo interés que presentan su trama y la caracterización de sus personajes.

La película está contada casi en tiempo real y mantiene a sus seis personajes en un único escenario (una solitaria gasolinera de una carretera comarcal), pero la situación de partida resulta demasiado forzada y/o poco trabajada, ya que nunca se entiende por qué el grupo que llega en el coche no sigue su camino hasta un lugar donde haya cobertura para móviles.

Con unos diálogos tendentes a la sentencia basada en el perogrullo y a la explicación de lo ya sabido, da la impresión de que los protagonistas se cuentan sus vidas unos a otros más porque había que ocupar el guión en algo que porque sus líneas generales de comportamiento les lleven realmente a ello.

EN NINGUNA PARTE

Dirección: Miguel Ángel Cárcano. Intérpretes: Jorge Roelas, Héctor Alterio, José Ángel Egido, Noelia Castaño. Género: drama. España, 2004. Duración: 74 minutos.

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En lo formal, la planificación no puede ser más sencilla: plano, contraplano, plano general, plano detalle (éste, siempre redundante e innecesario, como en los apretones de manos), mientras que la dirección de actores está completamente descompensada, con un laconismo generalizado sólo punteado por la sobreactuación de Jorge Roelas, que se olvida de que la cámara está a medio metro y sus muecas no van dirigidas a los de la fila 25 del teatro.

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