Reportaje:LA SEGURIDAD DEL METRO

El síndrome de Miriam

Los viajeros del metro, preocupados tras el ataque sufrido por una joven arrojada a las vías

El comportamiento de los viajeros en el metro ha cambiado desde hace 10 días. Muchos usuarios no se arriman al borde del andén y prefieren esperar a que el convoy se haya detenido para acercarse a las puertas. Muchos miran a su alrededor antes de que el tren llegue a la estación. Posiblemente no pueden olvidar lo que le ocurrió a Miriam Alonso Corraliza, de 20 años, que ha perdido una pierna tras ser empujada a las vías, en la estación de Carabanchel, por un hombre con problemas mentales, Jorge R. V., de 23 años.

"He notado que ahora la gente tiene miedo y que muchos no se arriman al bo...

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El comportamiento de los viajeros en el metro ha cambiado desde hace 10 días. Muchos usuarios no se arriman al borde del andén y prefieren esperar a que el convoy se haya detenido para acercarse a las puertas. Muchos miran a su alrededor antes de que el tren llegue a la estación. Posiblemente no pueden olvidar lo que le ocurrió a Miriam Alonso Corraliza, de 20 años, que ha perdido una pierna tras ser empujada a las vías, en la estación de Carabanchel, por un hombre con problemas mentales, Jorge R. V., de 23 años.

"He notado que ahora la gente tiene miedo y que muchos no se arriman al borde del andén", explica Encarnación González, de 52 años, vecina de Móstoles. Ella coge el metro una media de cuatro veces al día. "La gente tiene miedo, pero me imagino que con el paso del tiempo esa situación cambiará", añade.

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"Lo que le pasó a Miriam me pareció muy brutal. Menos mal que se trata de un hecho aislado. No creo que haya forma de evitarlo, sobre todo si el chaval que la tiró tenía algún tipo de trastorno mental", comenta Rubén Martínez, un estudiante de Filosofía, de 27 años. "No tomo ningún tipo de precaución ni me fijo en la gente que tengo junto a mí. No creo que sea como el 11-M, que entonces sí se notaba muchísima inseguridad", concluye.

230 estaciones

La red de Metro es una de las más de extensas de Europa. Consta de 230 estaciones, desde las que se hacen dos millones de viajes al día de media. Eso hace que las incidencias sean bastantes, aunque sólo muy pocas de ellas adquieren tintes dramáticos. "Los primeros días la gente tiene en cuenta lo que le pasó a Miriam y no se acerca tanto al andén, pero me imagino que luego el tiempo todo lo borra", opina Ernesto Sanmamez, un informático de San Blas.

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Lo dice Sanmamez, un hombre cuya esposa sufrió un tirón en la línea 10 hace unos años. Su hijo tampoco ha salido mejor parado. Hace un año y medio le quitaron la cartera cuando iba a trabajar. "Mi esposa sigue utilizando el metro, pero los primeros días lo hizo asustadísima. No tiene otro remedio que moverse en el metro", señala Sanmamez.

¿Ha influido el caso Miriam en quienes utilizan habitualmente este medio de transporte? Todos los viajeros consultados por este periódico coinciden en que el metro es "bastante tranquilo" y que la inseguridad es mayor por la noche.

Un jubilado de Oporto, Mariano Morales, ha presenciado peleas y discusiones en las estaciones de Oporto y de Acacias. Los vigilantes salieron mal parados cuando un grupo de viajeros, supuestamente ebrios, se enfrentaron a ellos. "Tampoco hay derecho a esos abusos. Estos trabajadores están ganándose la vida y cumplen con su cometido. Si el metro se retrasa o no sale a la hora que debe, no es problema de ellos", critica Morales. "Salir por la noche es muy peligroso. Cojo mucho el metro [una media de cuatro o cinco veces al día] y estoy harto de oír a gente que ha sufrido algún atraco o a la que le han quitado la cartera. Eso no es un sistema de vida", concluye el vecino de Oporto.

Una mirada dentro de un vagón permite observar que la gente más acostumbrada a viajar toma algunas precauciones contra los amantes de lo ajeno. Es frecuente ver a mujeres que cubren las cremalleras de los bolsos con sus axilas o que se ponen las bolsas entre las piernas para evitar a los descuideros (ladrones que roban en un descuido de la víctima). Las mochilas también tienen las aperturas hacia dentro para evitar que los carteristas se apropien de su contenido.

"La gente va con miedo, o quizá con respeto, sobre todo cuando hay muchas personas en el andén o en el vagón. Nunca se sabe lo que puede pasar. Mucha gente se ha vuelto desconfiada", comenta David Ambrosio, un auxiliar de vigilante de 25 años.

La policía asegura que la inseguridad en el metro es muy baja, si se tiene en cuenta el número de personas que utilizan este medio de transporte. La red está formada por 12 líneas y un ramal, que cuenta con 278 vestíbulos, 253 ascensores y 1.223 escaleras mecánicas. Esto hace difícil vigilar todas las instalaciones. Porque, además de las dependencias que ve el usuario, existen otras muchas que también hay que vigilar y proteger. Se trata de las cocheras, las oficinas, los fondos de saco donde aparcan los trenes por la noche y las cocheras... En total, 227 kilómetros de red.

El metro tiene una amplísima red de cámaras de videovigilancia con la que, supuestamente, se controlan todos los andenes, pasillos y vestíbulos de la red. El principal problema es que muchas de esas cámaras no graban, por lo que no sirven en caso de que haya un atraco o un tirón. Eso sucedió cuando Miriam Alonso fue arrojada a las vías, ya que las cámaras del andén 1 de la estación de Carabanchel sólo sirven para que el jefe de estación controle la situación.

La seguridad está en manos de los más de 1.000 vigilantes que se encargan de controlar las estaciones durante las 20 horas que el metro está abierto al público. "Cada mes se reciben entre 1.500 y 1.600 denuncias. Es muy poco si se compara con los 60 millones de viajes que se realizan durante ese tiempo", explican fuentes policiales. Los robos de carteras y de bolsos son los más frecuentes. Los tirones han desaparecido prácticamente. Sin embargo, las agresiones están a la orden del día, sobre todo durante los festivos y los fines de semana. Se producen en las primeras horas de servicio, cuando algunos usuarios procedentes de discotecas de salsa y ritmos latinos entran en el metro muy ebrios. Estaciones como Vallecas, Batán, Tetuán y Estrecho son los escenarios de estas peleas multitudinarias.

Agresiones sexuales

Un tipo de delito que está casi extinguido, según fuentes policiales, son las agresiones sexuales. Sólo se han registrado media docena en el último año. "El problema que tenemos es que en la red entra y sale mucha gente. Como la mayoría de los delitos son faltas [infracciones penales leves], los autores no suelen pasar ni a disposición judicial. Lo más que podemos hacer es retenerlos lo más posible en la comisaría mientras hacemos las diligencias para evitar que estén delinquiendo de nuevo", explica un mando policial.

Las agresiones a los vigilantes también resultan "esporádicas", según fuentes policiales. "El problema es que los vigilantes no están muy apoyados por la legislación actual. El ataque a uno de estos empleados no se considera atentado a un agente de la autoridad, por lo que el castigo penal es muy liviano", según confirman fuentes policiales.

"Desde luego, se necesita más policía. Si hubiera más agentes, el número de denuncias bajaría mucho. Los nuevos agentes podrían dedicarse a labores preventivas y a ir uniformados, que es algo que siempre ayuda a alejar a los cacos", añaden estas fuentes. Según los sindicatos del metro, son 37 los policías que prestan su servicio en el metro. Cada vez que detienen a un delincuente tienen que ir a la estación de Nuevos Ministerios, que es donde está la comisaría de este servicio.

La víctima sale de la UCI

Miriam Alonso Corraliza, la joven de 20 años que fue arrojada al metro el pasado 4 de octubre, abandonó ayer la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de politraumatizados y fue trasladada a una planta del hospital 12 de Octubre.

Miriam ha superado la fase más grave de la amputación de la pierna izquierda, a la altura de la pelvis, que le produjo el metro. Ahora tendrá que seguir su recuperación, que le podría llevar varias semanas, antes de recibir el alta médica. La herida había sufrido algunos procesos febriles en los últimos días, lo que había retrasado en parte el traslado a la planta, según fuentes médicas.

El ataque por parte de Jorge R. V. se produjo en el andén 1 (sentido Casa de Campo) de la línea 5 de Metro, en la estación de Carabanchel. Jorge, vecino de Fuenlabrada, que sufre problemas mentales desde 2001, se situó unos tres metros detrás de Miriam, ajena a todo. Cuando los carteles luminosos anunciaban la entrada del convoy, Jorge empujó a su víctima a las vías.

Jorge había conseguido realizar una idea que le rondaba la cabeza durante las últimas semanas: tirar al metro a una mujer "gordita", como comentó a la policía. Hoy está encarcelado en Soto del Real.

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