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La reedición de 'Dibujando en Jaén', de Luis Berges, rescata la memoria urbana de la capital

Hace ya casi 30 años que Luis Berges, el prestigioso arquitecto jiennense que en 1984 recibió el premio Europa Nostra por la rehabilitación de los Baños Árabes y el Palacio de Villardompardo de Jaén, recurrió a los dibujos para ofrecer su visión de la ciudad. Dibujando en Jaén se publicó en 1976 con dibujos de Luis Berges, prólogo de su maestro Fernando Chueca Goitia y textos del escritor jiennense Rafael Ortega Sagrista, los dos últimos ya fallecidos. Tres décadas después, la transformación urbanística de Jaén ha dejado huellas (algunas irreparables) en el patrimonio que dibujó Berges....

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Hace ya casi 30 años que Luis Berges, el prestigioso arquitecto jiennense que en 1984 recibió el premio Europa Nostra por la rehabilitación de los Baños Árabes y el Palacio de Villardompardo de Jaén, recurrió a los dibujos para ofrecer su visión de la ciudad. Dibujando en Jaén se publicó en 1976 con dibujos de Luis Berges, prólogo de su maestro Fernando Chueca Goitia y textos del escritor jiennense Rafael Ortega Sagrista, los dos últimos ya fallecidos. Tres décadas después, la transformación urbanística de Jaén ha dejado huellas (algunas irreparables) en el patrimonio que dibujó Berges.

Y esa mirada retrospectiva que permite observar la evolución de Jaén es la aportación que ha querido hacer la editorial cordobesa Almuzara, que ha vuelto a reeditar la obra Dibujando en Jaén, con medio centenar de ilustraciones que el arquitecto jiennense hizo a principios de los años setenta de las calles, plazas, caseríos y monumentos con mayor encanto de la capital. El paso del tiempo, y la mano del hombre, se ha encargado de borrar mucha de esa memoria y nostalgia del paisaje urbano jiennense.

El propio Berges lo reconoce así en el prefacio del libro: "A lo largo de esta treintena de años, la ciudad de Jaén se ha visto sometida a la cirugía de nuevas arquitecturas y modos urbanos, a visibles cambios de imagen derivados de las mismas causas violentas que produjeran otro tanto en cualquier otra ciudad: edificación masiva de viviendas sobre poco suelo, como consecuencia del despoblamiento del campo; potenciación del vehículo privado como símbolo de bienestar; menosprecio de la realidad existencial del peatón en calles y plazas; y posterior reacción con limitados y pocos afortunados intentos en los que se ha tratado de conjugar todo ello dentro de una misma frase que lo pudiese definir más o menos amablemente".

Pero más allá de los efectos del desarrollismo, Berges apunta otra reflexión como causa del deterioro urbanístico: "La de haber sido tomada la ciudad y su futuro desarrollo, espacio de viviendas y convivencias, como pasivo y resignado campo de batalla entre distintas y opuestas opciones políticas que, al igual que el perro del hortelano, ni hicieron ni dejaron hacer, salvo batirse entre normas, carencias promesas incumplidas, apuestas y generalizada falta de imaginación". De este modo, el autor se pregunta qué queda del encanto medieval de la plaza del Cambil, o de los burgueses patios porticados de las calles de San Andrés, Montero Moya o Almendros Aguilar.

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