Editorial:

Oportunidad argelina

La gran incógnita del referéndum en el que los argelinos se han manifestado abrumadoramente por una amnistía parcial para terroristas islamistas es si contribuirá a la pacificación de un país devastado por casi trece años de guerra civil. Ya en 1999 el presidente Abdelaziz Buteflika convocó una primera consulta, denominada de la concordia nacional, para ofrecer reinserción a los terroristas. También los votos favorables se elevaron entonces al 98%, según las autoridades, y la consulta sirvió para muy poco. La del jueves no ha sido fiscalizada por ninguna organización independiente y lo aplasta...

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La gran incógnita del referéndum en el que los argelinos se han manifestado abrumadoramente por una amnistía parcial para terroristas islamistas es si contribuirá a la pacificación de un país devastado por casi trece años de guerra civil. Ya en 1999 el presidente Abdelaziz Buteflika convocó una primera consulta, denominada de la concordia nacional, para ofrecer reinserción a los terroristas. También los votos favorables se elevaron entonces al 98%, según las autoridades, y la consulta sirvió para muy poco. La del jueves no ha sido fiscalizada por ninguna organización independiente y lo aplastante de sus resultados suscita numerosas dudas.

La aprobación masiva de la llamada Carta por la paz y la reconciliación -excepto en la Cabilia, tradicional bastión contra el Gobierno de Argel y donde la votación ha sido prácticamente ignorada- refuerza a Buteflika en su política de ofrecer una nueva oportunidad a los radicales armados y otorga presumiblemente al jefe del Estado mayor influencia en el oscuro aparato del poder argelino, controlado por los militares. Pocos dudan de que la aplicación de la propuesta, que prevé medidas graduales de amnistía para los terroristas que depongan las armas y no estén implicados en matanzas, será tan magnánima como la situación política aconseja y permite la laxitud de los tribunales argelinos. La Carta permitirá también meter bajo la alfombra las atrocidades de las fuerzas de seguridad en unos años de plomo en los que han desaparecido miles de personas.

La sangría argelina -entre 150.000 y 200.000 muertos- viene de muy atrás. Por el camino de violencia desatado en 1992 con la anulación por el Ejército de las primeras elecciones multipartidistas, que iba a ganar el Frente Islámico de Salvación, han ido quedando la mayoría de los grupos terroristas que pretendían hacer del país norteafricano otro gulag del integrismo, incluido el ahora residual GIA. Pero los fanáticos más activos, el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, han rechazado la propuesta del Gobierno y multiplicado sus atentados, con más de 60 asesinatos en el último mes.

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Los atribulados argelinos aspiran a no ser asesinados en un falso control de tráfico o poder abrir un periódico sin encontrarse con la última relación de víctimas de los comandos islamistas. Tras el refrendo de su nuevo proyecto para pasar página, el Gobierno de Buteflika debe encontrar la manera de no defraudar esta esperanza.

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