Columna

Universidad

En lo peor de agosto, oigo en Canal Sur las cifras de las preinscripciones para las carreras universitarias, y pocos días más tarde me entero, por la misma vía y con la misma euforia, de que habían aprobado la selectividad más del 90% de los que se habían presentado. Y esta mezcla de propaganda política (falsa por naturaleza) y negación de la evidente miseria de la enseñanza que hoy por hoy es posible dar en la Universidad, me termina de abatir.

No sé si este es el verano que teníamos que haber aprovechado para cerrar indefinidamente todas las universidades y dedicarnos a pensar para qu...

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En lo peor de agosto, oigo en Canal Sur las cifras de las preinscripciones para las carreras universitarias, y pocos días más tarde me entero, por la misma vía y con la misma euforia, de que habían aprobado la selectividad más del 90% de los que se habían presentado. Y esta mezcla de propaganda política (falsa por naturaleza) y negación de la evidente miseria de la enseñanza que hoy por hoy es posible dar en la Universidad, me termina de abatir.

No sé si este es el verano que teníamos que haber aprovechado para cerrar indefinidamente todas las universidades y dedicarnos a pensar para qué sirve lo que estamos haciendo. Disculpen que retome la manía teórica, pero las Universidades tienen su razón histórica de ser en funcionar como un aparato de creación y reproducción de las elites llamadas a formar, desde un lugar que no parece político, nada menos que a los elegidos para la tarea de la puesta a punto del orden vigente. Cualquiera que hoy frecuente las aulas universitarias sabe que lo que hacemos puede servir, como mucho y en unos escasísimos casos, para que algunos jóvenes adquieran una cierta cultura, y poco más. El desinterés de los estudiantes por lo que se les intenta enseñar puede estar justificado en bastantes casos a la vista de lo que luego pueden hacer con eso que se les enseña. Pero lo que se les intenta enseñar choca también con una aversión a la cultura de la que no quiero hacer responsable a nadie pero de la que todos los días -lo juro- tenemos en el aula pruebas como esta: si yo digo que los ideales de 1789 entraron en crisis con la primera guerra mundial, los mejores alumnos me preguntan qué ocurrió en 1789; ignoro lo que ocurre en los cerebros del resto. Entiendan de qué se trata: el lujo de un profesor es que haya alumnos que le pregunten lo que no entienden o no saben: ¿en qué cifras de la Junta de Andalucía entra el resto?

Lo que sucede es que la Universidad que todavía tenemos delante responde a un modelo obsoleto. Por eso, la Unión Europea está empezando a implantar un modelo de enseñanza universitaria que parece responder a criterios de utilidad en función de las necesidades sociales y las condiciones del mercado. Me parece lógico; pero le pregunten como le pregunten, el mercado nunca va a decir a los legisladores que es conveniente que un "operador jurídico" sepa por qué murió Sócrates. Yo he dado clases -pero eso era a finales de los setenta- en las que mis alumnos, después de haber leído el relato que hizo Jenofonte de la muerte de Sócrates, dejaban de hablar cuando habían llegado al límite de lo que sabían o podían decir. ¿Cómo explico yo ahora quién era Sócrates y de qué pecado lo acusaban?

Lo siento, pero por todas partes me parece asomar el fantasma de la privatización, incluida una versión que podríamos llamar positiva: si esta sociedad no aprecia el saber de las humanidades y piensa que sus elites no tienen por qué conocer la historia de la muerte de Sócrates, lo que procede es crear una nueva Institución Libre de Enseñanza, una elite alternativa dotada de la vieja excelencia. Y no creo que eso fuera precisamente progresista; ni tampoco una solución. Si acaso, un consuelo muy caro.

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