SINIESTRO DEL EJÉRCITO ESPAÑOL EN AFGANISTÁN

"Creí que eran mis últimos instantes"

Los soldados que viajaban en el segundo helicóptero honraron a los muertos entre lágrimas

Nada más marcharse los coches fúnebres con los féretros, la estricta formación militar en la base aérea de Getafe se deshizo. Y entonces comenzaron los abrazos, los saludos informales, las lágrimas... Los autobuses esperaban a los familiares que, hasta ese momento, sólo habían visto pasar ante sus ojos a los 17 féretros sin poder reconocerlos. Deshechos, cansados de llorar, eran conducidos por amigos y otros familiares a los autocares.

Sólo ocho militares quedaron en formación en medio de ese ya relajado desorden. Eran los que se salvaron. Los que viajaban en el segundo helicóptero. Uno...

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Nada más marcharse los coches fúnebres con los féretros, la estricta formación militar en la base aérea de Getafe se deshizo. Y entonces comenzaron los abrazos, los saludos informales, las lágrimas... Los autobuses esperaban a los familiares que, hasta ese momento, sólo habían visto pasar ante sus ojos a los 17 féretros sin poder reconocerlos. Deshechos, cansados de llorar, eran conducidos por amigos y otros familiares a los autocares.

Sólo ocho militares quedaron en formación en medio de ese ya relajado desorden. Eran los que se salvaron. Los que viajaban en el segundo helicóptero. Uno con el collarín puesto, otro con la rodilla lastimada, iban saludando a quien trataba de consolarles.

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El soldado Herrero, que salvó la vida de milagro, recuerda que durante el tiempo que duró la maniobra, que él calculaba en un minuto, "una eternidad", pensó que eran sus "últimos instantes de vida".

El soldado sevillano José Tejero, de 23 años, también iba en ese helicóptero. Es uno de los dos que van apoyados en las salidas de la aeronave, con una ametralladora preparada por si hay un ataque. Es él quien teóricamente corrió más riesgo en el aterrizaje forzoso, aunque sólo tiene un susto fuerte. No entiende lo que ha pasado: "Era un vuelo casi de rutina. Lo hacíamos a diario, no es una zona peligrosa, nadie entiende lo que ha podido pasar".

Tejero volverá hoy a Sevilla para saludar a su madre, que está "muy asustada". Pero ella no le ha pedido, ni mucho menos, que deje el Ejército, a pesar del riesgo, ahora más evidente, que corre su hijo cada día. "Mi hermano es albañil, y se puede caer cualquier día de la obra, pero nadie le dice que no vaya. Hay que trabajar. Esto es así, es mi trabajo y no hay nada que hacer". Tejero no vio nada raro antes de llegar a tierra. "Allí nos enteramos de poco", dice con ojos llorosos. Acaba de abrazar a madres y hermanos de dos de los fallecidos, compañeros de su promoción.

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De Tejero dicen que es "el trébol de cuatro hojas" de su grupo. "Siempre que hemos ido con él hemos tenido mucha suerte", comenta Jesús Naranjo, otro sevillano, de 20 años, al que le tocó ayer acompañar a los féretros en el viaje desde Afganistán. Tejero ya vivió hace cuatro años una situación muy complicada. Era en Sevilla, estaban volando y se estropeó un motor. "Hicimos 35 minutos con un solo motor; pasé mucho miedo", recuerda.

"Ha sido un palo", contaba Naranjo, también lloroso. Él entró en el Ejército en febrero, y enseguida le tocó Afganistán. "Estoy de paso, para intentar ingresar después en la policía", cuenta. Regresará el lunes a Herat, aunque reconoce que no le quedan muchas ganas. "Allí se ha comentado de todo. Desde que ha sido un accidente, porque se produjo en una vaguada y allí el terreno es complicado, hasta que hubo un bombazo. Pero la fiabilidad de las versiones no es buena. Mucha gente no quiere estar allí y cree que un ataque les traería de vuelta a casa. Aquello es duro, lo único bonito es el cielo, por la noche hay miles de estrellas".

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