Crítica:

En guerra

Desde que Espasa publicara este librito en 1937 no había vuelto a reimprimirse como lo concibió Antonio Machado, con los textos y los dibujos de su hermano José alternando las páginas, con su propia distribución de materiales en prosa y verso y su intencionalidad política. La guerra fue el último libro que Antonio Machado preparó y cuidó en vida, el último que proyectó también después de preparar los materiales dispersos, artículos y notas que compusieron en 1936 su Juan de Mairena. Y aunque todo él sea invenciblemente y decididamente material de guerra, trate de la guerra y form...

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Desde que Espasa publicara este librito en 1937 no había vuelto a reimprimirse como lo concibió Antonio Machado, con los textos y los dibujos de su hermano José alternando las páginas, con su propia distribución de materiales en prosa y verso y su intencionalidad política. La guerra fue el último libro que Antonio Machado preparó y cuidó en vida, el último que proyectó también después de preparar los materiales dispersos, artículos y notas que compusieron en 1936 su Juan de Mairena. Y aunque todo él sea invenciblemente y decididamente material de guerra, trate de la guerra y forme parte de la guerra, es también el testimonio lúcido de alguien que se resiente del comportamiento de algunos compañeros de fatigas viejas, de alguien incluso que desconfía de la vejez misma porque la conoce demasiado bien en sus trampas y veleidades infantiles. Es, por supuesto, material de propaganda porque esta meditación sobre la vejez va encajada en el discurso ante las Juventudes Socialistas Unificadas, texto que cierra el libro, para desatarse contra Lerroux como "alma decrépita de ramera averiada y reblandecida", cómplice de otros viejos caprichosos, faltos de idealidad alguna.

LA GUERRA. DIBUJOS DE JOSÉ MACHADO, 1936-1937

Antonio Machado

Edición de Jaume Pont

Denes. Valencia, 2005

134 páginas. 12 euros

No quiero ni pensar en quiénes pueda estar pensando, pero Machado escribe con la cólera en la mano sin dejar la lucidez, esa lucidez que le hace admitir como estéticamente pobres pero ciertos de pensamiento los versos de El crimen fue en Granada, dedicado evidentemente a Lorca. En la carta a David Vigodsky, en Leningrado, que apareció en Hora de España como parte de los otros textos, regresa a la sospecha de ser demasiado viejo, precisamente porque se dice joven de espíritu, y sobre todo aspira a definir al pueblo lejos de la grima calderoniana y católica sectaria y cerca de la estirpe cervantina, "humana y universalmente cristiana". Y ése es de fondo y forma el mismo argumento para escribir el artículo que abre el libro, Los milicianos de 1936, y defender la corrupción tanto del señorito como del señoritismo, atento a la superflua dimensión de lo social -"signos de clase, hábitos e indumentos"- e insensible a la entraña moral en que habitan "los valores propiamente dichos, religiosos y humanos". Religiosos y humanos escribe un republicano leal, derrotado por el ardor fanático de la peor Iglesia, intolerante radical ante la distinción sensible, sensata y sabia entre catolicismo y cristianismo, porque casi es ésa la voz más clara en los versos a la muerte de Lorca o en los alegatos contra el señoritismo o la vejez mezquina: un cristiano colérico y sublevado de cabeza a la última derrota.

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