OPINIÓN DEL LECTOR

Dormir en Madrid

Le escribo un domingo a las siete de la mañana.

Hubiera deseado dormir un poco más, pero como todos los sábados y domingos, los alegres juerguistas de la noche madrileña lo han impedido.

Desde las cinco de la mañana empiezan a salir por tandas de las discotecas cercanas -que no molestan en absoluto por estar bien insonorizadas - y ocupan las aceras, al pie del dormitorio-vivo en un sexto piso- con discusiones a voz en grito, cantos y aullidos que no parecen humanos.

A veces tienen el coche aparcado cerca y siguen la juerga con la música a tope y una copa en la mano. Copa q...

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Le escribo un domingo a las siete de la mañana.

Hubiera deseado dormir un poco más, pero como todos los sábados y domingos, los alegres juerguistas de la noche madrileña lo han impedido.

Desde las cinco de la mañana empiezan a salir por tandas de las discotecas cercanas -que no molestan en absoluto por estar bien insonorizadas - y ocupan las aceras, al pie del dormitorio-vivo en un sexto piso- con discusiones a voz en grito, cantos y aullidos que no parecen humanos.

A veces tienen el coche aparcado cerca y siguen la juerga con la música a tope y una copa en la mano. Copa que encontraremos en el suelo los vecinos, porque ni siquiera se molestan en buscar una papelera.

Yo no se cuántos de estos individuos leen este periódico. A los pocos de ellos que lean estas líneas, les hago un ruego: que piensen en los demás.

Que aprendan a beber para no convertirse en energúmenos cuando se toman una copa de más.

Que miren su reloj y piensen que, a las cinco de la mañana, hay mucha gente durmiendo. Gente que necesita dormir.

Los juerguistas son muchos. Los hay por todos los barrios. No se dónde irme a vivir para librarme de ellos.

No sé si son gentes de izquierda o de derecha, y si al día siguiente, después de dormir la mona, se permitirán la desfachatez de criticar a los políticos y las leyes, y se escandalizarán de las guerras y los abusos de los derechos humanos, de la marginación y la esclavitud, del maltrato a mujeres y menores, de las injusticias, de la desigualdad.

La democracia y la justicia empiezan por uno mismo, nacen del respeto y la buena educación, del reconocimiento de que El otro existe y tiene los mismos derechos.

La convivencia empieza en la calle.

Si no sabemos usarla, no nos extrañemos que luego lleguen otros a ponernos orden.

Y yo, que me considero una persona de talante abierto, ahora mismo, en este estado de desazón, estaría dispuesta firmar una ley que prohibiera la juerga nocturna.

Pagarían justos por pecadores, claro, pero estoy harta de pagar.

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