Crítica:ESTRENO

Un paso hacia un lado

La animación española saca la cabeza y, poco a poco, se va adueñando de un trozo del pastel veraniego que las vacaciones infantiles suponen para la taquilla. Un puñado de empresas nacionales ha ido estrenando en los últimos años sus productos, casi todos siguiendo la línea americana marcada por la Disney tradicional (El Cid es un ejemplo) y por Pixar (caso de Pinocho P3K). Sin embargo, la factoría Dygra, que ya en 2001 se salió de las directrices de Hollywood con El bosque animado, continúa con El sueño de una noche de San Juan en la senda de sus propias señas de id...

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La animación española saca la cabeza y, poco a poco, se va adueñando de un trozo del pastel veraniego que las vacaciones infantiles suponen para la taquilla. Un puñado de empresas nacionales ha ido estrenando en los últimos años sus productos, casi todos siguiendo la línea americana marcada por la Disney tradicional (El Cid es un ejemplo) y por Pixar (caso de Pinocho P3K). Sin embargo, la factoría Dygra, que ya en 2001 se salió de las directrices de Hollywood con El bosque animado, continúa con El sueño de una noche de San Juan en la senda de sus propias señas de identidad: adaptación de clásicos de la literatura no precisamente fáciles, y huida del arquetipo del héroe de gran belleza y actitud incuestionable. Casi con cada película, la animación española da un pasito hacia delante. Con esta nueva obra lo que se da es un importante paso hacia un lado, con el que sus creadores se desligan del intento de fotocopia de las cintas americanas que dominan el mercado.

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE SAN JUAN

Dirección: Manolo Gómez, Ángel de la Cruz. Intérpretes: Gabino Diego, Yolanda Mateos, Carmen Machi, Luis Bajo (voces). Género: animación infantil. España, 2005. Duración: 85 minutos.

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El surrealismo de Dalí, el modernismo de Gaudí y el espíritu de Shakespeare se dan la mano en El sueño de una..., un producto muy digno que, si acaso, de lo que más adolece es de cierta falta de emoción. Puede que los guiños cinéfilos sean un tanto obvios ("¡mi tesoooro!"; "¡mi caaaasa!") y que el entretenimiento decaiga en algún pasaje, pero hay diseños muy logrados y simpáticas aportaciones, como ese coro griego que sólo aparece para cantar el tiempo restante para la resolución del enigma. Y queda también el encomiable objetivo educativo que, como en Polar Express, no es más que una reivindicación de la gloria para los que sean capaces de soñar.

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