Tribuna:

L'Estatut

Lamentablemente, ni yo soy Juan Ramón Jiménez, ni l'Estatut es Platero ni, por mucho que lo intente, este artículo puede tener demasiada poesía. Hace ya mas de un mes que tenía el borrador de la propuesta de Estatuto que el PP y el PSPV-PSOE habían consensuado. Me resistía a leerlo porque, a tenor de los comentarios que iban saliendo, me temía lo peor. Pero al final, la parte kantiana de mi espíritu venció y desempolvé el famoso borrador. Antes de empezar la lectura, me tomé un Omeprazol para prevenir alteraciones en mi aparato digestivo. Menos mal. ¿Qué quieren que les diga? El dichoso Estatu...

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Lamentablemente, ni yo soy Juan Ramón Jiménez, ni l'Estatut es Platero ni, por mucho que lo intente, este artículo puede tener demasiada poesía. Hace ya mas de un mes que tenía el borrador de la propuesta de Estatuto que el PP y el PSPV-PSOE habían consensuado. Me resistía a leerlo porque, a tenor de los comentarios que iban saliendo, me temía lo peor. Pero al final, la parte kantiana de mi espíritu venció y desempolvé el famoso borrador. Antes de empezar la lectura, me tomé un Omeprazol para prevenir alteraciones en mi aparato digestivo. Menos mal. ¿Qué quieren que les diga? El dichoso Estatuto es pura y simplemente un bodrio, con la ventaja adicional de herir profundamente la sensibilidad de aquellos que, como yo, alguna vez han creído que teníamos futuro como País.

De entrada, y aunque no sea lo más importante, el texto está redactado con dudoso gusto literario, y hay expresiones que me recuerdan al famoso "Esperanto", según el cual en lugar de decir "el jardín de la patria", hemos de utilizar la coloquial expresión de "el gardeno de l'patrujo". Vean si no este magnífico párrafo del preámbulo: "Aprovada la Constitució Espanyola, és, en el seu marc, on la tradició valenciana provinent de l'històric regne de València es troba amb la concepció moderna del País Valencià i dóna origen a l'Autonomia Valenciana, com a integradora dels dos corrents d'opinió que enmarquen tot allò que és valencià en un concepte cultural propi en l'estricte marc geogràfic que abasta". (¿Esperanto? ¿Griego?). Una buena forma de hacer que no se entienda aquello que no interesa.

Redacciones obtusas y estilos rocambolescos aparte, l'Estatut tiene la virtud de poner en práctica el famoso principio de que todo cambie para que todo siga igual. Bueno, igual o peor, porque después del "rifirrafe" que se produjo en la Comisión a cuenta de nuestras eficaces corporaciones provinciales, da risa leer en el primer párrafo del preámbulo que "este Estatut constitueix la manifestació de la voluntat autonómica del poble de les provincies valencianes". O sea, que no sólo no han desaparecido ni se ha dejado abierta la puerta para su desaparición, sino que, si se descuidan, la voluntad autonómica reside en estas aberrantes instituciones.

Hablemos ahora de los talones de Aquiles. Quizá el más grave es el mantenimiento contra viento y marea del famoso listón del 5% de los votos emitidos como requisito para formar parte de las Cortes Valencianas. Con una mano se niega el pan y la sal a los partidos "minoritarios" y con la otra no se tiene empacho en incluir en el Estatuto que "la Generalitat promourà la participació dels agents socials i del conjunt de la societat civil en els afers públics. Tots els valencians tenen dret a participar de forma individual o col·lectiva en la vida política, econòmica, cultural i social de la Comunitat Valenciana" (Art. 9.4). Caradura o cinismo, como quieran ustedes.

La otra joya de la corona es, sin duda, el "gran protagonismo" que asume la Administración Local. En lugar de reconocer de una puñetera vez que éste es un país de ciudades, que son las ciudades y su interrelación las que aportan el dinamismo necesario a nuestra sociedad y que es absolutamente preciso proceder a una reforma en profundidad de los gobiernos locales, l'Estatut se limita a dejar las cosas como estaban. O sea, fatal. Los artículos 63 y 64 aportan como gran novedad la creación de un Fondo de Cooperación Municipal, y de una comisión mixta entre la Generalitat y el dinosaurio de la Federación Valenciana de Municipios y Provincias. Eso sí, en el artículo 65, se "permite" la creación de comarcas o áreas metropolitanas. Ahora sólo hace falta que sus señorías lo quieran.

Por lo visto, no se han enterado que en Europa la norma es la existencia de entes supramunicipales de gobierno. Ni de que incluso en la vecina y hipercentralizada Francia se ha dado en la última década un enorme impulso a estas formas de gobierno que superan los inconvenientes del minifundismo municipal y de la ausencia de cooperación. Los incrédulos pueden consultar la web de la Délegation à l'aménagement du territoire et à l'action régionale (DATAR) (http://www.datar.gouv.fr).

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Eso sí, han puesto un gran empeño en dejar claro que donde esté la Generalitat no hace falta nadie más. En el artículo 49, se ofrece un magnífico listado de varios folios de competencias "exclusivas" de la Generalitat. ¿Recuerdan ustedes aquella canción de Ovidi Montllor que decía, ironizando sobre los marcianos que nos invadían, aquello de "i ho volen tot, tot, tot"? Pues lo mismo. Tampoco se han enterado de que, en Europa, los gobiernos locales tienen competencias exclusivas o compartidas con los gobiernos regionales en un considerable número de las áreas que sus señorías se han autoadjudicado. Ni Pacto Local, ni delegación de funciones ni nada que se le parezca. Si este país fuera Luxemburgo, Mónaco o Liechtenstein, la Generalitat podría ser la instancia de gobierno más próxima a los ciudadanos y sobrarían los Ayuntamientos. Pero no es el caso y mientras no haya gobiernos locales de suficiente entidad y dimensión, ni la democracia ni la eficacia reinarán entre nosotros.

Hay algún que otro "detalle" que hace sonreír: la indefinición de la lengua (Art. 6), la defensa integral de la familia, la igualdad de oportunidades... (Art. 10), la defensa de la agricultura (Art 19) o la consagración por decreto del real monasterio de Santa María de la Valldigna como símbolo "nacional" (Art. 57). Total, un cutrerío absoluto.

Lo que no acabo de entender es qué mentes preclaras o consejeros áulicos habrán convencido a Joan Ignasi Pla para que consensúe tan infumable Estatut. ¿Realmente piensa que avanzamos algo con este texto? ¿Le encuentra algún sentido a renunciar a casi todo a cambio de no se sabe qué? La derecha puede estar bien contenta. Y yo también. Menos mal que dejé la militancia en 1989, cuando el fragor de las armas blancas para dirimir quién tenía más poder "orgánico" me hizo preguntarme qué hacía allí un chico como yo. Si no hubiera hecho mutis por el foro, ahora, la disciplina de partido me obligaría a hacer propaganda positiva del fantástico acuerdo, y necesitaría incrementar sensiblemente mi dosis diaria de Omeprazol. Hagan sus señorías lo que les plazca. Aprueben el fantástico texto e intenten convencer a tirios y troyanos de lo mucho que ganamos. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas y yo me sentaré en la puerta para ver pasar el cadáver de mi enemigo. Y si no pasa, a perder que es lo mío.

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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