Cartas al director

Antinacionalismo como opción ideológica

Soy antinacionalista. Me inicié en esto tras lo que bien podría llamar una revelación. Fue durante unos campeonatos del mundo de atletismo en Roma, allá por la segunda mitad de los ochenta. En la final de lanzamiento de peso, el público abucheó a un lanzador suizo que disputaba el oro a un italiano. Me alegré de que ganara el suizo y acto seguido me pregunté por qué me había alegrado de ello. Me di cuenta al instante: la explosión de incontinencia nacionalista que se manifestaba en aquella actitud del público me había producido repulsión.

En contra de lo que ingenuamente había creído ha...

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Soy antinacionalista. Me inicié en esto tras lo que bien podría llamar una revelación. Fue durante unos campeonatos del mundo de atletismo en Roma, allá por la segunda mitad de los ochenta. En la final de lanzamiento de peso, el público abucheó a un lanzador suizo que disputaba el oro a un italiano. Me alegré de que ganara el suizo y acto seguido me pregunté por qué me había alegrado de ello. Me di cuenta al instante: la explosión de incontinencia nacionalista que se manifestaba en aquella actitud del público me había producido repulsión.

En contra de lo que ingenuamente había creído hasta entonces (a saber: que el nacionalismo era esencialmente un movimiento de defensa de las naciones sin Estado), ese día comprendí con diáfana claridad que no, que eso del nacionalismo era una pandemia. Y me dije: si yo lo veo así, ¿qué verán otros cuando yo alzo mi bandera?

Al día siguiente decidí con firmeza empezar por mí mismo: no más himnos, no más banderas, no más patria catalana en mi mente. He ido construyendo a lo largo de los años mi propia ideología antinacionalista sin ayuda, sin guía, sin lecturas, hasta que cayó en mis manos Las identidades asesinas de Amin Maalouf. Ustedes no se imaginan hasta qué punto me he sentido solo durante todos estos años. Al escucharme, los nacionalcatalanistas me "recuerdan" que "los otros" también son nacionalistas y que yo les hago el juego; los nacionalespañolistas ni siquiera entienden de qué les hablo: ellos no son nacionalistas, sólo son españoles que aman a su país. Es duro (hay quien se sorprende de que no defienda la nación catalana si resulta que escribo novelas en mi lengua, como si eso fuese una opción política).

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He aquí que ahora aparece este grupo de catalanes postulando ideas parecidas. Debería alegrarme, ¿no es cierto? Debería apoyarles. ¡Por fin, voces más respetadas que la mía arremeten contra el nacionalismo! Y sin embargo, algo me retiene, y sé perfectamente lo que es: su alegato no parece corresponder a una verdadera opción ideológica de fondo. Por ejemplo, se preguntan por qué incluso el PP catalán acepta que se defina a Cataluña como nación en la redacción del nuevo Estatuto. ¿Por qué van más allá? ¿Por qué no aprovechar para cuestionar esta terminología en otros lugares del mundo? ¿O es que, sencillamente, se sienten ahogados, como yo, por el creci-

miento del nacionalismo sin matices en la sociedad catalana y se han propuesto atacar sólo a éste?

Se puede aspirar a más: una opción ideológica de verdad y no sólo esta especie de pataleta de corto alcance. Decídanse a ir más lejos, lleven la cuestión a toda España. Si lo hacen, les seguiré con los ojos cerrados (pero no del todo). Tal vez tengamos la sorpresa de encontrar amigos por todas partes. Pero me temo que no lo harán.

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